«De pronto, vio el agua moverse de manera extraña; se acercó al lago y de él salió flotando aquella manilla»
(Madrid, Cundinamarca, Colombia)
Por, Íngrid Katherine Murcia Ávila
Elisa es una niña de 12 años, que cada verano iba a pasarlo a la casa de una de sus tías, para compartir tiempo con sus primas. Su tía vivía en una casita muy linda, rodeada de naturaleza, en un pueblito bastante tranquilo. Quedaba cerca de un hermoso lago de agua casi cristalina, donde, si te asomabas para ver tu reflejo, podías ver a los peces, y si te acercabas un poco más, se podía apreciar el fondo del lago.
Ese año (al igual que los anteriores) estando en casa de su tía, hablaron con sus primas, acerca de sus vidas hasta llegada la madrugada. Pero, ese verano no era como los de antes, pues estaban pasando de ser niñas a convertirse en mujeres, y estaban encantadas con la ilusión del primer amor.

Ana y Lucía, sus primas, hablaban alegremente de un par de chicos con los que iban a la escuela. En sus ojos se notaba un brillo diferente, en sus voces un toque de emoción, un toque de ilusión al contar sus historias, muy inocentes pero a la vez algo pícaras.
Elisa no opinaba, sólo escuchaba esas charlas, porque no entendía lo qué decían sus primas, pues no sabía que era eso del amor, del que tanto hablaban. Ella normalmente no tenía contacto con chicos, porque estudiaba en una escuela femenina, en donde ni siquiera había profesores de sexo masculino.
Sus primas llevaban toda la mañana con el mismo tema, por eso, Elisa decidió salir a dar un pequeño paseo hacia el lago. Nadie se percató que ella había salido. Caminó un buen rato pensando y cuestionándose por qué sus primas se comportaban de esa manera.
Se sentó en un tronco grande que había a la orilla del lago, y por un momento sus pensamientos se perdieron en la transparencia del agua que tenía en frente. En un instante, vio algo al otro lado del lago. Al parecer era la silueta de un muchacho, que no lograba ver bien pues tenía el sol de frente. Decidió rodear el lago para mirar quién estaba al otro extremo.
En ningún momento apartó la vista de esa extraña silueta, a medida que se fue acercando pudo verlo claramente, era un chico. Se acercó muy tímidamente hacia él, y le preguntó si vivía cerca. Él alzó la mirada y le sonrió, afirmando y aclarándole que residía hacia el otro extremo del pueblo.
A Elisa le pareció una persona muy amable, continuando la conversación. Cuando menos lo pensó el sol se estaba poniendo, y un hermoso atardecer se reflejaba en las cristalinas aguas del lago. ¡Era una escena realmente maravillosa! Se quedaron juntos viendo su reflejo en el agua, sin decir palabra.
Acordaron verse al día siguiente, en ese mismo lugar y a la misma hora. Ella se fue rápidamente para la casa de su tía.
Ana le preguntó que dónde había estado, y ella contestó que estuvo en el lago. Lucía no entendía qué hacía en ese sitio si era muy aburrido y no había algo interesante para hacer allí. Elisa quiso contarles que había conocido a un muchacho y que ahora entendía las conversaciones que ellas tenían, pero prefirió quedarse en silencio.
Así transcurrió el verano. Cada tarde, Elisa se dirigía al lago a verse con su amigo, hablaban de todo, se contaban de sus vidas, sus planes, de lo que les gustaba, de lo que no, sus sueños y sus miedos, absolutamente todo.
Llegó el fin del verano y Elisa debía volver a su casa. Tristemente no tuvo tiempo de ir a despedirse de su amigo, aunque él sabía que ella debía partir muy temprano en la mañana.
La última tarde en que se vieron ella le dio un regalo muy especial, había hecho un par de manillas iguales que simbolizaban su amistad, le regaló una y se quedó con la otra, para que en la distancia, cada vez que se mirarán la muñeca, sintieran la presencia del otro.
Elisa añoraba que el tiempo volara y se llegará rápido el siguiente verano. No tenía forma de escribirle ni de comunicarse de alguna manera con él, y cayó en cuenta que ni siquiera le había preguntado su nombre.
Para ella no era importante saber cómo se llamaba, sino haber compartido tanto tiempo con él y poder ser ciento por ciento sincera, sin miedo a ser juzgada, burlada, y sin rechazos.
Finalmente llegó ese añorado verano. Era la primera vez que Elisa empacaba con tanta emoción sus cosas para viajar a casa de su tía. Su madre se sintió un poco extrañada por la actitud de su hija, pero no le prestó mucha atención. Finalmente, nadie sabía qué Elisa tenía quien la estuviese esperando.
El viaje a casa de su familia se le hizo eterno. Tuvieron algunos contratiempos en el camino, llegando muy tarde, en la noche. Llegó tan cansada que se dispuso a dormir, pero no pudo hacerlo, pues no podía dejar de pensar en que al otro día podría ir a buscar al que consideraba su gran amor.
Como de costumbre, sus primas hablaban hasta la madrugada contándose sus aventuras con los muchachos, y ella solamente se dedicaba a escuchar lo que sus primas contaban, y cuando la cuestionaban si ya había conocido a algún chico que le interesara, simplemente decía que no, porque ella estudiaba sólo con niñas y no se les permitía compartir con muchachos.
