Reflexiones sobre lo efímero

Somos efímeros. Todos, todo…

Y aun así navegamos y luchamos desesperadamente para tratar de no ahogarnos en el mar de olvido que inevitablemente nos llevará a sus profundas aguas.

Pero también somos vida. Una corta…

Una pequeñísima existencia en donde se condensan las grandes dudas. ¿Existimos con qué fin?

Tratamos de ajustar el mundo y nuestra capacidad de creer en deidades y demás, para darnos el consuelo de tener un objetivo que trascienda la existencia.

Pero eso, en lo personal, es solamente un esfuerzo fútil que enmascara el miedo a confrontarnos con una realidad insoportable…

Estamos solos y probablemente no haya un gran propósito.

Navegamos a la deriva en aguas de olvido.

 

Por, William Almonacid

 

Reseña del Autor

 

Licenciado en música de la Universidad Pedagógica Nacional.

Docente de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Facultad de Artes – ASAB.

Guitarrista de la banda de death metal Blazing.

Investigador cultural con énfasis en músicas tradicionales.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Simple, conciso, genial”

 

 

Imagen tomada de Internet: El Grito Del Tiempo

Epístola de un muerto anónimo

Sobre el cadáver del señor llamado Gordon, junto a una alberca, bajo un árbol, se halló un trozo de papel donde alguien, quizá hasta el propio Gordon había garabateado las palabras: “Anónimo dijo: esto ni se lee, ni se entiende”

Muerte en la Rúa Augusta

A quien corresponda leer:

Escribo la siguiente carta como posible escrito póstumo. La presente sirva como símbolo a todos aquéllos que logren tenerla en sus manos, si hoy, o en lo sucesivo desaparezco, es propio de mi voluntad y la necesidad que existe en mí de haber luchado contra un estado de adormecimiento y miedo continuo toda la vida. Consta evidencia de esto en todo lo que hay, y prueba de ello es el presente mismo, en donde el miedo a dejar sin respuestas a mis seres queridos me orilla a hacerlo.

Es posible sin duda salir de esto, evidenciar la extensa red de poder y corrupción que impera en esta ciudad, pero no será una palanca débil la que destape la cloaca y muestre las miasmas en las que nos hundimos cada día más. El estado ideal, pensado por la nueva ideología, hace muchos años no existe, en realidad nunca existió, los cimientos están corroídos y el soporte total de nuestra endeble existencia es el terror y los placeres vacíos, creados a priori, como soma de vida. No sabe nadie dónde estoy, he ocultado mi información y he borrado todo lo que existe de mí, me he adelantado, como una manera de luchar siendo etéreo; como una forma de que al intentar atraparme sólo encuentren humo, callejones, nada.

Así que ahora estoy vivo a efectos biológicos, pero no existo. Y en este estado de inexistencia voy camino a reunirme con otros inexistentes, aunque por su naturaleza misma dudo que los encuentre. Necesito saber que existe una forma de acabar con esto, de permitir la libertad de nuestros hermanos de ser y pensar, sin coartar libertades o derechos, ni vidas.

Si tú, amigo, das con esta carta y no deseas involucrarte en mi historia, déjala donde estaba, si por el contrario y al igual que muchos, ya despertaste, te pido esperes pacientemente y busques señales, podría esto no ser un escrito póstumo después de todo.

 

.

 

Por, Irving Pacheco Gutiérrez

Alvarado (Veracruz, México)

 

Reseña del Autor

Irving Pacheco Gutiérrez, Nace en Alvarado, estado de Veracruz y vive en Lerdo de Tejada Veracruz, estudia gastronomía dos años sin llegar a concluir su carrera, posteriormente decidiéndose como auxiliar contable. De gusto por la lectura desde pequeño, con autores como Kenneth Graham, Anne Rice, Khon Katzenbach, Thommas Man y Victor Hugo llenando el espacio de sus ideas. Escritor de ocasión.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Una escritura limpia y certera, causa intriga y envuelve al lector”

 

Imagen tomada de Internet: Practicando Cultura

Un desafío para la muerte

Esto es lo que hago, es mi deber hacerlo, fui creado para este propósito. Muchos me odian por hacer lo que hago y otros me adoran por ser lo que soy.

 

Por, Justo Morales Flores

 

—Tuve un sueño demasiado extraño. No podía despertar, lo intenté. Quería abrir los ojos pero no podía—

— ¿Qué es lo que soñabas, Benner?—

—Nada. Soñaba nada. No había imágenes, ni personas, ni animales, ni plantas. Todo era tan oscuro y silencioso, pero era extraño porque yo estaba ahí, vivo como una herida sin sanar. Recordé aquellas noches cuando el insomnio robaba mi sueño y me quedaba por horas observando el techo oscuro de mi cuarto, sin pensar absolutamente en nada—

— ¿Sabes dónde estás, Benner?—

—No importa, después de todo, no se siente tan mal. Hace ya un tiempo vi como la tierra se desmoronaba encima de mí. Tuve miedo, me sentí morir. Pero en mi sueño, imaginé que era sólo un sueño más. Las personas soñamos cosas extrañas, nuestros subconscientes son tan misteriosos.

