(Ibagué, Tolima, Colombia)
Por, Rusvelt Julián Nivia Castellanos
El año pasado, yo salí con una dama durante varios días. Ella me encantó porque era una hermosa colombiana. Tanto fue lo amado, que por las noches, yo aún la recuerdo en el alma. Posee una cara linda, prende en ojos verdes, su cuerpo es de sensualidad delgada. De verdad, que es muy atractiva. Toda su feminidad, madura a lo rosácea. Ella se llama María Celeste. La primera vez que la vi, por cierto, quedé sorprendido ante su presencia, desfilaba a solas con elegancia, vistiendo ropajes de primavera.
A propósito, la conocí aquí en Mowana, un viernes de cielo despejado. Fue en el Museo del Arte, cuando nos encontramos por sorpresa y cuando juntos empezamos a contemplarnos. Entre la tarde apacible, nos cruzamos las miradas curiosas y en subida, me fui poniendo ruborizado según como nos sorprendíamos, rodeados de ilusiones. Cuando de pronto ella vino hasta mí, yo no lo creía real. Su pretendida decisión, me dejó perplejo. Llegué a tener hasta susto. En el instante, casi quedo mudo. Grácilmente, se acercó con agrado y descubrió su sonrisa. Más ella, me propuso conversación sobre algunos pintores. Qué dicha tan maravillosa. De a poco, fui adivinando nuestro destino. Por las tendencias, nos procuramos muy joviales. Con lucidez, recordamos a Gustave Courbet, por su vida de elevación. Hablamos del estilo artístico de este francés. María, claramente demostró su conocimiento sobre las obras suyas, que admiraba como recreaciones mentales. Mientras, yo me imaginaba en el mundo del amor, sólo asentía junto a ella. Le sonreía ante cuanta palabra dijera su voz espiritual. Además evocó a Magritte. Tal particularidad, fue muy bonita, supo a este genio como a un innovador de cuadros y tal pureza revelada, me gustó.
En fin, la tarde entre nosotros estuvo majestuosa. Yo en lo íntimo, me ilusioné con esta mujer de gestos exquisitos. Su delicadeza al expresarse cautivaba. Fue siempre muy extrovertida conmigo. Y sobre todo, quedé impresionado con su sabiduría.
Al cabo de las horas, bien con alegría, cruzamos nuestros datos personales para volver después a reunirnos en algún café. Ella de hecho, debió salir hacia el barrio Campiñas para verse con su padre. Asumió este compromiso como importante. Le di entonces un beso en la mejilla antes de que se fuera y una vez despedida, tomó la salida, alejándose serena por la calle de Belén.
Cuando novedad genial, ella al otro día me llamó un tanto dubitativa y un poco tímida. Ocurrió este impensado en la mañana. Yo estaba recostado en la cama, leyendo una revista de vanguardismo hasta que de repente comenzó a timbrarme el celular. Entre los actos propios, pues contesté:
—Hola, María, un gusto escucharte, dime en que te puedo ayudar, que te puedo dedicar, querida, solícito estoy para ti.
—Hugo, no sé, quería charlar contigo, ahora me encuentro sola y si te soy sincera, fue ameno el haber compartido ayer aspiraciones contigo—. Susurró ella con su trémula voz.
—Pero que grato, yo siento también simpatía por ti. Te lo aseguro, me atrae estar al lado tuyo. Si gustas, vamos hoy al café del Mohan, encontrémonos allá a las tres de la tarde, qué te parece, María.
—Está bien, tan generoso, allá te espero con la querida confianza.
Por la cita acordada, una vez subió el sol, nos vimos en el café por segunda vez en la vida. Cuando ingresé al salón enmaderado, ella estaba ubicada en una de las mesas. Divina, lucía un vestido de verdolagas. Apenas la distinguí, fui hasta su presencia y la besé en la mejilla. Mas María se arrojó al atrevimiento, cogió mi rostro con sus manos, sobrellevó los labios según como abrió nuestro goce, me besó. En lo personal, casi me voy a trompicones sobre toda su belleza. Lo que experimentaba era magnífico. Allí libé su boca de sabor a fresa, nos disfrutamos prolongadamente y nos abrazamos.
Al otro tiempo, pasé a situarme en la silla que estaba desocupada, corriéndome hacia el lado de María. Hablamos ahí un poco sobre quehaceres y pronto nos volvimos a besar. Ambos disfrutamos esta placidez. Fueron espontáneas nuestras querencias. Entre rubores, congeniamos con cariño.
