Para los anti-taurinos la gente que va a las corridas es un grupo de trogloditas salvajes que asisten a ver un espectáculo sádico y cruel, mientras que para los taurinos es inaceptable que les pretendan eliminar una hermosa tradición donde no se le hace daño a nadie (diferente al toro claro está), y donde el torero lidia al toro que, por cierto, fue criado para cumplir tan noble faena.
Por, Burrócrata
Advertencia al lector: Si busca un escrito que hable con la técnica taurina o describa los pormenores de una corrida de toros, le sugiero que busque un conocedor y no pierda su tiempo leyendo estas líneas, en caso contrario tampoco le sugiero que las lea, pero si cuenta con suerte, quizás encuentre algún elemento para aportar al debate.
Confieso que poco o nada me ha interesado la polémica alrededor de las corridas de toros, siempre he creído que hay problemas en el mundo muchísimo más relevantes para esta pobre humanidad agobiada y doliente, que una discusión entre minorías, porque no nos digamos mentiras, los taurinos y los anti-taurinos son minoría y como discusión política sólo son importantes en la medida que sirvan como distractor de los problemas que aquejan a los políticos de turno. Lo curioso es que me vi llevado a este debate de una manera que calificaría cuando menos de accidental.
Estaba en mi oficina pensando en las múltiples bobadas que trae consigo un día laboral común y silvestre, hasta que fui interrumpido por George[1], quién me llamó a la sala de juntas en medio de un sigilo extrañamente inusual en él y me dijo: «Le tengo plan para el fin de semana: lo invito a toros, señor». Admito que de las cien mil ideas de planes para realizar, jamás, en serio, jamás se me hubiera ocurrido que me hicieran precisamente ese tipo de invitación, la que acepté más por pena con el compañero, que porque me llamara la atención una corrida de toros.
Pero aquí me parece importante hablar de George, un agradable sujeto famoso en mi empleo por dos cosas: su amor a los toros (Le dicen “El Gitanillo del Quiroga” entre otros apodos relacionados) y al Independiente Santa Fe. A ambos eventos asiste regularmente, teniendo en cuenta que pasa de los 50 otoños, que Santa fe duró mucho tiempo en la mala y que, además, es abonado a la Santa María desde siempre, creo que es un sujeto leal a sus gustos ¿cuantos hinchas de fútbol no han pisado un estadio en su vida?, a una persona así difícilmente le diría que no le acepto su invitación.
Mirado el debate desde una perspectiva muy lejana se observan los dos extremos; por un lado se considera que la corrida es una tortura para el animal, mientras que de la otra esquina simplemente se apela a la cultura y la tradición taurina. Para los anti-taurinos la gente que va a las corridas es un grupo de trogloditas salvajes que asisten a ver un espectáculo sádico y cruel, mientras que para los taurinos es inaceptable que les pretendan eliminar una hermosa tradición donde no se le hace daño a nadie (diferente al toro claro está), y donde el torero lidia al toro que, por cierto, fue criado para cumplir tan noble faena.
Y sin fijar posición alguna me fui así desprevenido a la Plaza de Toros de Santamaría (por primera vez), y de entrada me encuentro con un dispositivo policial con tres anillos de seguridad, el primero comienza frente al edificio de FONADE, donde me encontré con George quien llevaba mi kit taurino, el cual constaba del cojín –sin el cojín las dos hora y media o tres horas que puede durar, la corrida sería invivible–, la famosa bota con una mezcla que contenía entre otras vainas: ron, manzanilla, gaseosa de uva y unas gotas amargas –le pregunté a George de qué se componen y sólo atinó a decirme que siempre las ha comprado al frente de la Santa María–, el segundo anillo a la altura de la séptima y el último continúa hasta la misma plaza; en la entrada queda claro que el espectáculo no es para cualquiera, no se trata directamente de estratificación, pero de manera indirecta se excluyen a los personas más pobres, debido a que para ir en pareja se requieren mínimo $ 500.000 por domingo (el costo de la boleta es de más de $150.000 por persona, los ingredientes de la bota, almuerzo y cierre de corrida con algunas cervecitas o traguito a bordo) y la temporada es de cada domingo entre enero y febrero.
Asisten pocas mujeres, algunas muy atractivas, pero realmente la mayoría de los que ingresan superan los 50 años, eso sí, todos debidamente ataviados en lo que cada uno considera es el look taurino, algunos con pinta de hacendados (claramente sin serlo), otros con algo más deportivo, pero independientemente de su outfit tienen por objetivo disfrutar de un espectáculo o de los eventos que se dan a su alrededor.
Ya adentro de la Plaza el espectáculo es un ritual: primero salen los participantes (salvo el toro).
Alguacilillos: No, el nombre no se los dio Ned Flanders aunque así pareciera, su función es tan ridícula como el nombre, salen de primeros en la comitiva y les dan una llave que abre la puerta donde salen los toros (Es una bobada intrascendente para semejante ritual) y además cortan los premios, ¡BAH!