Quiero levantarme de aquí. Hay tantas cosas que quiero hacer—

 

—Puedes levantarte sin ningún problema, el techo encima de ti no es obstáculo—

 

—Tu voz me produce temor. Te agradezco la cortesía, pero si yo lo deseara tú no estarías aquí hablándome, ni siquiera serías capaz de existir en este, mi sueño—

 

— ¿Pero que no habías despertado ya? Sé que querías tener el control de todos tus sueños, incluso lo intentaste. Sé que lo intentaste—

 

—Sólo eres un producto erróneo de lo que mi subconsciente ha creado. Eres un error, una línea mala de programación como en los sistemas de cómputo. Este sueño es mío, lo he creado a partir de una imaginación ansiosa—

 

— ¿Una imaginación ansiosa? Estuve ahí cuando cerraste los ojos Benner—

 

—Bien, no importa, te conservaré  por un tiempo más. Últimamente me he sentido muy solo, quizá tu compañía me sirva de algo—

 

— ¿No lo entiendes, Benner? No vas a quedarte en esta cama de carne podrida y huesos—

 

— ¿A dónde vas a llevarme entonces?—

 

Sólo hay un lugar al cual puedes ir, y no puedes decir no, no hay manera de que puedas evitarlo, ese lugar es tu destino—

 

—En mis sueños, me he topado con seres peores que tú, y todos intentaron matarme. ¿A qué lugar quieres llevarme con tanta prisa? ¿Por qué sientes que tienes ese derecho? ¿Quién de todos ustedes es peor?—

 

—Esto es lo que hago, es mi deber hacerlo, fui creado para este propósito. Muchos me odian por hacer lo que hago y otros me adoran por ser lo que soy.

Desde que lo soy, me he encontrado con personas que se han aferrado a aquello que ya no es suyo. Otros vienen a mí por si solos y por la razón que sea, la mayoría de todos ellos, terminan en el mismo lugar y sus lamentos se vuelven su único escape. Así que, ¿Qué haces tú cuestionándome? ¿Qué haces intentando negarme? Al final de todo, ¿Quién si no yo, llevará a todos esos seres peores que yo a un mismo destino?—

 

—Ja… ¿Cómo es que estas tan preocupado por mi opinión si dices ser tan poderoso y reservado? ¿Te preocupa que te niegue? ¿Que te tome como parte de la creación de mi sueño?—

 

—Si lo quisiera, ya estarías en el lugar de tu destino, ahora mismo—

 

— ¿Qué te ha detenido? —

 

—Hace mucho que nadie me causaba este tipo de curiosidad—

 

—Entiendo. ¿Qué te parece si hacemos un trato?—

 

— ¿Un trato? ¿Qué tipo de trato? Benner—

 

—Ven conmigo al lugar al que yo quiero ir, a cambio de eso, iré contigo al lugar al que tú quieres llevarme. Te lo prometo—

 

— ¿Es un truco? El trato suena un poco conmovedor, pero acaso, ¿No eras tú quien decía, que lo que más le gustaba de las promesas es que casi siempre tienen que romperse? —

 

—Sí, lo hice. Pero, ¿Alguna vez me viste romper alguna? —

 

—No, no lo hiciste—

 

—Entonces, ¿Cerramos el trato?

 

— ¿Las cruces fuera de tu cama de carne podrida no te dicen que he aceptado?—

 

—Siempre me he preguntado ¿Porque un lugar lleno de flores se encuentra tan vacío y sombrío?—

 

—Las flores guardan muchos deseos, pero de alguna forma, tienes razón—

 

—Muy bien. Volemos, en mis sueños, yo puedo volar con las alas de un demonio muerto que una vez encontré en las colinas de la entrada al infierno—

 

—Aterrador, un poco aterrador, mis alas son un poco más decentes, las concebí cuando hice mi primer trabajo—

 

***************

—Hemos llegado al lugar, pero algo no está bien por aquí. Esa casa se ve sola, abandonada de hecho. ¿Qué está pasando? Se supone que debería estar aquí, ya hemos volado por todos lados  ¿Dónde podría estar? Vamos, buscaremos una vez más. Esto es extraño. Estoy comenzando a sentirme furioso, ella no está en ningún rincón de este planeta, incluso, el planeta mismo ha perdido parte de su brillo—

 

—Lea ya no pertenece a este mundo, Benner. Se fue.

 

— ¿Cómo es que tú conoces su nombre? ¿Y porque estás diciéndome esto? Me siento furioso, no sé si exista alguna clase de fuerza en mí cuando estoy en este estado, pero de tu respuesta depende tu existencia—

 

—Su nombre está en mis registros, yo mismo lo anote ahí, porque es mi trabajo hacerlo. Lea ya no pertenecía a este mundo, así que me la llevé.

