25 Segundos

«Por fin pasará algo que romperá la rutina del día y me permitirá ocupar mis pensamientos en otra cosa que no sea ella»

(Bogotá D.C., Colombia)

Por, Andrés Angulo Linares

Solo espero que algo extraordinario ocurra. A 60 kilómetros por hora, el paisaje de la ciudad, atravesado por un grande y presuroso gusano de color rojo enfado, se torna difuso. 

En un semáforo, en la esquina de sentido contrario, veo a una pareja forcejear. Él, un hombre negro alto, toma por los brazos a la mujer y la sacude con fuerza. 

—¿¡Qué le pasa, Toño!? ¡No sea hijueputa!— Grita ella enfurecida. 

«Por fin pasará algo que romperá la rutina del día y me permitirá ocupar mis pensamientos en otra cosa que no sea ella», pienso. 

Sigo con atención la vergonzosa escena. Él la empuja. Ella, joven y briosa, le sigue gritando, al tiempo que lanza puños buscando el rostro de su agresor.

Gancho de izquierda, Jab de derecha, gancho de izquierda. Jab de derecha directo a la barbilla. Izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda, izquierda, izquierda. El hombre no cae. 

Llega un árbitro. Bolillo en mano, vestido de verde y con la palabra Policía grabada en su chaqueta y gorra.

—¡Quietos! —Grita con autoridad.

Gancho de derecha directo al mentón del policía. Suena un golpe seco, ella cae.

El policía se agarra el pecho con su mano derecha, su rostro palidece y la sangre se riega con rapidez sobre su uniforme. Cae lentamente mientras intenta agarrarse de la camisa de Toño.

Es demasiado tarde, el hombre que discutía con la mujer, con tres puñaladas definitivas, vengó el golpe que ella recibió por parte del patrullero. 

Él levanta a la mujer, le pasa un trapo por la frente, la besa y se pierde con ella entre una de las calles. Nadie hace nada. Los compañeros de Varela, el patrullero, no llegaron, mientras que él, en el piso, vomita sangre y deja de moverse. En el periódico dijeron al día siguiente que era su primer día como policía. 

El semáforo cambió. Los 25 segundos que tarda en hacerlo, indicaron que la función finalizó a las 2:23 con 25. Ellos: Toño, su novia y el patrullero, sí que rompieron la rutina.

Yo, sigo pensado en ella.

El secreto de la ventana

El secreto de la ventana

Pensamientos encarnizados de tu viejo lo llevan a tocarte. Mala sangre es tu padre y no sabes qué hacer.

Por, El Poeta Ebrio

Con los ojos húmedos miras expectante tus sueños a través de la ventana. Aunque eres muy joven, llevas mucho tiempo perdida en su laberinto.

Las marcas que dejó en tu cuerpo te hacen llorar y sin prisa narran tu historia.

Pensamientos encarnizados de tu viejo lo llevan a tocarte. Mala sangre es tu padre y no sabes qué hacer.

Es muy temprano, sales de tu caja a caminar sin rumbo, buscas un nuevo aire, no llevas prisa.

El vino es tu escape, ahoga tu tristeza y a él te entregas como escape a tu dolor.

Ya es muy tarde, no quieres regresar a casa. Sentada en un parque sabes que se acerca la hora, ya es media noche, debes regresar a ella.

Pensamientos encarnizados de tu viejo lo llevan a desearte. Mala sangre es tu padre y no sabes qué hacer.

Estás en casa, con zozobra y miedo miras a través de la ventana. Le temes al ogro que se esconde detrás de ti.

¿Quién es?

¿Quién es?

El tiempo no avanza, el reloj se detiene, mientras los golpes se hacen cada vez más fuertes

Por, Las Letras del Poeta Ebrio

Escucho un golpe.

—¿Quién es? —Pregunto. Nadie contesta.

—¿Quién es? —Pregunto de nuevo.

Llama de nuevo.

—¿Quién es? —Nadie responde.

¿Será un fantasma? Y solo responde la melodía de su golpe desesperado. ¿Quién será? ¿No se cansa de tocar?

—¡No más por favor! —grito— ¡Déjame descansar! Trato de dormir, quiero paz.

Vuelve a tocar. ¿Será ella? Se repite aquella pregunta en mi cabeza y aguardo el golpe que seguro se repetirá.

El tiempo no avanza, el reloj se detiene, mientras los golpes se hacen cada vez más fuertes. ¿Será ella? Vuelve a tocar una vez más. Una y otra vez.

¿Será ella? Estoy seguro que es ella. Quién más puede ser sino ella que no se cansa de tocar. Nadie más puede ser. No recuerdo su cabello, no recuerdo su nombre.

¡Estoy harto de aquel golpe repetitivo! Es un juego que no tiene sentido. Llama de nuevo a la puerta. ¡Golpea, golpea, golpea de nuevo esa maldita puerta!

—¿Quién eres?, ¿qué quieres?, ¿por qué insistes?

Ese golpe. ¡Ese maldito golpe!… Su ritmo es desesperado, el eco que produce sobre la madera retumba en mi cabeza.

—¿Quién es? —Pregunto sin fuerza…

Al fin la puerta se abre…

Un largo silencio acompaña nuestras miradas. Mientras la sorpresa llena de mi cabeza de melancolía, un adiós se asoma de sus labios…

Finalmente, quien llamaba sí era ella. Y el ataúd se volvió a cerrar.