Editorial | La dictadura escondida

La sabiduría muchas veces crea individuos egoístas y mezquinos capaces, en su sentir, de organizarlo todo y de imponer una directriz, porque a su parecer, nadie más lo hará como ellos.

Por, Rugidos Disidentes

Es más aterrador el lado conservador de aquellos que se muestran como liberales, que el radicalismo que hacen manifiesto, desde un principio, aquellos que aún defienden las buenas formas y las sanas costumbres.

Los primeros suelen ser más peligrosos, pues su disfraz de tolerancia e inclusión gana la confianza de quienes se encuentran a su alrededor. No es para menos, su discurso, muchas veces alimentado por un altísimo nivel intelectual, logra dejar huella. Se convierten, de esta manera, en fuentes confiables y autorizadas sobre un tema en particular. Nos engañan, permiten que las opiniones contrarias se expresen para luego, simplemente, ignorarlas o despreciarlas por no estar a su misma altura de conocimientos.

No podemos hablar de tolerancia sin abrir un espacio para el debate y la discusión de ideas. Todos poseemos saberes particulares adquiridos, bien sea por una formación académica, por la experiencia o por la combinación de estas dos. La acumulación de conocimientos no es garantía, necesariamente, de un verdadero proceso pedagógico y de transformación. Sin estos, la sabiduría solo es un trofeo que se exhibe como intocable en una vitrina vanidosa de uso ornamental. Terminan siendo, tristemente, una biblioteca en cuyos anaqueles reposan verdaderos tesoros empastados, que jamás sentirán el placer de ser hojeados, simplemente, porque se reserva el derecho de admisión.

La sabiduría muchas veces crea individuos egoístas y mezquinos capaces, en su sentir, de organizarlo todo y de imponer una directriz, porque a su parecer, nadie más lo hará como ellos. Hablan de democracia, pero cuando su poder se ve amenazado abren las fauces y cierran todas las puertas al pensamiento disidente. Todo será una panacea, siempre y cuando, la voluntad ajena acate su voluntad sin protestar.

De este tipo de personajes están plagadas la sociedad, la política y la vida. Individuos que, quizás con la mejor intención, son incapaces de atender a las necesidades y los argumentos ajenos. En ese orden ideas, llevar un proceso social a feliz término, no solo es una odisea, sino que resulta una misión imposible.

En el amor y otros escenarios personales de relación social también pululan estos individuos que, detrás de su trato racional, esconden a verdaderos verdugos machistas y dominantes, que someten a sus parejas a una manera de maltrato muy difícil de detectar y, mucho más aún, de comprobar. Así, de esta manera, si el vínculo emocional termina, ellos siempre quedarán como los mártires que lo dieron todo y comprendieron hasta el final a su pareja.

Así ha sido nuestra realidad política que, además del prontuario criminal de muchos de sus representantes, también ha estado invadida por personajes egresados de las grandes facultades que han gobernado detrás de un escritorio. Para ellos no existe el conocimiento adquirido por las comunidades gracias a su propia experiencia. Para ellos y su equipo de expertos solo existe una forma de hacer las cosas: la que ellos determinen como la mejor para el bien de todos.

Su virtuosismo para conquistar a sus interlocutores les da cierta legitimidad, los hace una fuente confiable y en los portavoces oficiales de la historia, mientras que sus opositores pasan desapercibidos o quedan a perpetuidad en el costado de los resentidos y marginados.

Cada sujeto tiene un saber, una experticia, una vocación, como también unas necesidades, una expectativa de vida y ante todo un sueño que desea realizar, que con el correcto acompañamiento, podrán llevar a cabo.

En Rugidos Disidentes le apostamos al saber particular, a ese que permite construir  y desarrollar escenarios diferentes de discusión, en los que la capacidad y el potencial de cada uno, no solamente sean tenidos en cuenta, sino que también sean fortalecidos.

Como cualquier organización nos regimos por unos parámetros, que en nuestro caso, tienen como principios innegociables, la lealtad, el respeto, la disidencia y la calidad. Por nuestras venas corren deseos de revolución, resistencia y de enfrentarnos al mundo con nuestra capacidad de soñar.

Al fin y al cabo, con miles de errores, con cientos de caídas y una que otra crisis hemos fortalecido nuestro rugido y hoy, después de cuatro años, podemos gritar con vehemencia: “disidentes: aquí estamos y nuestra labor no pasará desapercibida”.

¡Bienvenidos a la Edición Trece!

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