(Cali, Valle del Cauca, Colombia)
Por, MasrDavy
El día que llegó el comunicado a casa presidencial, marcó el inicio de una viciosa obstinación política por asegurar los privilegios de las elites gobernantes. El cinismo tomó el lugar de la hipocresía, y quien no estuviera de acuerdo, era libre de salir por la puerta. Y no fueron pocos los que desfilaron.
Las 5 semanas siguientes al día en cuestión, 2 de Marzo de 2020, llegaron al escritorio del mandatario algo más de 17 cartas de renuncia, de algunos miembros de su gabinete.
Esta ola de dimisiones, escondía, detrás de los infames casos de corrupción expuestos desde la imposición de la cuarentena, una siniestra confabulación.
Mi nombre es José Benito P, vecino del centro de la capital, y (como muchos de los que hoy leen mi historia) observador preocupado de este descenso estrepitoso hacia el caos. Algunos creerán que he perdido el juicio, pero me consuela saber que, a esta altura, hay quienes puedan entenderme, pues no fui el único quien por desgracia o fortuna (el tiempo lo dirá) entró en contacto con el nefasto documento filtrado por Wikileaks el pasado 16 de febrero. Se trata de un antiguo manuscrito, cuya copia estuvo en línea por tan solo 5 minutos antes que fuera retirada. Los escasos ejemplares que circularon, se obtuvieron imprimiendo el archivo directamente de la fuente, usando una impresora de toner. Cualquier método de descarga resultó inútil, haciendo imposible la distribución digital del documento.
A mis manos llegó una copia por cuenta de mi hermanastra Regina P., el mismo día de su publicación. Me sumergí de inmediato en sus páginas con ingenua curiosidad. Firmado en Basilea en 1930, el manuscrito señala a 2020 como el año en que habría de ejecutarse el plan IVSD-20 (Induced Vectorial Soul Dissociation). No encontraría adjetivos para describir el repudio que despertó en mí la lectura de tan macabras maquinaciones, que apelan a la fragilidad de la psique y las emociones humanas.
Sus creadores entraron en contacto con seres inmundos y larvas astrales, que habitan las regiones más bajas del éter, con el objeto de entender su comportamiento, las vías y los mecanismos de los que se sirven para doblegar el espíritu humano. Esto les permitió, por medio de riesgosos experimentos, obtener control sobre dichas entidades, con el propósito último de emplearlas en la ejecución de un ataque masivo teledirigido.
El plan requeriría sin embargo, de condiciones especiales para ser llevado a cabo: primero, generar un estado de baja vibración energética global y, segundo, disponer de los medios tecnológicos que permitieran perpetrar el ataque a la escala y el alcance requeridos. Claramente, la liberación de un virus resolvería la primera condición del diabólico plan. El aislamiento y la cuarentena debilitarían nuestro espíritu, haciéndonos vulnerables.
La segunda condición sería cuestión de tiempo, y ese tiempo habría llegado. Con un telegrama sin contenido, titulado “comunicado cero” los líderes de al menos 130 naciones serían notificados, a inicios de 2020, de la puesta en marcha del IVSD20, plan del que siempre habrían tenido conocimiento. Se daría entonces rienda suelta a la depravación, con toda la impunidad que confieren las fuerzas oscuras a quienes pactan con ellas.
Ni bien pasé la última página del funesto manuscrito, sentí nauseas. Me resistía a creerlo. Me era imposible concebir tal grado de perversidad. ¿Siempre lo supieron? —me preguntaba desconcertado.
¡Bah! ¡Porquerías! ¡Una conspiración más! —Concluí, tirando la copia del manuscrito detrás del armario.
Un mes después, la amenaza del SARS-CoV-2 era una realidad en nuestro país. Las cúpulas de gobierno debatían la prolongación indefinida de las cuarentenas, y la sombra del totalitarismo se cernía de nuevo sobre la humanidad. Presenciaba estos desarrollos con la angustia de quien sospecha conocer la verdad, pero no hube de convencerme de ella sino hasta el 17 de Abril.
Aquella noche, me encontraba en la sala de TV de la pensión de mi padre, en compañía de algunos inquilinos. Las autoridades sanitarias habían sellado nuestro establecimiento la semana anterior y estábamos literalmente recluidos. Nadie podía entrar ni salir. Sentados en el enorme sofá, veíamos en las noticias el informe diario del ministerio de salud. El reportaje alternaba con una entrevista al presidente, quien, en actitud desenvuelta, cerró diciendo que todo estaba bajo control y que por favor nos abstuviéramos a toda costa de leer un panfleto electrónico que circulaba en redes titulado “Dimittere Instinctum- Monografía Oficial”. ¿Y esto qué rayos es? — pensé.
Si su intención hubiese sido que la ciudadanía ignorara la existencia de dicho panfleto, no lo habría mencionado siquiera, y mucho menos, haber permitido que el noticiario desplegara su título en pantalla por espacio de 1 minuto, al cabo del cual, no solo Eusebio, Rolo y Chepo, quienes me acompañaban en ese momento, sino todos los televidentes del país sostenían ya sus móviles buscando el panfleto maldito.
