(Bogotá D.C., Colombia)
Por, Ingrid Reyes
Mientras pensaba en la emoción de celebrarle a mi hija su cumpleaños número uno de vida ese 4 de diciembre de 2016, escuchaba la noticia de la desaparición de una niña indígena llamada Yuliana Samboní.
A medida que pasaba el día, según recuerdo, se escuchaba decir que el primo de siete años de edad de la niña trató de impedir que un hombre en una camioneta gris se la llevara del barrio Bosque Calderón, ubicado en la localidad de Chapinero UPZ 90 Pardo Rubio, entre la calle 53 a la calle 59 con Avenida Circunvalar a la calle séptima.
Bosque Calderón Tejada es un asentamiento entre la avenida circunvalar y los cerros orientales. Sus fundadores, la mayoría campesinos, llegaron hace ocho décadas huyendo de la violencia. Fuente:Bosque Calderón, el barrio que disfruta la riqueza natural de los cerros orientales (conexioncapital.co).
¿Pero quién era aquella niña indígena? Yuliana Andrea Samboní era una niña indígena de 7 años nacida en una localidad de indígenas yanaconas. Nelly, su madre y Juvencio vivían en una casa básica del corregimiento Los Milagros en el municipio de Bolívar en el Cauca. El motivo por el que tuvieron que tomar la decisión de salir de su tierra fue la pobreza y la visita que hombres armados ilegalmente hacían al territorio intimidando a sus habitantes. Juvencio, el joven padre y esposo, con lágrimas en los ojos y tres mudas de ropa partió rumbo a Bogotá con el único pensamiento noble de construir, en la capital, un futuro mejor para él y los suyos.
Aquel domingo pasaba el tiempo, se veían los videos de las cámaras del barrio que permitieron identificar las placas del vehículo DBO960 perteneciente a la esposa del hermano del arquitecto Rafael Uribe Noguera, quien aquel día conducía el automóvil.
Rafael es un hombre soltero, de una familia de clase alta. Las investigaciones permiten dar con el paradero del arquitecto, quien tenía una residencia en el Edificio Equus 66 ubicado en la misma localidad de Chapinero, en su parte más alta, conocida por ser un sector exclusivo.
Hago un paralelo entre la vida de Yuliana y la vida de Rafael, porque quiero hacer una mención a lo que la sociedad denomina «personas de bien».
Como caía la noche y se llegaba el día, el televisor de la casa me mostraba el final de una historia que inició sobre una niña indígena que salió aquel domingo a jugar frente a su casa junto a su primo. Una niña que se levantó temprano sonriente a soñar con crear mundos de fantasía. Quizá, soñó con ser una princesa, quizá su zapato blanco que llevaba ese día y que fue la prueba en el carro de Rafael que lo incriminó, la convirtió en una zapatilla de cristal.
Por otro lado, quizá Rafael se despertó ―o mejor se desveló― pensando su perversa estrategia. Se sabe que ya había ido antes al barrio, que ya había visto a Yuliana. Ese domingo, pensó: «me saldré con la mía».
Recordó que las investigaciones siguientes a su captura, indicaron que realizó un plagio en su tesis de grado; pero, como su papá era el decano de la Facultad de Arquitectura, pues NADA PASÓ, o si pasó, se tenía un nuevo arquitecto:
Así mismo, Noguera habría plagiado su tesis de arquitectura para graduarse; sin embargo, la investigación fue archivada gracias a que, en ese momento, su papá era decano de la facultad Rafael Uribe Noguera y sus antecedentes judiciales (colombia.com)
Su padre fue decano en la Universidad Javeriana de la carrera que él estudió: Arquitectura. ¿Se imaginan las licencias que se pueden llegar a permitir al hijo del decano? Después, vienen y lo sientan a presidir la empresa de construcción familiar. Empresa que le construye un edificio en el que tiene su penthouse y en el que, por ser el dueño del inmueble, los vecinos nada podían decir cuando hacía sus bacanales. No es chisme la querella que le pusieron cuando un viejito le golpeó la puerta a la madrugada y casi lo levanta a golpes. Es decir, para Uribe Noguera, todo fue al gratín, sin ningún esfuerzo. Le enseñaron que él todo se lo merecía. Que estaba por encima de los derechos de los demás. De forma muy clara, a través de símbolos recurrentes le dijeron que la ley a él no le aplicaba. Entonces ¿podían llegar a significar algo, la ética, la bondad, la generosidad y el amor?Un sociópata no siente más allá de su propia satisfacción. Fuente: Artículo de Daniel Mendoza sobre la sociopatía del asesino Rafael Uribe Noguera | retornocolombiano
Y lastimosamente sí se salió con la suya…
Era lunes cuando las imágenes mostraban su captura en una habitación de una clínica ubicada en el norte de Bogotá. Se decía que el rapto, violación y asesinato de Yuliana Samboní los hizo por influencia de sustancias ilícitas. El cuerpo de la niña lo habían lavado en aceite. ¿Para qué? ¿Qué quiso hacer? ¿Ocultar las evidencias de la violencia que Rafael de 38 años le hizo a una niña de 7 años? ¿Minimizar las penas? ¿Las drogas las consumió antes, durante o después del atroz crimen?