Puedes ponerte tan furioso como quiera. Aunque esas lágrimas en tus ojos son de dolor, no lograrás nada con ellas. No existe fuerza que pueda negarme. Ya he cumplido parte de este trato, vine contigo a donde querías venir, ahora tu vendrás conmigo a donde yo quiero ir, quiero decir, a donde tú tienes que ir—

 

— ¿De qué sirvió darlo todo por ella si al final no está más aquí? le di mi corazón para que su vida siguiera siendo parte de este mundo y este existiera tan maravilloso como lo hacía ella. Lea era lo más sagrado que yo tenía y su vida valía más que la mía en este sitio. ¿Sabes? Si yo no llegué a ti antes por mis propios medios, fue porque ella me pidió no hacerlo, poseía el don de cambiar a las personas.

¿Cómo pudiste? ¿Cómo pudiste llevarte un ser tan especial para este mundo? Si cuando ella estaba muriendo, yo decidí entregar mi propia vida a cambio de la de ella y hoy, no existe más—

 

— ¿Finalmente dejarás de negarme? ¿Aceptarás lo que soy?—

 

—Siempre supe lo que eras y también siempre supe lo que yo era. Pero necesitaba utilizarte para activar mi alma errante. Ahora vas a decirme ¿A qué sitio has llevado a Lea?—

 

—Supe lo que hacías y quise seguirte el juego, supuse que sería divertido para mí, hace mucho que no lo hacía. Lea no  partió de este mundo con  un corazón puro, ella está pagando por todos tus pecados, Benner. En un lugar muy lejos de aquí—

 

— ¿El infierno? No puede ser. No tengo palabras. Sólo sé una cosa y te la diré: volaré hasta ese lugar con mis alas de demonio, iré por ella y la sacaré de allí, te desafío a ti, no iré contigo. Interrumpiré las leyes, por ella seré capaz de hacerlo. Capturaré a un ángel y le quitaré sus alas para dárselas a ella, volará a mi lado y escaparemos juntos, lucharemos  contra ti hasta vencerte, malvada muerte—.

Por, Justo Morales Flores

Playa del Carmen (Quintana Roo, México)

 

Reseña del Autor

Justo Morales Flores. Nació en el estado de Tabasco México y vive en Playa del Carmen Quintana Roo. Estudio Tecnologías de la Información y Comunicación un año dejando la carrera trunca. Decidió comenzar a trabajar para el municipio de su ciudad actual endiversas áreas. De mente filosófica por naturaleza y con pasión por lectura y  escritura con escritores como Arturo Anaya Treviño y George R.R. Martin.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

«Usa la imaginación para crear mundos sin espacio ni tiempo, creaciones fantásticas y misteriosas»

 

Imagen tomada de Internet: deskbg.com

De Creer

Nunca imaginé que las horas fueran tan lentas cuando tú no estabas,

creí que podría sacarte de mi mente, pero cometí el error de creer.

creer que no habías marcado mi vida,

qué no me habías enseñado el camino para llegar a amarte.

Que no te había dado la fórmula para entrar en mi corazón,

de creer que no te pensaría a cada instante,

que aunque el día fuera frío, sentiría calor de sólo pensarte,

de que tu oscuridad no podría envolverme, de que soñaría con tus manos tibias aunque nunca llegaste a tocarme.

De creer que podría olvidarte, cuando no hago más que recordarte.

Por, Maia San Toro

Ovalle (Chile)

 

Reseña del Autor

Maia San Toro, Ovalle Chile, 23 de Abril, 1982. Simplemente una enamorada de la idea del amor.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

«Palabras sencillas, sinceras, vivencias profundas, desde el corazón»

 

 

 

Encuentro

Fernando en su día laboral, deambulaba, trabajaba, se levantaba al baño, se ponía de pie frente a las ventanas, miraba la calle, la gente, los autos y el tráfico de manicomio. De repente aparece el arcoíris sobre la ciudad y en un lapso de reflexión se dijo: «aún no asimilo la noche de ayer». Fue para él una vorágine de emociones, pasiones, excitaciones.

Por, Alex Bonilla

Fernando en su día laboral, deambulaba, trabajaba, se levantaba al baño, se ponía de pie frente a las ventanas, miraba la calle, la gente, los autos y el tráfico de manicomio. De repente aparece el arcoíris sobre la ciudad y en un lapso de reflexión se dijo: «aún no asimilo la noche de ayer». Fue para él una vorágine de emociones, pasiones, excitaciones.

Le costaba trabajo concentrarse y recrear cada momento, cada episodio, cada parte de esa noche, cada canción, cada palabra, cada mirada, la duración de cada beso y la intermitencia de las caricias, era como un hilo que se corrió y ahora trataba de hilvanar centímetro a centímetro por lo vivido el día anterior. «Lo de ayer ha arrastrado mi razón con una velocidad sin comparación, me atropelló y recién cobro conciencia de las magulladuras» Se dijo.

II

Fernando veía entre luces y grises la desnudez de ella, veía su silueta descansando sobre sábanas blancas. Detenía su vista en cada rincón de su cuerpo, con la epidermis de sus dedos recorría la llanura de su espalda y las montañas en sus caderas. Sus manos visitaban cada sendero entre su coxis y su sexo.