Por lo demás, llegó un mesero rubio a nuestra mesa. Venía trajeado de cafetero. Como de costumbre, se dispuso a saludarnos, siendo cordial, preció ser culto. Luego nos extendió la carta y preguntó sobre el pedido preferido. Nosotros un poco lo pensamos hasta cuando consentimos, nos trajera dos capuchinos. De modo tal que esperamos por las bebidas según como escuchábamos la música de Santiago Cruz, cual sonaba en la rockola.
Y en breve, reapareció el muchacho rubio con la bandeja y los aperitivos. Atento los recibimos, más serenos degustamos esta delicia cafeinada. De reciprocidad, nos pusimos a conversar sobre Auguste Renoir. Sus obras pictóricas las creímos como festivas. A ambos nos asombraban. Yo las resaltaba porque eran muy pulidas y María las admiraba llenas de colores florales. Curiosamente, los jardines de este francés, nos encandilaban, poseían una fuerza de intensidad resucitadora.
En tanto, duramos evocando a Renoir hasta el atardecer. De pronto, nos percatamos de que el clima se iba poniendo violeta, tras lo cual, llamamos al mesero y le pagamos con un dibujo de palomas. Acto seguido, nos levantamos de las sillas, tomamos el corredor y nos dirigimos hacia las afueras citadinas.
Ya por la quinta avenida, la acompañé a coger un taxi. Por allá, nos apostamos en una esquina y sin tanta demora, hicimos parar el carro amarillo. Desde luego como despedida, nos volvimos a besar en la boca a medida que el viento nos desmelenaba los cabellos. Al cabo del goce, suaves nos separamos del abrazo y ella corrió a subirse en el automóvil, cual apenas estuvo listo, comenzó a rodar por la carretera hasta irse distanciando de mi vista.
En cuanto a los otros días, seguimos frecuentando nuestras presencias. Juntos nos supimos como artistas. Salimos a cine y apreciamos románticos; Los fantasmas de Goya. Con sinceridad, nos impresionó el metraje. Estuvo fenomenal. Aprendimos más sobre la sensibilidad humana. Aquella época, para ambos fue por experiencia conmovedora, la pasamos muy en compañía. Eso también fuimos a una velada de pintura con música. La exposición en la sala regional, nos pareció fastuosa, hubo hasta guitarristas y flautistas, quienes tocaron al ritmo de los cuadros resonantes. En general, se vivenció allí la cultura y la fraternidad.
Entre tanto el tiempo, yo me fui enamorando de María. Ella dejó en mí detalles espirituales que son inolvidables. Fueron sus muestras de ternura estupendas. Nunca voy a poder quitármela de la mente.
Por cierto, nosotros ahora estamos separados. Tal situación nos ocurrió con extrañeza. Una tarde de octubre, María me convidó que fuéramos otra vez al Museo Cultural. En lo personal, simplemente accedí a su petición. Allá pronto, nos encontramos en el portal de cristal. Ella estaba seductora por lo engalanada. La linda emanaba un perfume embriagador. Así que en el instante, la consentí con caricias y la besé en la boca. Sabía a místicas dulzuras, la presumí adorable. De seguido, pasamos a la galería de arte abstracto. Por ahí recorrimos el recinto decorado, rememoramos intimidades, giramos cogidos de la mano por entre las pinturas. Con sugestión, ya pasábamos a contemplar la obra de Güiza. Y entonces cuando estuvimos frente al cuadro; El canto del ave, sorprendimos al azulejo desprenderse del lienzo, más raudo voló hasta donde María y de vuelta se la llevó entre sus alas para su mundo de fantasía.
En cuanto a mí; vivo ahora en el museo pintando sus retratos, sólo para recuperarla y tenerla otra vez a ella, porque estoy enamorado de María, yo la amo.
Una historia de amor que se desarrolla en escenarios etéreos, profundos y melancólicos
Equipo Narraciones Transeúntes
Sobre Fedorvelt…
Rusvelt Julián Nivia Castellanos, comunicador social y periodista de la Universidad del Tolima.
Talleres literarios en los cuales participa: Taller de cuento; Hugo Ruiz Rojas, Universidad del Tolima, además asiste al taller de Relata, Escribarte, Ibagué.
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