Es una duda personal que tengo, que siento, que no quedó clara para mí…
La realidad es que hoy ―algo más de seis años después― no está Yuliana, una niña que hoy tendría aproximadamente 14 años de edad, que estaría quizá en séptimo grado, que podría estar soñando con ser ingeniera o con ser cantante o influencer. Que le habría generado muchas alegrías y orgullo a su familia, que cuidaría de su hermana y que como la mayoría de los colombianos honrados y trabajadores apoyaría a su familia. Que quizá no habría escuchado qué es ser denominado una persona de bien. Los que se jactan de decir frases como: usted no sabe quién soy yo.
Ella, quizá entendería que ser una persona de bien, es ser una persona que trata con amor al perro del vecino, que saluda con un buenos días al señor de la tienda cuando va a comprar el pan, que ser una persona de bien es cuando se ayuda a quien quizá hoy no tiene que comer, cuando aún no se tiene ni para el desayuno mismo.
Para ella, quizá, ser una persona de bien sería tener un corazón bonito, respetuoso. Para ella, su padre un hombre luchador, sencillo, que siempre buscaba el pan diario, que le cantaba en la mañana o que, quizá, le contaba un cuento en la noche era una persona de bien…
Esta historia muestra lo que sí es ser “una persona de bien”, la cual, claramente, no se mide por su riqueza, ni por la marca de su ropa, ni por el barrio donde vive, ni por tantas otras banalidades estúpidas que esta hueca sociedad propone. Que no es por el número de pendejadas que suben como influencer…
Esta triste historia demuestra que aquí siempre hubo una familia de bien: la familia de Yuliana Samboní. Una familia que huyó de la violencia de sus territorios y tan solo creyó que, en la capital, trabajando de manera honrada, lograrían cambiar el temor que los hizo salir de ellos. Una familia humilde que educaba a sus hijas con límites, enseñándoles la importancia del respeto y la responsabilidad que sus actos tienen en la sociedad.
Una familia muy diferente a la del autor del atroz crimen que se llevó la vida de aquella niña indígena.
¿Y yo que clase de persona soy?
Aquella niña indígena
no era rubia,
ni de cristal.
No tenía hermanastras,
ni madrastras.
Era tan real.
Aquella niña indígena
de hermoso cabello negro
junto a mamá y papá
salió aquella mañana a jugar:
“Primo, ven acá.
Juguemos juntos”.
Entre estrellas, caballos, fantasías y realidad
“Primo”, le dijo:
“seré hoy una princesa y este zapato blanco ahora será de cristal”.
Sin saber de maldad,
llegó un hombre vil y real
que de tu inocencia
se supo aprovechar.
Ese ser vil,
se creyó son superioridad para retenerte a la fuerza y silenciar
a aquella zapatilla que tú convertiste en cristal.
Aquella zapatilla, que no era de cristal,
fue la prueba más real
de su culpabilidad.
Y aunque esto sigue sin parar.
Y aunque hay hombres más viles.
En mi memoria
tu inocencia
por siempre estará.
Poema No. 10 de mi libro ‘Ehotarucos Ecos de las Luciérnagas’
Nota editorial
Ingrid Reyes, escritora colombiana que ha encontrado en la poesía el social, un camino de reflexión y resistencia ante esa realidad violenta y mezquina que, desde hace mucho, ha desbordado a nuestra sociedad.