Ella le veía desde la distancia de su pecho con sus tremendos ojos y le hablaba con sus carnosos labios, mientras Fernando rodeaba su cuello con su brazo izquierdo. De fondo sonaba Silvio y su «Ángel para un Final». La melodía que él quería compartirle como esa obra maestra del cubano trovador, esa que le hacía asomar las lágrimas en sus ojos sin saber por qué.

 

Un cuadro frente a ellos, un televisor al otro lado, un espejo al fondo, Fernando y Ella, acurrucados y abrazados en complicidad de esas cuatro paredes observándoles a los dos, tendidos en una cama ajena, desnudos, agotados de amarse, aún con su presión arterial tratando de reponerse, luego del éxtasis. Él habiéndose vaciado en ella, ella habiendo recibido el elixir de la alquimia del deseo para que con un soplo de su boca se hiciera orgasmo, de la pasión, de la espera y la paciencia convertida en sentimiento. Fernando había sembrado en ella su fuerza, su locura, sus miedos, su confusión, su «qué sucedió ahora». Sin embargo, su mente no se reponía y continuaba siendo apabullada por el desenfreno de los hechos.

III

Se volvieron a encontrar en esa ciudad de ironías y violencia. Se vieron, hablaron, se exploraron nuevamente, él se rindió a escucharla y a contemplar su rostro, su voz, sus ojos, sus labios. Él habló, rindió un informe de los últimos meses de vida, caminaron, buscaron un restaurante para cenar, pero él ya se había llenado de ella, viendo su rostro y sus manos, ya se daba por satisfecho en la antesala de la locura.

Coincidieron en verse en una próxima ocasión, sin embargo, ninguno de los dos conocía lo que el destino les deparaba.

Fernando ignoraba con una inocencia de niño que se graduaría de subversivo semanas después navegando sobre su cuerpo blanco de espuma e indescifrable. Que estaría «gustando del amor secreto que guardo en silencio» como escribiría Alfonsina Storni.

IV

Con esfuerzo y parsimonia recorría con su mente cada pedazo de esa velada, inició con la televisión y pizza. Será especial tenerla acá, cerca, compañera, amiga, cómplice de mis soledades, pensó Fernando. Pero apareció el lirismo de los boleros y este se coló por sus oídos y rindió sus defensas.

Los hechos sucedieron como catástrofe natural, sin aviso y con sospecha de condena, un baile sensual y Willie Colón era cómplice con su «Idilio». Sus cuerpos se acercaron, sus pieles se tocaron, chispearon sus ojos, sus pechos se rozaron, sus mejías compactadas hicieron que el menor movimiento fuese una caída suicida.

Ambos encontraron sus bocas secas y hambrientas, él se dispuso a nutrirse de la carnosidad de sus labios. En su mente pensaba ‘nunca espere esto’ pero estaba ahí hundiendo su lengua ofidia en su boca hambrienta de luz. Él tocaba su espalda, sus brazos con una timidez adolecente frente a esa majestuosa mujer que descubría la rigidez del sexo de Fernando buscando cual serpiente su selva espesa.

La música sonaba y solo una cama les separaba del abismo que vendría como un tsunami minutos después. Como plumas cayeron sobre las sábanas con un movimiento no practicado pero aprendido, sus ropas estallaron, sus instintos animales y prehistóricos guiaron sus actos posteriores a la locura.

Fernando hurgaba en los pechos de ella la frescura de su piel, recorría descendiendo su vientre para encontrar el pan que alimentaría sus ansías, y conoció con sus labios la estructura epitelial de su himen y lo tuvo en su boca para memorizar su forma y textura. Fernando escuchaba una voz de placer como al final de un camino que estremecía cada célula de su organismo para luego estallar en gemidos.

V

Fernando la hacía suya nuevamente, y en su mente rondaba la interrogante que no le dejaba en paz, y lo dijo. Le pregunto cuando estaba sobre su cuerpo excitado, ¿Cómo sucedió todo esto? ¿Cómo terminamos acá?

Ella solo le vio, cerro lo ojos y le dijo suspirando, ‘hazme lo que quieras’.

Cansados de amor, sus cuerpos descansaban y Fernando de manera repentina trajo a su memoria un episodio de Billion una serie de Netflix donde Wendy Rhoades una psicóloga le pregunta a Bobby cuál era su necesidad y este le habló de su incapacidad de llorar, el respondió que no podía, aunque lo intentara, y que solo aquellas escenas de reencuentros entre soldados en Irak o Afganistán regresando de la guerra y reencontrarse por sorpresa con sus hijos, esposa y padres hacían asomar sus lágrimas, eso lo confundía.  Wendy le decía que era porque en su doble y paralela vida los seres necesitan encontrarse y mostrarse tal cual son…Fernando se identificó de principio a fin con esta escena que luego desapareció de su mente mientras ella hurgaba con sus manos endoscópicas entre su escroto para revivir ese animal reposando, que ella urgía despertara para que la llevara a derretir la luna.

V

Fernando quería llorar esa tarde, leyendo las últimas páginas de «La Sombra del Viento» de Carlos Ruiz Safón.

Sentía que finalizando el libro estaría solo, ausente de la compañía que en los últimos meses había sido este, entre su mochila y sus manos.

