(Medellín, Antioquia, Colombia)
Por, Junnio Días
Y entonces nos sentamos a disfrutar nuestro café de la tarde y me preguntaste: ¿cómo fue que empezó todo? Reconozco que te he contado, solo retazos de aquella historia. Pues bien, llegó el momento de contarla como es. Trataré de ser lo más claro posible.
Todo comenzó hace 3 años cuando llegaba de la oficina. Entró una llamada a mi móvil de un número que no tenía registrado. Era una señora de una empresa de cobros jurídicos que me informaba que tenía una deuda con una entidad financiera. Yo reí, pues ni siquiera tenía convenios con dicha entidad y le manifesté que estaba equivocada de cabo a rabo. Ella muy pacientemente, leyó de nuevo los datos que soportaban su afirmación, pero esta vez con mi número de cédula. La risa se desvaneció y le dio paso a una preocupación enorme. ¡Pero debe haber un error! Le dije confundido; ella comprensiva me recomendó aclarar la situación, en las oficinas administrativas de dicho banco.
Días después me acerqué a las oficinas y allí me mostraron que un año atrás, yo había adquirido una tarjeta de crédito con ellos y que adeudaba la totalidad del cupo con los correspondientes intereses por mora, por invierno, por verano, por días festivos y por toda la barbaridad que cobran los bancos. Cotejando firmas y comparando fotografías, logré demostrarle al banco que yo no era yo. Mejor dicho. Que quien había hecho esas solicitudes y se había gastado el dinero de la tarjeta no era yo.
Puse en conocimiento de la justicia el caso de suplantación y después de ires y venires, quedé medianamente tranquilo al saber que ya la situación estaba en manos del poder judicial y que no tenía nada que temer, pues confiaba plenamente en las instituciones del Estado. 6 meses después y como una situación ya vivida, un dejavú tal vez, me llamaron de una empresa de telecomunicaciones a decirme que les debía un año de prestación de los servicios de internet, teléfono y televisión; como ya andaba prevenido, pude defenderme desde el principio argumentando la suplantación. La empresa quedó conforme con las pruebas que les aporté y el caso y la deuda quedaron saldados con ellos. Al tiempo, llega a mi casa un paquete a mi nombre. Mi madre lo recibe y como buena curiosa que es, lo destapa. Era un premio por el buen manejo de una tarjeta de crédito a mi nombre, en un almacén de cadena. Obviamente yo no tenía tratos comerciales con dicho almacén y por más que les expliqué que ese no era yo, nunca me creyeron y por el contrario, me aconsejaban disfrutar el premio, que entre otras cosas, era una muy buena licuadora que le regalé a mi madre. La situación ya se tornaba extraña pues un tipo me suplantaba en todo y no solamente no pagaba, sino que en ocasiones sí lo hacía y quien recibía los premios era yo.
Por el afán de la vida con los días el tema se me olvidó y no solo a mí, pues de la fiscalía me notificaron un día que habían archivado las diligencias porque no tenían ni idea de dónde buscar al suplantador. Sin embargo, un año después, otra llamada de otra empresa de telecomunicaciones, volvió a traer el tema a mi vida. Esta vez con más datos que la anterior, esta ocasión me suministraron la dirección de la vivienda donde supuestamente yo vivía y había contratado los servicios. Sin perder mucho tiempo, a la semana siguiente visité tal inmueble para plantarle cara al estafador de una vez por todas. Era un edificio de estrato medio, de esos nuevos que han ido construyendo al norte de la ciudad, muy cerca de la margen oriental del río. Allí me planté, toqué el timbre del 904, pero nadie respondía. En eso siento que sale una vecina y le pregunto sin más, que quién o quiénes viven ahí. Ella me responde que ahí vive un señor solo pero que pocas veces se ve, pues trabaja todo el día, al parecer en una oficina, pues ella lo ha visto salir muy trajeado.
Le encargué a la buena señora que me recopilara lo más que pudiera en información de aquel tipo, pues le mentí diciéndole que era periodista y que le pensaba realizar un reportaje, pero debía tener información previa. Le di una suma de dinero y me fui de allí. Quedando en volver a los 10 días. Y así lo hice. La señora pudo averiguar que aquel hombre, era profesor universitario en un par de instituciones y que habían días que no amanecía en su casa, pues tenía una novia, una exestudiante suya con la que sostenía una relación muy estable por cierto. Pero aún faltaba algo y era una imagen. Algo físico que me pudiera dar una pista de aquel hombre. La señora me prometió conseguirme una fotografía y para ello, le di algo más de dinero. Una semana después reposaba en mi teléfono móvil una fotografía del suplantador. Era un hombre de mediana estatura, de tez blanca y en cierto modo, lo encontraba un tanto parecido a mí. A ratos jugaba a imaginármelo como el hermano mayor que nunca tuve.
