La profesora Carolina Sanín compartió con Rugidos Disidentes una pertinente reflexión que realizó en su muro de Facebook
Bueno. Hace un rato me pasó que llegué tarde a una pelea callejera (madrugué, bendito sea Dios) en una calle de por aquí que estaban arreglando. Un joven muy indignado se peleaba con los obreros, porque estaban ahí parados o porque se tropezó o porque la calle estaba cerrada (no sé por qué, ya dije que llegué tarde) y les gritaba: «¡Con plata de mi bolsillo!» «¡Con mis impuestos!». Y pensé en ese grito de guerra que todos hemos lanzado una vez, o más bien muchas, de «Son mis impuestos», y pensé en lo ridículo y vacío que es. Y aquel jovenzuelo no sé yo qué impuestos pagaría, pero me hizo pensar que cuando lanzamos esa exclamación como que se nos llena la boca y la barriga.
Como que en realidad la decimos para sentir que tenemos mucho y damos mucho, y para sentir que de nosotros depende o debería depender algo, y, en últimas, porque no queremos pagar impuestos. Es una exclamación de impotentes, de roñosos y de pelagatos. Y de ella sigue, claro, que la gente evada impuestos con la otra consabida exclamación de: «¿Para qué voy a pagar? ¿Para que se los roben?» Según los indignados contribuyentes, el Estado no debería pagar salarios y nadie debería tener empleos que no fueran creados por la empresa privada y celosamente vigilados por un capataz también privado, me imagino.
Yo pago impuestos (los impuestos, no «mis» impuestos, pues precisamente los impuestos no son de uno, sino comunes) cariacontecida, como todos, pero hoy vi la autocomplacencia y el engaño que se encierran en el grito indignado de «Son mis impuestos». Los impuestos hay que pagarlos, se los roben o no. Si otro es el ladrón, no va a serlo uno. Y si se usa mal el dinero público, es malo que se use mal porque es mala la torpeza y es malo el desperdicio y porque es dinero público, y no porque sea «mío» (además, que ni mis impuestos ni los suyos alcanzan para nada que digamos, señorito). Los obreros de la calle, a los que, por cierto, también de su salario les descuentan impuestos, miraban atónitos al joven aquel. Ellos tenían una calle por arreglar, mal o bien, y un trabajo de mierda por hacer, como son de mierda todos los trabajos del mundo. Por mi parte, no vuelvo a decir eso de «¡Con mis impuestos!», mientras no sea archimultimillonaria y gran contribuyente, o ministra de Hacienda, que ninguna de las dos cosas seré nunca (bendito sea Dios muchas veces), ni diré: «Los congresistas se toman vacaciones en Europa con mis impuestos» (pues, si no me alcanza lo que gano para viajar a Europa, mucho menos alcanzará el 20% para que viaje un congresista, por más que me las dé de que pago mucho), ni diré ninguno de esos lugares comunes. Ya vi que es una gran vulgaridad.
Por, Carolina Sanín
Imagen tomada de Internet: Unipymes