Se preguntaba por qué esta sensación y comenzó a escarbar en su mente las razones, concluyó entonces que se quedaba sin ese ser de papel en apariencia inerte, pero que se había convertido en una extensión de él. «Los libros son los amigos» pensaba, «te enseñan, te hacen viajar, volar, soñar y no te juzgan».

Sin embargo, ese espacio que iba quedando vacío a medida que se comía las páginas en la lectura, crecía, quería llorar, ese extraño impulso de terminar un libro, pero a la vez no soltarlo de sus manos le invadía en esa tarde de sol.

Presentía su soledad y concluía que no tenía amigos y separarse del libro evidenciaba su necesidad de ellos.

Fernando con tristeza se despedía de su libro, ese que podía tocar, oler, en el cual podía adentrarse, y se decía, «volverá al cementerio de los libros olvidados, pero ahora ella hereda el espíritu de esas páginas donde volveré a navegar».

Sonó un ‘pin’ del teléfono, vio el chat que decía «ya casi llego».

Él se sentía alegre y triste por el amigo del que se despedía y eufórico de volver a tenerla para la complicidad de sus desnudeces.

Ella llegó, Fernando la vio y le preguntó, ¿qué cenamos?, ella con su sonrisa enorme y sus labios de miel, lo miró y le dijo: no quiero cenar…prefiero comer.

Él se acercó, la rodeó con sus brazos largos, su cuerpo rozó sus pechos y sin resistencia se convertirían en esos animales dispuestos a ser presa de sí mismos. Despojándose de sus ropas, dejaron ir con ellas sus esperas ansías para llegar a ese rito de alquimia y convertir pasión en sudor y placer.

Ella lo besó y le miró diciendo… no aguantaba las ganas de estar contigo.

 

Por, Alex Bonilla

 

 

 

Reseña del Autor

 

Alex Bonilla es un aprendiz de escritor, idealista y apasionado por la poesía, amante de la lectura y la trova, viajero itinerante de algún lugar de Centro América…

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

«Un relato apasionado y excitante, una situación cotidiana llevada a la máxima expresión mediante las letras correctas»

 

Otros cuentos de Alex Bonilla

Camino al olvido

Es un camino oscuro,

bajo un cielo desolado,

una angosta senda de ripio

y astillas de sueños rotos.

Es un camino que atraviesa

los frondosos bosques de la angustia y la

desesperación; 

que bordea el lago de las tristezas

y escala las montañas de las dudas. 

Es un camino gélido…

el camino donde me voy

olvidando de vos.

 

Por, Carlos Falótico

Chivilcoy (Buenos Aires, Argentina)

 

Reseña del Autor

Carlos Falótico, nacido en la ciudad de chivilcoy Buenos Aires Argentina el 27 de octubre de 1987.

Obras publicadas: «El observador» antología creación joven literario. Editorial Chivilcoy.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“La profundidad siempre es más importante que la extensión, la belleza de la escritura está en poder transmitir miles de emociones en muy pocas palabras”.

 

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Moira

Podría encontrarme tan desolado como Travis Bickle… y podría recurrir a hundirme en el resentimiento de no saber a dónde ir…

Podría sentirme tan desaforadamente exhausto después de una rutinaria lucha con el ayer… y es que el recuerdo se convirtió en algo tan triste, y la incapacidad que tengo para olvidar me produce tanto asco de mi ser.

Pero no, justo ahora la oscuridad y demencia que se observa en el horizonte deja ver algo bello; un recuerdo que sana y purifica almas, ese alguien que no se va de mi mente no porque no pueda irse, sino, porque yo no quiero que se vaya. Éste ser que permanecía con una divinidad característica de lo inexplicable y parecía no tocarla el tiempo.

Un nombre que gritaba destino a su paso, con la hermosura de Elena de Troya, la inteligencia de Atenea y la versatilidad en las palabras de los sofistas; recuerdo su viva imagen como un niño recuerda a su héroe más querido y me reprimo de querer olvidar como sus palabras solían transportarme desde una realidad vacía al ensueño que brindan las letras. La lírica de su voz y las guerras en sus ojos dejaban un sentimiento amargo algunos días, pero sabía que podía contar con ella si me encontraba solo y perdido en Comala y que encontraría seguridad en sus expresiones.

A veces en estos tiempos de profundas soledades, me veo como Teodoro y la recuerdo a ella como el maestro que intentó alejarlo del sufrir que genera entregarse a amar. Pero, ¿qué sentido tiene rememorar al ayer distante con muestras de gratitud si ella no está aquí? tal vez este hilando destinos de otras personas como yo, y tal vez haya borrado de su mente mi nombre, pero no, yo nunca podría olvidarla, porque aunque he estado en la más profunda miseria, ella me brindó el mejor refugio que alguien podría darme…

…ella guio mi camino a las letras.

