Mi nombre es Aureliano, he sido profesor de ciencias sociales por más de 15 años, amo y odio a la política.
Por, Aureliano
“Entre más estudio tienen más brutos son”, decía mi abuela incansablemente durante mi infancia. Años después comprobé que la vieja tenía razón, basta con ver la política de nuestro país, hemos sido gobernados por jumentos preparados en las mejores universidades, los cuales, por ladrones o por ineptos, han sido mediocres y mezquinos en el poder.
Ni la cantidad de títulos, ni de conocimiento que sea capaz de presumir una persona la hará más inteligente. Debería, más bien, hacerla más apta para ejercer determinado cargo y causar una transformación en su visión de mundo, en su comportamiento, en su manera de relacionarse con la sociedad y en el reconocimiento sobre el territorio.
Recibí una invitación un tanto extraña de Rugidos Disidentes para participar en la sección Ciudad Política, entendiendo el término “Ciudad” como escenario de discusión pública. Después de mucho pensarlo acepté, dizque, para hacer Pedagogía política.
Aquí la parte jarta: hablar de mí para que ustedes tengan una vaga idea de quién soy, de dónde salí y qué quiero.
Me siento como en ese primer día de clases de la universidad en donde todos debíamos presentarnos. Cada estudiante preparaba su verborrea: qué espera de la carrera, qué hace por la vida, sus hobbies (como si en verdad a alguien le importara) y, claro, su visión de país, esta última terminaba por lo general en un discurso para deslumbrar al profesor.
¡Bah! Aún recuerdo lo que pasaba por mi mente cuando debía presentarme: —Tengo 20 años, no sé quiero en esta vida y ni siquiera comprendo por qué quiero estudiar esta mierda, por ahora solo diré que soy un aprendiz de borracho que espera follar de vez en cuando. Obviamente no tuve los pantalones para expresarlo de esta manera, por lo que mi presentación solo fue una más. Claro, transcurridos algunos semestres, llegaría la reflexión y la transformación que debe producir la academia en el ser humano.
En fin, casi dos décadas después, debo hacer de nuevo una berraca presentación mía y me estoy haciendo un ocho tratando de escribirla. Bueno, aquí va: mi nombre es Aureliano, he sido profesor de ciencias sociales por más de 15 años, amo y odio a la política, o más bien, el uso que se le da en este país (más adelante ustedes entenderán el por qué me despierta sentimientos tan opuestos).
La academia que no se conecta con el ciudadano de a pie me molesta, odio que las decisiones sobre lo público sean tomadas detrás de un escritorio con un fajo de billetes por debajo —o por encima— de la mesa, por esa élite que ha gozado de los beneficios que trae consigo el heredar el poder generación tras generación.
La forma en que se ejerce el poder en este país es vergonzosa, al tiempo que la manera en que ejercemos la opinión pública es ridícula. La política es un ejercicio que nos compete a todos y cada una de nuestras acciones son, en últimas, acciones políticas, incluso aquellas que muestran desprecio y desinterés.
Me harté de los doctores que se paran en un pedestal para hablarle al pueblo, me harté de esa masa que se para a aplaudir al personajillo, sin ponerse a pensar realmente en las intenciones de su discurso. Parece que hubiese un tablero luminoso que diera la orden de aplaudir a cualquier charada que el fulano, con alguna aspiración electoral, pronuncie.
Soy de izquierda porque con la derecha no logro identificarme, pero me aparto de fanatismos, no creo en apellidos, y no, no sigo como oveja obediente a un sujeto que posa como pastor, creyéndose un mesías. La política nos compromete a todos, y cada uno de nosotros tenemos una gran responsabilidad sobre la situación del país, así que no nos hagamos los pendejos.
Dos décadas más viejo aprendí que para hablar de política en este país, basta con sentarse con una canasta de cerveza al frente o con un bulto de papas debajo.
Creo que el verdadero cambio está en el individuo mismo y que todo discurso, pierde validez cuando no está acompañado de acciones.
Yo soy un adulto de mediana edad (¡Vaya payasada!), ya estoy cucho y estoy más cerca de la salida que de la entrada. Sin embargo, acepté la invitación de estos disidentes porque, aún con el pesimismo que me acompaña desde hace mucho, siento que algo se puede hacer.
Trataré de emborracharme menos para compartir algo de mi visión de país con ustedes. Entre todos, por qué no, podemos construir escenarios de discusión en el que nos encontremos en el diálogo sin necesidad de matarnos por pensar diferente, o por defender a alguno de esos rufianes que se disputan el poder.
Para finalizar esta charada de presentación: recuerden que en una ciudad cabemos todos.
Mi primera columna: