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Cuarto capítulo | Tripofobia y otros delirios

Sebastián es mi mejor amigo, también el más grande y zoquete de todos los zoquetes que me rodean.

―¡Una mierda!

―Sebas, fresco. Todo bien, fue solamente un sueño.

―¿Un sueño, ‘Pipe’? ¿Un sueño?

―Sebas, hermano… no le pongas tanto color.

―No, marica. No fue solamente un “sueño”. A ver, hermano…

Sebastián es mi mejor amigo, también el más grande y zoquete de todos los zoquetes que me rodean. Tiene 25 años y cuando no está trabado, está disperso entre los demonios que se pasean por su cabeza. Es un buen tipo, el mejor diría yo. Pero, sostener una conversación sin querer meterle un puño es realmente complicado.

―Pero, parce. ¿Cuántas veces has llegado con tus historias? ¿Cuántas veces has visto sombras que te persiguen? ¿Cuántas veces has sido atacado por criaturas que salen debajo de tu cama? ―. Le pregunto insistentemente.

―Esta vez es diferente. No ha sido solamente un “sueño” … con el de hoy son 16 veces. ―Responde.

―¡Ja, ja, ja! Sí. ¡Cómo no! 16 veces, todas a las dos y treinta cinco de la mañana. ¿Cierto? ¡Pffff!

―’Pipe’, en serio. La primera vez solamente sentí asco y desperté. No recuerdo más.

Es un tipo trastornado. Las ideas de su cabeza deambulan del mismo modo que él lo hace por las calles del barrio: confundidas, delirantes y sin rumbo. De parque en parque, de billar en billar, de bar en bar, la vida se le está yendo sumergido entre la fantasía de ser ‘El poeta de la angustia y la depresión’ y la inmundicia que crece en su habitación.

―¡Eran un asco, ‘Pipe’! Mis pies eran un asco. Tenían pequeños agujeros deformes que dejaban ver mi carne. No podía dejar de mirarlos.

Más de una vez he sentido que saldrá un ñero debajo de su reguero de ropa a pedirme plata; más de una vez he pensado que algún día encontrarán su cuerpo tirado entre calzoncillos, medias, condones y botellas.

―Así pasó las primeras noches. Mis pies estaban cubiertos de agujeros deformes, algunas veces eran negros, otras eran rojos. Me despertaba gritando con ganas de vomitar, sentía que me picaba todo el cuerpo. ¡Una mierda! ―Continúa.

Mientras escucho los delirios de Sebastián pienso en Jazmín. Imagino que le cuento con detalle las fantasías que él me comenta, mientras le digo: «no, amor. Él es un buen tipo». Imagino que ella me responde: «Quiero que le tomes distancia, Felipe. ¡PUN-TO!». Así, toda bravita, queriendo marcar territorio. Sonrío.

¡Payaso! ―Me dice la voz del escarabajo en mi cabeza y añade― ¿”Así, toda bravita”? Idiota. ¡Jua, jua, ja!

¡Lárgate! Déjame soñar ―, le respondo.

Empecé a hablar con Sebastián hace dos años cuando lo vi echando cuentos en el parque. Su aspecto siempre ha sido más que descuidado. Siempre está vestido con sacos de lana escurridos, jeans curtidos de mugre y camisetas viejas. A ratos pienso que intenta emular a Kurt Cobain. Usa Converse. ¡Quién no! Sin embargo, su aspecto, lejos de dar miedo resulta inquietante. Dan ganas de conversar con él, sus palabras están llenas de melancolía, saben a depresión, saben a vida.

―Después de la cuarta noche empecé a ver cómo salía pus de los agujeros―. Intenta explicarme.

―¿Has pensado en bañarte, Sebas? ―Le respondo.

―¡Qué chimba de amigo, Felipe!― Me recrimina el insecto.

Mi chiste flojo jodió a Sebastián. Me mira fijamente. Tiene los ojos aguados y su mirada expresa mucha más tristeza que de costumbre. Recuerdo que la última chica con la que salió le decía ‘el muchacho de los ojos tristes’.

―Lo siento, Sebas.

―¿”Lo siento”? ¿Así lo arreglas todo, mocoso? ―Me reclama el escarabajo.

―Mátate, puto insecto. No es asunto tuyo. ―Le respondo.

Créeme… Sí que lo es. ―Me responde de manera irónica.

―Todo bien, Felipe. Todo Bien. ―Expresa Sebastián sin mayor emoción.

¡La cagué! A pesar de lo fantasioso que resulta su relato y del desorden mental de su cabeza, empieza a inquietarme su historia.