Muchas madrugadas melancólicas quisieran tener la intromisión de ella, para alegrar un poco los corazones rotos, para hacer que las almas no vaguen fuera de cualquier futuro probable o dirigidas a una perdición excesiva y desamparada donde no te reconoces y crees que el mundo te escupe en el rostro, y te crees basura, y te sientes como Dante, perdido en el infierno del no saber qué hacer; su presencia sería el Virgilio, guía en el camino del sufrimiento para encontrar una salida. ¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Si lee estas letras y sonríe, mi objetivo se habrá cumplido, y si el nombre del joven M. Ludwig resuena en su cabeza con algún sentimiento de cariño, y si las noches que hacen que las personas olviden no han hecho efecto en su ser, y si aún conserva esa mirada desafiante y esa tierna voz… ¡Gracias mi querida Moira!

Por, Brando Cifuentes

 

 

Reseña del Autor

Mi nombre es Brandon Cifuentes, un aspirante a escritor de 15 años, nacido en Bogotá y amante de la historia, al que le encanta escribir historias tristes y le cuesta hablar de amor… que se identifica fácilmente con una canción melancólica y le cuesta superar las cosas, oh sí… yo creo en el ayer.

 

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Revisó: Erika Molina Gallego ( Editora Narraciones Transeúntes)

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Ella

I

Era una mañana sabatina de marzo, con un sistema frontal inesperado en pleno tiempo de temperaturas altas, propios de un país tropical, árido y deforestado.

Marco se despertó muy de madrugada por el ruido de ese dispositivo para acortar distancias y el culpable de comunicarnos menos.

Él se levantó, abrió el grifo, no había agua, –“esta señora se gastó el agua”– dijo para sí, en alusión a su empleada doméstica.

Tomó su teléfono y le escribió a ella: –“Hola buenos días, es bueno despertar y saber que aún me quiere, yo nunca dejé de hacerlo”.

Marco había estado conversando con ella hasta tarde el viernes anterior, quería decirle todo lo que los dos meses anteriores no le había dicho, quería contarle sus rutinas, sus libros, sus viajes, las últimas noticias de política, astronomía o lo que carajos fuere, solo quería hablarle, comunicarse con ella, estar en sintonía con ella, volver a la complicidad subversiva e insolente que ambos escondían. La tarde del viernes, en el mismo lugar, a la misma hora, 10 años más viejos, con conocimiento de causa. Con ese contrato vencido y vuelto a extender, se habían reencontrado.

Él sabía que ese encuentro sería lapidario, concluyente y definitivo. Marco pensaba: “Quiere que hablemos en el mismo lugar donde inició nuestro intercambio de besos y caricias”, aunque el sentimiento, se decía, había nacido mucho antes de diferentes formas y matices.

Marco se aferraba a la idea de que ella quería conciliar las desavenencias de los últimos días y que podrían perturbar, la que Marco creía, era la nueva relación de ella. Quiere llevar la fiesta en paz. Quiere sellar esto, que por varios años fue intenso y amado. Ahora quiere, como acto de cortesía, contarle su voluntad y sus planes a futuro con esa nueva persona.

Marco sentado en su mecedora escuchaba esa mañana a Silvio, y sus canciones que, como su hijo le decía, son reflexivas.

Ella respondió a su chat 25 minutos después: “buenos días, que rico despertar y ver este mensaje, Yo tampoco dejé de hacerlo”.

II

Las semanas previas había sido un crisol de escaramuzas. Él agredía, ella recurría a replegar sus fuerzas. Ella contraatacó y él tenía que callar y soportar aquello, que para él, se resbalaba de entre sus manos. Y así, en ese ir y venir de ataques, cada uno, por su lado, trataba de lamer sus heridas.

Esa semana, él había tratado de aceptar esa que creía era la nueva realidad, se decía: “ella ha tomado ya una opción, para que hablar para que despojarme de mi dignidad y competir con un tercero”.

Él ya tenía suficiente luchando contra sus demonios internos, con sus enemigos internos, su inseguridad y complejos. –“No puedo competir, me doy por derrotado”.

Él siempre tuvo miedo a las pruebas de admisión así fuesen para entrar a un estadio de fútbol.

“Cómo competir con la juventud, cómo competir con el estar disponible 24/7, cómo competir siendo un anónimo para su familia, cómo competir al no estar para ella en sus noches de duda, en sus momentos de alegría, en sus fechas especiales, en sus preguntas y consultas, en su cotidianidad, antes de su noche en la cama, en sus enfermedades, cuando su carro se averíe, a una llamada a cualquier hora del día, a un desayuno de sábado en la montaña… cómo competir con la green card”, se decía y repetía. Ella le había hablado de la posibilidad de obtenerla con él. –“Hasta donde el imperio, asesino de niños en Siria, se nos cuela en los huesos”–, pensaba él.

Él trataba de darse auto terapias. Sin embargo, no era más que una masturbación que aumentaba su vacío.

Se decía y con mucha razón, “Ella merece lo mejor, ha sido especial conmigo en todo tiempo e incondicional en sus tiempos de angustia. He sido un tanto ingrato, dejó abiertos muchos cerrojos y en esos entraron los cuidados y atenciones de otro”, él lo consideraba razonable, mas se decía que si tan solo hubiese tenido más sensibilidad, esa que se debe tener por una mujer que ha sido fuego y aceite en su vida, esa mujer que lo quema y desnuda en sus interioridades, que lo eleva y lo trae a sus infiernos terrenales, que le ha dado los mejores años de su vida, los mejores besos, las más atrevidas caricias, las más provocativas fotos, la más inteligentes conversaciones y las más increíbles revelaciones.

