(Getsemaní, Cartagena, Bolívar)
Por, Jorge del Río
Como quien borra la muerte a punta de brochazos. Rellenando con formas, texturas y colores, la negrura de nuestro mundo.
Ródez[1] fue, quizás, ese artista excepcional, capaz de desnudar la realidad y revestirla con sus diseños. Conoció de frente el amor en medio de la frialdad, gracias a su pasión de enseñar y crear. Estuvo en una constante transformación, por ello es que considero que sus pinturas son autorretratos que reflejan sus estados, emociones y vivencias. Él encontró la manera de narrar sus pensamientos y deseos que se enfocan en el contexto cultural e histórico de América, aunque sus bases se nutren también de otras culturas ajenas; pero, siempre se evidenció la fuerza por expresar el realismo enmascarado y a veces ignorado que nos ofrece la vida cuando nos permite bailar, reír y gozar en medio del dolor. Esa resistencia, es lo que quizás nos convierte en bestias, animales que pueden soportarlo todo, decirlo todo; lo humano se tiende limitante ante semejante lenguaje de complejidad.
Este año estuvimos en Cartagena, recorriendo los murales del barrio Getsemaní, de repente, algo golpea mis ojos, me encontré con una parte del mundo íntimo del muralista que más he admirado. Me confronté con una de las zoologías urbanas fantásticas de Ródez, Hallé a una especie fascinante y desproporcionada, un elemento algo solitario, aunque no tanto como lo está este mundo distópico sin el creador de tremendas zoomorfologías.
Este extraño y poco conocido personaje pictórico, posee un carácter africanizado y una morfología precolombina, con unos aires cálidos que evocan los carnavales del diablo en Riosucio y el de Barranquilla. Este, además, me lleva a pensar en las luchas del pueblo palenquero. Es un ser que contiene muchos ojos sobre su cabeza, la cual está soportada por un cuerpo de piel oscura con inscripciones de un lenguaje que proviene de la genialidad creativa del autor. La presencia de este personaje con apariencia ancestral, pero con mensajes futuristas, se eleva ante la mirada minúscula de los transeúntes; sin embargo, permanece atrapado entre los murales de Bluny y Jez (artistas locales de Cartagena), como haciéndoles un marco protector, a pesar de que la humedad promete en tragarse a pequeños sorbos, la materia restante con la que está creado este «autorretrato» de Ródez.
De este mural sobreviviente, tan inquietante y enigmático, no se encuentra registro alguno, pero es inevitable reconocer en él, al mismísimo Ródez. Por esta razón creo que traigo a este espacio, la imagen que evidencia la existencia de esta importante pintura.
Se puede percibir o sospechar, el misticismo que encubre muchas preguntas sobre este escandaloso y extraño ser, que se revela en silencio sobre los muros, como aquel silencio que esconden los personajes del Bosco.
Esta policrómica creación yace huérfana y abandonada en un mundo atemorizante, con ganas de correr, de gritar; sus ojos se agazapan en el miedo y el desconsuelo, son el reflejo de la negación del querer vivir petrificado en medio del esmog y los turistas alicorados con delirios de instagramers.
Desde lo personal, me pasó algo muy curioso en el mes de julio del presente año, relacionado con este mural de Ródez ubicado en las calles del antiguo barrio de Getsemaní, pues en diciembre del 2021, tuve la oportunidad de pintar un muro en la Reserva Piscícola La Katia, en la sierra nevada de Santa Marta, exactamente en el Calabazo.
Allí encontré una conexión, sin apelar a la comparación, ya que su obra posee un insuperable sentido estético, un sentir que comparto con el ya desaparecido artista. creo que encontré una frecuencia que me conectó directamente a partir de mi pintura, con la que me golpeó en Getsemaní.
Hoy en día, el mural que habita en la Sierra Nevada, llamado Homo-Onca, comparte una cercanía con las cenizas de Ródez, las cuales fueron regadas sobre esos terrenos ancestrales y llenos de inspiración.
Que la magia siga llenando la inspiración de tu legado, que los muros sean monumentos a la alegría de poder pintar y transformar nuestras oscuras realidades, en psicodelia, folclor y grandeza.
Gracias, maestro, por el regalo de compartir de manera incondicional, tu talento y conocimiento con un carácter apasionado.
[1] Édgar Tito Rodríguez Acevedo era su nombre de Pila; ‘Ródez’, su seudónimo. Nacido en Bogotá, el artista se posicionó como uno de los íconos del arte urbano latinoamericano. De acuerdo con Infobae, «alcanzó a ilustrar más de 50 libros, desde cuentos infantiles hasta textos para adultos, y portadas de la revista El Malpensante»