Con toda esa información ya estaba listo para empezar a jugar a los detectives; y aunque no tenía ni puñetera idea de cómo hacerlo, tenía claro que lo iba a perseguir hasta encontrarlo y llevarlo a la justicia. Diseñé un plan que consistía en visitar el par de universidades y tratar de recoger información sobre su compañera sentimental. Pues bien, visité las dos instituciones universitarias y supe que aquel señor, era profesor de derecho y ciencias políticas y que además dictaba una cátedra de lengua materna y redacción jurídica. Así que el tipo era abogado. Le monté guardia en una de las universidades, en la que más cátedras tenía, pero el tipo era un escurridizo profesional, pues lo buscaba en cafeterías, oficinas de profesores y hasta me hice amigo de uno de sus estudiantes. Y era muy raro, pues el profesor llevaba mí mismo nombre. El tipo se había puesto mi nombre como se ponía un traje y lo peor, era que ya lo hacía permanentemente.
A raíz de mi amistad con aquel estudiante, logré obtener información sobre su novia. Se llamaba Luisa y había sido estudiante de literatura en esa universidad, pero hacía ya 3 meses que se había graduado. Con el mismo ardid que utilicé con la vecina, el estudiante me consiguió la dirección de aquella joven. Y aunque en repetidas ocasiones fui allí, nunca la encontré. Pero no importaba. Algún día atraparía al impostor.
Un año después y cuando ya había desistido de mi investigación por llegar a un punto muerto del que no avanzaba ni retrocedía, un golpe de suerte me arregló el camino. Iba yo para mi casa, un tanto distraído en el metro mirando unas fotos en Facebook, cuando de pronto en una de las estaciones, justo antes de cerrar las puertas, vi cómo el profesor salía del mismo vagón en el que yo estaba. Corriendo me tiré aún a riesgo de que las puertas me aprisionasen. El profesor salía ya de la estación por el costado sur; corriendo en pos de él, recorrí varias calles y un rato después, lo perdí. Ya exhausto me senté a descansar cerca de la zona industrial. Desanimado pedí una cerveza en aquel chiringuito y me puse a reflexionar sobre la pertinencia o no de seguir con este juego. Pero no me desanimé. Si trataba de establecer una rutina que implicase el apearme en esa estación, todos los martes como aquel día, tendría luego un poco más de suerte.
Al martes siguiente, no me cogería desprevenido. Y así fue. A eso de las 5 y media, ya estaba listo en la misma estación, en el acceso sur, esperando al resbaladizo profesor. Eran ya las 6 y cuando creía que mi plan no iba a funcionar, lo vi. Descendió del mismo vagón, salió por el costado sur y empezó a alejarse con paso rápido. Tomé un taxi y le dije al chofer que lo siguiera. Pasamos la zona industrial y luego de algunos vericuetos se metió en la zona de los casinos.
¡Así que nuestro abogado era un jugador! Le pagué al taxista y entonces vi cómo el profesor ingresaba a uno de aquellos casinos. 15 minutos después y para que no se sospechara que lo andaba siguiendo, ingresé y pregunté por él, mejor dicho por mí, pues a una rápida mirada no lo veía por ninguna parte.
El portero me dijo que en la última hora no había entrado nadie. Impaciente le mostré la foto que aún conservaba en mi móvil y el portero negó en repetidas veces haber visto a esa persona ¿es su hermano? Me dijo. Pues tienen un enorme parecido. Salí de allí con el rabo entre las piernas. Sin embargo, antes de irme, le eché una mirada a los alrededores pero nada.
Al martes siguiente repetí la rutina y la idéntica respuesta del portero, quien ya empezaba a tomarme por loco. Por esos días volví a retomar mi amistad con el estudiante, con quien me sinceré y le conté de mis planes fracasados. Él, más por compasión que por convicción, prometió ayudarme a dar con el profe. Pero no todo estaba perdido. El mismo día que volví a la universidad, me quedé allí toda la tarde, con la esperanza de verlo salir hacia el metro pues por el amigo estudiante supe que siempre se movilizaba en dicho medio de transporte. La noche llegó y el profe o no vino a clase, o salió por otra de las varias puertas del campus universitario.