Él buscaba en su interior, como salvia en sus venas, la mejor terapia que lo llevara a la resignación permanente de su pérdida.

Se repetía una y otra vez –“Qué feo estar enfermo de amor, se pierde el apetito, el gusto por la vida, y cada minuto en una tortura en día a día”.

¡El último jueves él pensó –“Debo dejarla ir, no voy a competir, no iré contra la corriente, debo desearle lo mejor” – y añadió – “Para ella, ¡suerte! Se merece lo mejor… yo no pude darlo”.

III

Antes de ese encuentro donde comenzó todo, él no quería terminar esa velada, pero estaba ahí en su cita con el destino, pidiendo la cuenta al mesero.

Ella le dijo –“que me quiere preguntar, pregunte lo que quiera”. Él daba por hechos consumados su nueva relación, ella le desmintió y le aseguró que estaba ahí, donde comenzó todo, porque le importaba y porque lo seguía queriendo.

Él la vio, sintió correr una cortina en su pecho y corrían cataratas de una sensación infantil, adolescente, adulta, pero sobre todo humana.

Él llegó a despedirla a su carro y no pudo más, con esa mano invisible, que lo empujaba a buscar su boca, la capturó, sintió la fragilidad de sus labios, la dulzura de su piel, la frescura de sus fluidos y sus arterias estaban a punto de salirse de su cuerpo.

Ella le dijo —“comencemos hoy aquí a escribir un nuevo cuento.

IV

Marco manejaba por las calles de esa ciudad maldita y escapaba de esa selva burguesa, atravesando norte a sur con un tráfico ya amigable. Iba hilvanando en su mente las frases y versos del poema que ya construía, para esa mujer que lo había apendejado, y se preguntaba si eso vivido era ilusión.

Él estaba convencido que ella lo había citado con el destino para decir un adiós civilizado, después de 10 años se decía —“Quiere tener la cortesía de despedirse frente a frente. Pedirme que la deje tranquila, que no haya insultos, que llevemos un día a día normal para lograr un salario en paz”.

Pero Marco y ella levantaron al mismo tiempo una bandera blanca y salieron de la trinchera, para decidir emboscar cada los besos, caricias y tiempos que se habían negado.

Marco llegó a su casa y pensó —“la mejor forma de acariciarte esta noche es escribirte”… y así fue:

Ella 

Es esa paz que trae el silencio de la noche,

Es esa tormenta que desborda los ríos

Es esa llama que atiza mi infierno

Y la miel que se bebe en el paraíso.

 Es esa daga que se clava y abre hemorragias

Es ese hisopo que sana y limpia la herida

Es un huracán su paso

Es un descanso su voz.

Sus manos toscas y tiernas

Sus pies delineados y firmes

Ella es la gloria y la condenación

Ella es un silbido y un golpe al orgullo

Ella es mil neuronas maquinando despacio

Ella señala el rumbo de la osa mayor

Ella besa la vía láctea.

 

Ella es un libro que deshojo página a página

Sin querer nunca encontrar epílogo 

Ella es la que ha nutrido mis fantasías

Ella enarbola en mi pecho la bandera rebelde y subversiva

Ella besa mis labios y mi sangre se tense

Ella toca mi sexo y mi corazón asalta mi pecho.

 

Ella es el huracán y el silencio de la noche

La brisa que se cuela en mi ventana

La selva húmeda para caminar

La lluvia que recorre mis espaldas.

 

Esa es ella, y ella lo sabe…

V

Marco dudaba del tiempo compartido con ella, en tierra de extraños y de narcos, café y vallenato, de la faena de la noche anterior. Despertó y la vio a su lado, entre sábanas blancas, dormida, agotada, plena, suya, y dijo —“Es cierto, ella me cautivó”.

 VI

Ella descansaba son sus piernas dobladas sobre la alfombra… desnuda, mujer completa y conquistada, le narraba las mejores sensaciones de placer que Marco inspiraba y provocaba en ella.

Él clavaba sus ojos en ella, quería detener el tiempo y abrazarla por horas. Y se dijo para sí—“Quiero tenerte siempre

FIN

Por, Alex Bonilla

 

Reseña del Autor

Alex Bonilla, es realmente Mario Fernández, amante de la literatura e imperfecto escritor de poesía.

 

¡Anímate a participar de nuestra Convocatoria Narraciones Transeúntes!

Revisó: Andrés Angulo Linares (Equipo Editor Narraciones Transeúntes)

¿Qué es lo que sigue?

José María arrancó a correr, asustado, casi inválido, sus piernas casi se partían, sus 65 años le pasaron por la mente, no duró mucho, no valían tanto la pena. No avanzó más de diez metros cuando la primera bala entró por su espalda y salió por su pecho, estaba cerca a la casa se doña Pancha, con la mano-sangre sobre la casa dio unos pasos dejando huella de la guerra y la muerte en el pueblo y la muerte en el hogar.