Picador: un jinete que maneja una lanza cuya función consiste en picar una vez al toro, en mi opinión absolutamente inexperta, es un tipo que no le quita ni le pone a la corrida no le vi el sentido artístico (Como podrá ir adivinando el lector, los nombres en el toreo parecen haber sido diseñados por unos físicos nucleares), su asistente se llama Monosabio (no vi o entendí su función)
Mozo de espadas: asistente del Torero para el capote y las espadas (Que nombre tan ingenioso), está en las barreras sosteniendo el equipamiento del torero, perfectamente esos trastes podrían estar colgados o en el suelo y daría lo mismo.
Areneros: No hacen referencia a los de internet; aquí son los que limpian la arena. (Otro nombre poco sugestivo)
Mulilleros: Los sujetos que mueven las mulas que arrastran los cadáveres de los animales por la plaza, se supone realzan la muerte de los toros, tienen algún tipo de traje tradicional, se ven chistosos y el espectáculo poco gana con ellos.
Y ahora los que en mi opinión son los que realmente amenizan la vaina:
Banderillero: Únicamente con su cuerpo se enfrentan al toro manipulando unas varas forradas, el objetivo es clavárselas detrás de la cabeza del animal, en el morro, además asisten al torero si se requiere (incluso toreando por unos instantes al animal). Visten con los mismos trajes ‘súper varoniles’ de los toreros, pero sí me pareció valiente su labor, a lo sumo que aspiran es dar un saludo a la plaza.
Torero: Con un traje de luces (por demás boleta), de diversos colores –lo vi en rosado, fucsia y rojo– sale el torero, cuyas funciones en mi entender se resumen en tres: primera, recibir al toro y “llevarlo” hasta el picador; segunda, lidiar propiamente al animal después de la acción del picador y de los banderilleros; tercera, matar al toro –según lo que me explicaron–, se llama la suerte suprema, donde el objetivo del torero es apuntarle a un punto en la espalda del vacuno –el morro– y clavarle la espada hasta la empuñadura.
Me quiero detener un momento aquí: en lo que vi, la corrida tiene algunos premios y castigos rituales, si se me permite la palabra, donde el torero es premiado o recibe algún castigo (para la vergüenza) por parte de la presidencia.
Primero: si el Torero y el toro dan un buen espectáculo, les ambientan musicalmente la faena (hasta que ocurra un error), y si logran una buena faena con una adecuada ejecución, la presidencia les concede una o dos orejas y el rabo, en caso contrario el animal puede ser devuelto al corral o puede terminar descabellado (punzado por una espada en un punto específico detrás de la cabeza que hace que su muerte sea o parezca instantánea). Sin embargo, no siempre es de esta manera (porque debe intentarse varias veces) y el animal sufre innecesariamente. Desde la perspectiva del Torero, una mala jornada.
La corrida a la que asistí fue en realidad mala. Recuerdo a Moreno quien, de acuerdo con George había sido un buen novillero (algo así como un torero júnior), pero que no mostró destreza alguna desde mi perspectiva. Hubo otro, el ‘Paco Perlaza’, a mis ojos el hombre hizo lo que pudo, pero no tuvo toro bueno. Sin embargo me pareció bueno asistir a una mala jornada para poder comprender algunas cosas.
Días después de asistir al espectáculo puedo concluir:
El espectáculo es muy costoso para lo que contiene y es susceptible de múltiples mejoras: creo que los toros se verían mejor un sábado, ayudaría muchísimo a la economía de los alrededores (muchas personas viven de esto), adentro deberían vender comida y bebida (no necesariamente alcohólica, aunque no me parece grave, ya que el público es muy educado), y la estructura puede ser mejorada: los escalones son en concreto y el espectáculo dura tres horas aproximadamente.
No creo que el ir a toros convierta a la gente en un tumulto de locos viendo un espectáculo sádico o cruel, aunque sí tiene sus momentos desagradables y, por demás, el toro sólo se salva en dos momentos: cuando lo devuelven al corral por manso (supongo que termina en el plato) y cuando lo indultan y se convierte en semental; pero en sí mismo el toro sufre innecesariamente cuando el torero no es hábil o cuando la presidencia no lo devuelve al corral teniéndolo que hacer.
No se trata tampoco de convertir en héroe al torero, los llaman maestros y no veo por qué, pero sí admito que hay que tener valor, arriesgan la vida en una labor que puede ser del agrado o no de las personas, también son corneados y aunque obviamente no en la misma proporción de los toros, también mueren.
Finalmente creo que las corridas de toros van a desaparecer en pocos años, no será por vía judicial o por consultas –que por cierto no son democráticas, sino una dictadura de mayorías–, simplemente dejarán de existir porque es impopular y cada vez asiste menos gente. No me desagradó, pero tampoco sería asistente habitual, y menos por tan elevado costo, si usted no gusta de los toros o considera que el espectáculo es denigrante, le sugiero que no asista. No obstante, es fundamental que respetemos los gustos de los demás, máxime cuando existen ‘jijuemil’ problemas realmente importantes en este país.
Lo que sí confirmo, es que como dicen por ahí: Matar una cucaracha te convierte en héroe, pero hacerlo con una mariposa te hace cruel y asesino. ¡Definitivamente la moral tiene criterios estéticos!
Crónica y fotografía: Burrócrata