La citación a indagatoria del 8 de octubre pasará a la historia del país, como el día en el que Álvaro Uribe fue citado por la justicia a responder por las acusaciones que pesan en su contra por los delitos –supuestos, deben decir los medios– de fraude procesal y soborno.
Una fecha con una carga simbólica enorme para la historia de un país que no ha parado de sangrar un solo día, pero que, además, debe soportar sobre sí misma, el peso de la ignominia que significa entender que no pasará de ser una acción judicial en la que el expresidente, sí o sí, saldrá airoso.
Aunque recibiera una improbable condena en caso de que su culpabilidad fuese probada por la Corte Suprema de Justicia, para sus abnegados, radicales y violentos fieles, será recordado como un mártir que entregó todo por defender la patria.
Uribe no conoce la autocrítica, mucho menos la derrota. Sabe que pase lo que pase ya se alzó con una victoria, vergonzosa por cierto, y que nos define como sociedad. Él ya garantizó que su nombre fuese un símbolo de amor y sacrificio por la patria.
Uribe ganó, no lo hizo el pasado miércoles. Su victoria ha sido constante y progresiva, con el paso del tiempo se ha fortalecido y ha logrado reconstruirse y redefinirse en las circunstancias más adversas.
La conquista empezó a dibujarse mucho antes de su llegada al poder en 2002. Lo hizo cuando su nombre empezó a mencionarse como la opción definitiva para lograr un país más seguro, libre del monstruo de la guerrilla, construida sobre valores cristianos y de obediencia absoluta, sumisa y cómplice de las instituciones.
Uribe no ha dado pasos de derrota, al menos no definitivos. La abnegación de sus seguidores no conoce de argumentos, evidencias y mucho menos de fallos judiciales. Un ganador que pase lo que pase con su futuro político, sabe que su legado ya logró regarse como cáncer en nuestra sociedad. El daño está hecho, con doloroso pesimismo, también se ha hecho incurable.
La victoria de Uribe empezó a tomar forma cuando su discurso logró penetrar la sensibilidad de una cantidad representativa de colombianos que vieron en él una figura protectora, capaz de actuar sin piedad ante ello que, con esmero, les fue enseñado como enemigo de la bandera.
Uribe empezó a ganar cuando logró reemplazar la evidencia con demagogia, cuando el imaginario de seguridad que construyó, hizo de los viajes por carretera –estos también imaginarios– de sus seguidores, muchos más seguros. Cada pulgar levantado por un soldado fue abono para su victoria. La patria se redefinió, entonces, bajo los preceptos de este padre vengador.
Uribe no se fue por las ramas, llegó directo al corazón de cada colombiano que vio en él un mesías cruel, pero justo; noble, pero frentero; vengador, pero sensible.
Uribe vistió a la venganza de justicia; a los periodistas faranduleros y amañados, de amigos suyos; a Santos de traidor; a Andrés Felipe Arias de víctima; a las pruebas en su contra de persecución; a sus opositores de terroristas; a la corrupción de democracia, a 2.248 jóvenes campesinos de guerrilleros.
Uribe ganó cuando fue elegido por primera vez presidente, también cuando logró una reforma que le permitió reelegirse por cuatro años más. Su paso hacia la victoria se mostró imparable cuando a Juan Manuel Santos “I” le fue impuesta la cinta presidencial, gracias a que fue presentado como el sucesor al trono. Pareció detenerse la conquista del uribismo cuando Santos reconoció que en el país existía un conflicto armado, que la solución no estaba detrás de un cañón, sino en la búsqueda de un acuerdo que nos permitiera pensar en nuevos escenarios de discusión, en los cuales la violencia fuera reemplazada por el debate político.
Pero Uribe demostró estar más fuerte que nunca cuando logró imponer un imaginario como el nuevo “coco” del país: el ‘castrochavismo’, allí comprobó que no requería de una gran trama para seducir a sus seguidores, todo lo contrario, comprendió lo que su audiencia quería oír: venganza, venganza por aquí, venganza por allá.
El 2 de octubre de 2016 nos dio, a quienes nos oponemos a su proyecto de país, un golpe certero cuando el No superó a la intención de darle legitimidad a la firma de lo acordado en La Habana. De esa herida el país aún no se recupera, porque el hecho de no ser reconocida su victoria, significó darle más fuerza al sector uribista que en ese momento encontró alicientes para alegar una supuesta persecución política.
El mal llamado ‘Gran Colombiano’ encontró terreno fértil para sembrar la semilla del odio, y su plan de hacer trizas los acuerdos se concretó con la victoria de Iván Duque, músico y futbolista frustrado con un talento innato para argumentar estupideces y generar burlas a nivel internacional, un simpático personaje que demostró que cualquiera puede ser presidente, siempre y cuando, cuente con la bendición de ese ser mitificado de mano firme y corazón grande.
Uribe es el patrón, sus funcionarios los peones y sus seguidores el resto del potrero que, mientras mastican conformes el pasto de su discurso, posan indiferentes ante la evidencia. No nos equivoquemos, el problema de ellos no es la falta de memoria, es la falta de vergüenza, es la ingenuidad vestida de cinismo, con la cual defienden a su protector a capa y machete si es preciso.
Un país creyente, como lo es Colombia, si tuviese que elegir entre Jesucristo y Álvaro Uribe, estaríamos viendo el fin del cristianismo y la conquista de una nueva religión: el uribismo.
Aceptar la derrota no significa rendirse, no se traduce en resignación, ni mucho menos en obediencia. Asumirla, por lo contrario, nos permitirá trabajar con mucha más fuerza en un nuevo proyecto político que en el largo plazo cosechará los primeros frutos para las futuras generaciones.
Si el uribismo entrena a sus seguidores, nosotros deberemos educar; si el ataque es la censura, nuestra respuesta será la de buscar nuevos espacios de comunicación; si ellos no conocen otra forma de hacer política que la calumnia, la mentira y la corrupción, tendremos que mantenernos firmes en nuestras convicciones con altura y ética, evitando caer en los mismos trucos; si ellos solo conocen la agresión en contra de quienes piensan diferente, nosotros acudiremos al debate como mecanismo de paz; si su principal arma es la ingenuidad de sus seguidores, la nuestra será la desconfianza, ante cualquiera que se defina a sí mismo como salvador.
4 Comentario
Excelente escrito, felicitaciones, ojala no sean silenciados por el dios Uribe. Dios nos guarde.
Excelente. No conocía este medio periodístico.
Me gustaría conocer no solo el nombre del portal sino de su Director, responsable o responsables de la publicación, solo por curiosidad, pues parece que se trata de una publicación anti uribista, únicamente.De hecho, refuté este artículo en las Dos Orillas.
De lo contrario, me encantaría publicar uno que otro artículo sobre temas políticos o cualquiera otro.
Sigan vertiendo veneno, hasta que se intoxiquen ( al estilo Cepeda y Aída ,Petro y demás de la misma especie)
Gústeles o nó Uribe , después de Rojas Pinilla, ha sido el mejor presidente de este agobiado país.