El comandante de la brigada levantó la botella de ron que tenía en la mano y gritó ¡Salud!, todas sus carnes se movían repulsivas y su poder conferido por las armas también. El hombre convertido en bestia ya medio prendo y con la sevicia desprendida en sus ojos bebió un trago de la botella y ordenó que destaparan más, que sacaran más ron de la tienda, que todos en el pueblo debían celebrar junto a ellos, fue y buscó a doña Rosalba, la esposa de José María y le dio un trago y ella con el corazón lleno de lágrimas tomó un sorbo que le supo a mierda y sangre, cuando llegó a su estómago se convirtió en el recuerdo de José:  sudoroso, desesperado, con el cuerpo lleno de temblores, muerto. Un recuerdo de mierda y sangre.

Aquí nadie era de ningún bando, nadie tenía partido ni lo quería tener porque eso ha sido la causa de la violencia en este país, nadie se metía con nadie, ni en política. Ninguno de nosotros tenía cuartel y mucho menos armas para defenderse de nadie, solo nos dedicamos a cosechar coca y  pancoger todo para vivir, porque eso es lo que hoy la tierra nos regala, sin embargo, la guerrilla y los paras se habían apostado aquí y tenían en la cabeza el cuento que ayudábamos a los unos o a los otros y eso en esta tierra no pasaba, aunque nos hicieron creer a nosotros mismos que cada vecino era un enemigo y que esta situación ocurría entre la propia familia.

Esa mañana desde muy temprano todos estábamos arrodillados y en una fila, incluyendo niños y ancianos, también Marisela una jovencita de unos veintidós años que estaba embarazada.

Ella fue la siguiente, La pasaron al frente y la dejaron de pie, la miraron de arriba abajo, todos ebrios y asquerosos, a estos tipos no les importaba nada, no les importaba la vida, no les importaba la muerte, solo les importaba satisfacer sus placeres enfermos que son vergonzosos, que el diablo debe castigar. Yo miraba el cielo y pedía algo de humanidad, pero el cielo estaba cerrado y toldado de lágrimas, bajé la cabeza y miré a mi alrededor pedí que el diablo existiera para ellos, como para nosotros.

Marisela estaba temblando, sudorosa y el comandante gritaba a los cuatro vientos porque estaba ahí:

-Su noviecito es de las FARC y ya que no está en el pueblo alguien tiene que pagar. El mensaje es claro, si ustedes colaboran con esos “perros” están colaborando con la insurgencia, están delinquiendo y nosotros vinimos aquí a purificar la zona, a limpiar esta tierra de delincuentes- y el de uniforme militar, “fariano” o “paraco”, puso la bayoneta en el suelo.

Marisela de rodillas pedía piedad por ella, su hijo, su marido, su pueblo. El comandante la miró como a nada, pidió la botella de ron, se la trajeron y bebió un largo trago que se le escurrió por el roto de la boca y cayó sobre la asustada muchacha, luego le pasó la botella y le pidió que bebiera, ella entre el susto tomó un trago corto pensando en su esposo y en su hijo, volvió a ver como se desplomaba el cuerpo de José María y en la pared de doña Pancha vio la huella de la violencia que en quién sabe cuántos años va a desaparecer. Echó una mirada al pueblo y a su familia porque en este pueblo todos emparentaban de algún modo y sin darse cuenta se terminaban casando entre parientes.

La muchacha despertó con un puntapié en su vientre que le dolió a todos en el pueblo, le dijeron perra y puta mientras la golpeaba un monstruo de seis pies y ella sentía como que las fuerzas se le iban, pero se agarró el vientre y lo cubrió con sus brazos y empezó a patalear desde el piso como para que no le pegaran, pero esto emocionaba más al monstruo y golpeaba con más fuerza, con más pies. Marisela no derramó una lágrima hasta que murió con el bebé.

Los “cerdos” rieron y siguieron emborrachándose con la violencia. El aire estaba cargado de dolor y alcohol. Los otros pobladores a los que obligaron a beber arrodillados mientras miraban como caían los “guerrilleros” el trago no los embriagaba ni perdían sus sentidos, sino que les permitió sentir la agonía de Marisela por partida doble y oler ese aire cargado de dolor y sangre. Bajaron sus cabezas y dejaron escurrir algunas oraciones envueltas en lágrimas.

Arrodillados y destruidos miramos hacia arriba, como si buscáramos a Dios, pero en cambio nos encontramos con una capa de concreto que estaba toldada de lágrimas.

¿Nos miramos a los ojos

y nos preguntamos si acaso iban a parar?

 

Por, Andrés Borrero

elmegafonoalternativo@gmail.com

Sobre el Autor

Periodista. Nacido en el año de 1994 en Bogota. Se ha interesado en la cultura y la gestión de la misma. Actualmente trabaja en CEPALC en un programa dedicado a la literatura y la difusión de escritores jóvenes.

 Revisó: Iván René León

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Imagen tomada: http://www.colombiainforma.info/especial-paramilitarismo-la-continuidad-de-la-violencia-en-la-busqueda-de-la-paz/