Al día siguiente y ya enfermo por tanta búsqueda me senté distraído a leer en una de las jardineras de aquella universidad y una vez más, la suerte me concedió otra jugada. De pronto alcé la vista y allí lo vi. Se dirigía hacia una de las puertas de la U, justamente contraria a la salida del metro. Guardé mi libro y con sigilo lo seguí de cerca. Caminó varias calles, cruzó el puente sobre el río que divide la ciudad y entró en un barrio de calles amplias y con zonas verdes bien cuidadas. Estuve a punto de perderlo pues caminaba bastante rápido y por no descubrirme, lo dejaba avanzar casi una cuadra entera.
Ingresó a un edificio de apartamentos y como una revelación, vino a mi memoria Luisa, la joven con la que el profe tenía una relación. ¡Sí, era ahí donde vivía Luisa!
Esperé los 15 minutos reglamentarios y me acerqué a la portería. En ese momento aproveché que un carro salía del edificio. Por fortuna, el espionaje de mi amigo el estudiante me había proporcionado el número del apartamento. Timbré en el 208, con los nervios de punta pues ahora sí iba a atraparlo. Me abrió una muchacha muy despeinada, con cara de haber estado durmiendo o por lo menos en su cama. Me miró con unos ojos extrañados e inquisitivos; yo me disculpé y le pregunté directamente por mí. Ella negó con la cabeza y me aseguró que vivía sola y que no conocía a nadie con ese nombre.
Le pregunté por sus estudios de literatura y otra vez volvió a negar. Me dijo que sí pensaba presentarse a la universidad, pero que aún no sabía si a literatura o a periodismo. ¿Puedo pasar un momento? Le pregunté. Ella con más resignación que curiosidad, aceptó. Ya sentados en su sofá, le conté brevemente la historia y entre más le contaba, menos me creía. Sin embargo, me enseñó su apartamento, al ver que yo todavía tenía dudas sobre si aquel personaje estaba o no allí. Sería que entró a otro apartamento. Me dijo la joven. Yo me sentí como un imbécil, o a lo menos como un orate que estaba persiguiendo a un no sé qué.
Pero ese día, nació mi amistad con Luisa y así fue que nos conocimos. Y por más raro que parezca, aquella intrusión en el apartamento de mi amiga, por fin me dio luces para desentrañar el misterio.
Empecé a visitarla con regularidad y me di cuenta que era una joven de esas que suelen escasear hoy en día. Le gustaba leer, de hecho, era su actividad preferida y por ello, la animé a que estudiara literatura. Y así lo hizo. Un tiempo después, y gracias al contacto de un amigo, me convertí en profesor de lengua materna y redacción jurídica, además de otras asignaturas de derecho y ciencias políticas. Como ya tenía un trabajo más estable, me independicé de mis padres y me fui a vivir a un edificio de apartamentos nuevos, que se construyeron muy cerca de la margen oriental del río.
En general he sido cuidadoso con mis finanzas, pero no siempre es así. Debo admitir que algunos martes, me da por apostar en un casino y aunque la suerte en ocasiones me acompaña, otros días me deja sin un céntimo.
Un relato que juega con la mente, no solo del protagonista, sino también con la del lector
Equipo Narraciones Transeúntes
Mauricio Ceballos Montoya (Junno Días)
Es abogado, comunicador social-periodista. Amante de los animales, los libros y la música. La radio y la escritura son sus más grandes pasiones. Ambas trata de hacerlas a menudo.
Le gusta malpensar pues dice que así está más consciente de su realidad. Estudioso de la política, le gusta debatir aunque no es un hombre de conflictos. El cine y la literatura son sus dos grandes amores y por ello se considera un buen lector aunque no tan buen cinéfilo. Sensible, buen amigo, empático y simpático.
Es Columnista habitual de laorejaroja.com
Nació y vive en Medellín Colombia.
- Twitter: @mauroceballos12
- Facebook: @mauroceballosm
- Blog: http://pensamientosquedanvueltas.blogspot.com/
3 Comentario
Buen ritmo narrativo, prosa bien cuidada y elementos fantásticos interesantes para lograr un cuento de buena factura.
Muchas felicidades a mi amigo Mauro, desde México.
Enhorabuena. ¡Que vengan muchos éxitos más!
Un relato atrapador que nos muestra que no siempre todas las explicaciones tienen que aparecer y que muchas veces nosotros mismos entramos en vivencias que no se sabe porque son originadas pero que pueden llevar a consecuencias inesperadas y en este caso bueno felicitaciones muy agradable un relato