―Claro, cómo tú eres tan normal ¡Baboso!  ―Me increpa el escarabajo.

Prefiero ignorar al insecto estúpido y trato de concentrarme en Sebastián.

―Sebas, hablando en serio ¿has visto algo? ¿Fotografías, películas o algo que te haya perturbado? ―. Le pregunto.

―Lo raro no era el pus. Lo raro comenzaría dos noches después. ―Continúa con su relato.

―Muchas veces los sueños solo son recreaciones exageradas de algún instante de la realidad. ―Le respondo, tratando de darle una explicación lógica.

¿Qué? ¿Ahora eres experto, pelmazo? ―Me pregunta el escarabajo.

―Lo raro no era lo que salía de los agujeros, sino lo que entraba. ―Prosigue Sebastián.

Sebas ha estado conmigo en momentos definitivos. Con el tiempo, entre charlas, cigarrillos y vino, la confianza en él fue aumentando. Es un loco buena onda encerrado en sí mismo, atrapado entre sus propios delirios.

―Sebastián, respóndeme. ¿Has visto algo raro? ―Insisto, tratando de llamar su atención. No me escucha.

―Yo estaba en la ducha. Salió del sifón. Tenía unos dos centímetros, era de color negro. Se abrió pasó entre el pus y se metió por uno de los agujeros de mis pies. A su paso, el agujero se hacía más grande. ―Describe a medida que su voz se entrecorta.

―¡SEBASTIÁN! ―. Le grito desesperado.

Quiero golpearlo. Regresarlo a la realidad. Sus ojos están fijos en mí, pero su mirada está perdida, me traspasa. Me doy cuenta que ya no habla conmigo.

―¿Y qué querías? Con tus chistes maricas, es mejor hablar solo. ―Me reclama el escarabajo.

Ignoro al bastardo, de la misma manera en que Sebastián me ignora.

―Tenía alas, las sentí revolotear una vez entró por completo, mientras que el agujero volvía a su tamaño original. ―Sigue con su relato.

Su angustia es evidente y la mía crece con cada una de sus palabras. Siento un escalofrío que se extiende desde mis pies hacia todo mi cuerpo.

―¿QUÉÉÉÉ?´―Le pregunto con angustia.

¡Ja, ja, ja! ―Ríe el escarabajo y agrega― ¿Qué pasó, ´Pipe’, ¿de qué te acordaste? ¡Ja, ja, ja!

―Lo vi desplazarse por debajo de mi piel, mientras los agujeros continuaban esparciéndose a su paso. ―Persiste Sebastián, cada vez más alterado.

Sus ojos están dilatados, sus labios temblorosos reflejan una angustia que no le había visto antes. No es un episodio más de sus lánguidas depresiones.

―Lo vi cómo recorría mi pelvis. Los agujeros parecían perseguirlo. Quería gritar, pero no podía. El dolor empezaba a hacerse insoportable. Entre el asco y el desespero me estaba ahogando. ¡UNA MIERDA! ―. Describe.

Ahora sí se nos alocó ‘el muchacho de los ojos tristes’― Replica el escarabajo.

―¡CÁLLATE, PENDEJO! Ahora no. ―Le respondo con impaciencia.

―Sebastián, cálmate. ¡SEBASTIÁN! ―Intento detenerlo en su traumática narración.

Me ignora.

―Llegó a mi garganta. Intentaba detenerlo, pero la repulsión de ver cómo usaba mi piel como un túnel me detenía. Intentaba rascarme, pero solo veía cómo salía más pus, más sangre. Ya no eran simple agujeros, eran llagas que se descomponían a su paso.

Él terminará muerto ¿Lo sabes, cierto? ― Replicó el escarabajo.

―Atravesó mi rostro. Sentía cómo se desplazaba a través de mi mejilla y ojo izquierdos, hasta llegar a la sien. ―Continúa entre sollozos.

La angustia es evidente. Trato de tomarlo por los hombros y sacudirlo buscando alguna reacción. Intento abrazarlo, pero sigue hablando.

―Desde ese día no deja de hablarme; me atormenta, ‘Pipe. ―Me explica, mientras me mira a los ojos.


Parece que Sebastián está regresando a la realidad, su voz se hace más pausada mientras las lágrimas cubren su rostro.

Vamos, Sebastián. Cuéntanos más. ¡Ja, ja, ja! ―Dice el insecto, mientras yo continúo ignorándolo.

―Sebas, hermano. Por favor, trata de escucharme. ―Trato de calmarlo.

―Me acaba de decir que te mate, Felipe.

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