Como autómata, llevé mi mano al bolsillo de la chaqueta y saqué el celular, dispuesto a descargar el archivo que estaba en la red virtual, pero el impulso de la curiosidad me fue inhibido de golpe por el recuerdo del antiguo manuscrito. ¡Todo ha comenzado! —me dije, aterrorizado.
Sobrevino una quietud estremecedora, acentuada por una baja en el fluido eléctrico. Entonces, hubo risas nerviosas entre los inquilinos, quienes, mirándose unos a otros, parecían esperar que algo sucediera. Casi al instante, su deseo malsano les cayó encima como una maldición. Eusebio y Chepo quedaron petrificados con las miradas fijas en sus móviles, y Rolo se desvaneció de pronto, cayendo inerte al piso.
Solté de inmediato mi celular. Espantado, iba de un lado a otro en la sala sin saber qué hacer. Se vino entonces un apagón en la ciudad.
En medio de la oscuridad, me tiré al piso y agarré a Rolo de un brazo, intentando traerlo de vuelta al sofá, pero era inútil, parecía estar adherido al suelo. A pesar de todo, no desistí, continué halando de su brazo hasta que volvió en sí en medio de una tos convulsiva.
Regresó entonces la luz, y de inmediato todos despertaron. Se incorporaron rápidamente, tenían sus rostros pálidos, y en silencio subieron a sus respectivas habitaciones, sin pronunciar palabra.
Era evidente que el ataque había sido liberado. Intrigado, intenté durante los siguientes dos días conseguir que alguno de los inquilinos me contara su experiencia, Sin embargo, se negaban a salir de sus habitaciones.
La madrugada del lunes sorprendí a Rolo en el comedor, devorando un gran plato de arroz con atún. El hambre lo había obligado a salir de su cuarto. Me senté al otro lado de la mesa y esperé que terminara. Tan pronto retiró el plato, nos miramos en silencio por unos segundos. Entonces Rolo, después de un leve suspiro, me dirigió la palabra.
—¿Qué quieres?—Preguntó a secas.
—Necesito saber qué ocurrió —Le dije
Acto seguido, encendió un cigarrillo y se dispuso a relatar el episodio.
—No recuerdo bien el contenido del panfleto, solo sé que no había leído ni tres líneas, cuando de repente, emergió de la tierra una intensa vibración acompañada por el silencio más puro que jamás conocí. Fue como si la trama del mundo objetivo se hubiera tensado hasta desgarrarse, transportándome a otra realidad. Me vi de pronto en una habitación miserable y tenebrosa, en la que percibí enseguida el acecho de una presencia intimidante. Me embargó la horripilación. Empezó en la espalda, se extendió al cuello y luego a la cabeza, para terminar en una presión insoportable en el estómago; advertencia clara de estar ya a merced de “eso”. Estaba ahí, inmerso en una niebla oscura que parecía gravitarle, alto y encorvado como una palmera resistiendo el viento. Me miraba fijamente sobre su hombro con ojos cual luciérnagas exánimes, alimentándose de la culpa y la vergüenza de mi alma. Tuve, por un brevísimo lapso, la impresión de conocerlo desde antes de nacer; una corazonada que deshizo de inmediato con el soplido nauseabundo de su aliento, para luego transformarse en una enorme masa negra, blanda y pesada que me envolvía como una mortaja infernal, empujándome hacia abajo, más allá del suelo, hasta llevarme al borde de la asfixia y la desesperanza. Justo ahí tu mano me trajo de vuelta.
Desde ese día, siento su presencia en todas partes. Me vigila. No le gusta que piense, que me enoje o que critique. Y lo que más le molesta es que crea en mí mismo. Cuando lo hago, me toma por el cuello y no me deja respirar. Solo encendiendo las noticias parece que se calma. Creo que nunca me libraré de él.
Por más que se esforzaba en ocultarlo, su rostro delataba miedo, ese mismo que secretamente yo albergaba…
En un intento por romper el silencio incómodo, le entregué el sobre sellado del ministerio de salud con el resultado de la prueba de Covid19. Yo era el encargado de entregarlo a todos los inquilinos.
Miró el sobre con desdén.
—¿No te interesa conocer el resultado? —le pregunté.
—¡Já! Lo que sea que diga en ese sobre, no es más real que eso que me acosa—dijo, poniéndose en pie y retirándose a su cuarto.
¿Cuántos documentos más estarán ocultos?, ¿cuántos secretos ignoramos?
Equipo Editorial Narraciones Transeúntes
MasrDavy
Mi nombre es Alejandro Aguirre. Vivo actualmente en Costa Rica, pero nací en Cali, Colombia el 25 de Noviembre de 1976.
Autores que me han influenciado: Dickens, Thomas Mann, Hesse, Gabo, Poe, Eco, Dostoievsky, Kafka, entre otros
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- Twitter: @masrdavy77
1 Comentario
ficcion o realidad?