A la mañana siguiente se levantó presurosa para hacer sus deberes, ayudando a su tía a hacer el almuerzo, pues quería cuanto antes desocuparse y poder salir.
Después de almorzar se arregló muy bien y salió hacia el lago. Su tía le preguntó hacia donde iba, y ella contestó, muy alegremente:
—voy a caminar por el lago.
Su tía no le prestó atención y siguió con sus cosas. Simplemente le dijo que no se demorara.
A medida que Elisa se acercaba al lago, sentía cómo su corazón latía más duro y más rápido.
Al fin llegó, pero no vio a alguien cerca. Se sentó un rato en el tronco en el que acostumbraba sentarse y se quedó mirando fijamente el agua. Veía cómo los peces nadaban y jugueteaban entre ellos. Pasó allí toda la tarde y nadie llegó. Se devolvió un poco triste preguntándose qué habría pasado con su amor, si aún vivía en el pueblo, si de pronto había conseguido alguien más con quien pasar el tiempo, si la recordaba, si la extrañaba, si la había pensado. Llegó a casa y comió muy poco, se acostó a dormir pensando en que al siguiente día iría nuevamente al lago a ver si tenía suerte.
Pasaron tres tardes y nada sucedía. Era tan grande su pena que decidió contarles a sus primas su historia con la esperanza de que tal vez ellas supieran acerca del paradero de su amor, o por lo menos su nombre.
Lucía le dijo que les describiera cómo era el chico, quedando totalmente horrorizadas al escuchar la descripción que les dio Elisa, quien no entendía el porqué de su actitud.
Sus primas le dijeron que estuviera tranquila, que la llevarían a ver a su amor. Elisa no lo podía creer, ya que al fin volvería a ver a ese muchacho que le había robado el sueño y el corazón. Salieron de la casa en dirección hacia el cementerio. Ella no entendía por qué iban a ese lugar, entonces, empezó a imaginarse muchas cosas y a medida que iban entrando, sus temores crecían. Pensaba que durante su ausencia, a su amor le había pasado algo grave y posiblemente había fallecido, y efectivamente, llegaron a una tumba que no tenía nombre, pero si una fotografía. Cuál fue su sorpresa al ver que era algo antigua, en blanco y negro y la imagen de su amor plasmada allí.
Ana y Lucía le explicaron que el de la fotografía era un chico que había vivido hacía más de 50 años en el pueblo y murió accidentalmente en el agua del lago, y por esa razón nadie se acercaba a ese sitio, pues decían que el espíritu rondaba ese lugar y alejaba a las personas que iban a pescar allí.
Elisa no salía de su asombro y no podía creer que ese joven con el que había estado hablando durante todo un verano, fuese un espíritu.
Salió corriendo a toda prisa hacia el lago, se sentó en el tronco donde siempre se hacían juntos y lloró inconsolablemente. No podía creer que la única persona con la que fue totalmente sincera y transparente, ahora no existiera. De pronto, vio el agua moverse de manera extraña; se acercó al lago y de él salió flotando aquella manilla que un día le había puesto en la muñeca a su chico enamorado. La recogió y se la puso en la muñeca, acompañando la que ella tenía.
Entonces, decidió marcharse, pero vio algo que se acercaba. Sintió miedo, pues en ocasiones en esos bosques se podían ver animales un poco salvajes; sin embargo, siguió su camino y de unos arbustos su amado salió de repente. Elisa corrió hacia él, lo abrazó y le contó todo lo que sus primas le habían dicho. Estaba convencida de que todo era una broma de muy mal gusto, pero este hombre le dijo que todo lo que le habían dicho era cierto, que él estaba muerto, pero se había enamorado de ella; y al ver su sufrimiento se acercó para despedirse. Elisa no daba crédito a lo que escuchaba y le pidió que por favor no se marchara, que ella quería estar junto a él. Estaba totalmente decidida, pero la única forma de que eso fuera posible, sería con su muerte.
Ella no lo dudó y se sumergió en el lago, del cuál jamás volvió a salir.
Al siguiente día, después de tanto buscarla, sus familiares encontraron su cuerpo inerte en las casi cristalinas aguas del lago, reflejando en su pálido rostro una expresión de felicidad.
Cuenta la leyenda, que muchas parejas van a este lago a pedir bendición y fortuna a los enamorados que habitan en sus aguas, y que en las noches de luna llena se les ve corretear felices por el bosque.
«El amor entendido más allá de la piel; un relato que trasgrede los convencionalismos del amor para convertirlo en leyenda»
Equipo Editorial Narraciones Transeúntes
Íngrid Katherine Murcia Ávila

Tengo 33 años y vivo en Madrid Cundinamarca (Colombia).
Soy docente de preescolar y me encanta hacer todo tipo de artesanías, en mis tiempos libres trato de escribir, no me centro en un género específico, en este momento estoy escribiendo lo que espero sea mi primera novela.
Muchas gracias por abrir este espacio a quienes estamos empezando en este mundo de la escritura.
Me encantó; una narración corta, pero muy interesante e intensa, me atrapó desde la primera frase.