Madre Campesina

Cada siete días

El Renault 9 termina su recorrido. Son las tres de la tarde y aún falta una hora de camino, una hora que debe recorrer a pie, pues no hay carro que la lleve hasta allí. Se cambia sus zapatos por unos más cómodos, se cuelga su bolso y de nuevo, su hombro derecho recibe el peso del sustento de su familia.

Por, Erika Molina Gallego

Una mujer sola, en un granero, cuenta los billetes que tiene en la mano, separa lo del pasaje y lo guarda en su bolso. Ya ha comprado las verduras que llevará a su casa, hace cuentas, el dinero que sobra debe alcanzarle para lo que falta, los granos, el pan y la carne que tanto le gusta a su niña pequeña. Piensa en sus hijas y sonríe al pensar que por fin las verá, después de una larga semana de trabajo.

Ya tiene todo. Con algunas monedas que le quedan compra un paquete de colombinas, no puede llegar con las manos vacías. Empaca todo en un costal y sola, con sus fuertes brazos, carga en el hombro derecho todo el peso de su responsabilidad.

El viaje es largo, pero con cada kilómetro que recorre, ella siente un gran alivio. El sábado es el día de la felicidad. Ella nunca sale, hace mucho no sabe qué es una fiesta, un paseo, ni mucho menos lo que es ponerse una blusa nueva, o comprar un par de zapatos. Pero sus hijas siempre están bonitas, vestidas a juego cual gemelas, inocentes del sacrificio por el que son vestidas.

El Renault 9 termina su recorrido. Son las tres de la tarde y aún falta una hora de camino, una hora que debe recorrer a pie, pues no hay carro que la lleve hasta allí. Se cambia sus zapatos por unos más cómodos, se cuelga su bolso y de nuevo, su hombro derecho recibe el peso del sustento de su familia.

Camina con paso firme, erguida, con la fuerza del sol brillando en su mirada. Ni el cansancio, ni el calor merman su alegría. Sólo quiere llegar y poder abrazarlas, dormir con ellas aunque sea dos días. El lunes volverá al encierro del trabajo.

Mientras tanto, en una casa grande sus hijas la esperan con grandes sonrisas. Anhelan sus brazos, más que la comida o las colombinas.
Su madre es el cielo, y se aferran a él todo lo que pueden cada siete días.

 

Por, Erika Molina Gallego

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

Enamorada de las letras y la música, descubriendo mundos a través de los libros, queriendo encontrar el verdadero sentido de la literatura más allá de lo intelectual.

 

Revisó: Andrés Angulo Linares

«Un relato conmovedor que sensibiliza, sobre la lucha que toda madre tiene por sacar sus hijos adelante»

 

Pintura original

Madre Campesina
David Alfaro Siqueiros. Madre Campesina. 1929. Óleo sobre arpillera. 249 x 180 cm. Museo de Arte Moderno, México, México.

Mi motivo

Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Por, Andrés Angulo Linares

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Motos, gente en los andenes marchando confundida. Izquierda, derecha, chocan entre sí, no se miran a los ojos, se odian. Ciudad envenenada.

— ¿Qué hora es? —

— ¿Cómo llego a esta dirección? —

— ¡Ay, qué trancón! —

La señora que sentó a mi lado no para de parlotear. Intento ser amable.

—Las ocho, no sé—

A su observación sobre el tráfico no respondo nada y me pongo los auriculares esperando que me saquen de nuevo del ruido. No sonrío, más de una vez me he preguntado si es que estoy muerto.

No me gusta la gente, no hablo con desconocidos y a cada pregunta que un extraño me hace imagino su muerte. Los he empujado a la avenida, a otros les he estrellado la cabeza contra el pavimento; sesos por aquí, por allá, Sangre. Otros, simplemente han recibido la descarga de tiros de mi revolver sin compasión.

—Me disculpan si he venido a interrumpir su momento de meditación o su conversación—

Otro, otro que se sube con su historia, en veinte minutos se han subido cuatro sujetos, tres vendiendo productos que no me interesan comprar, uno improvisando rimas, dizque para robar una sonrisa. ¡Mierda! Quiero enloquecer.

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Sólo falta que la señora del puesto contiguo quiera contarme su vida o, ¡peor aún!, que quiera mostrarme el camino del Señor.

Si quisiera comprar me bajaría e iría a una tienda, si quisiera escuchar música en vivo no la buscaría en un bus a las ocho de la mañana, si quisiera escuchar la palabra del Señor, sería amigo de ese tipo de sotana que a mi mamá le encanta oír.

Abro WhatsApp

— ¿A qué hora llega, mano? —

— ¿Cuándo me va a pagar? —

— ¿Qué hace? —

Sólo conversaciones vacías y un puto meme que he visto mil veces. Ella aún no escribe.

¿A qué hora llegó, pendejo? A la hora que el Arca de Noé me lleve en la jaula de los monos.

¿Pagar? Tenía lo del bus, si tuviera dinero no estaría acá sentado viendo como la barba me crece detenido en el tráfico.

¿Qué hago? La pregunta del día. No, huevón, acá disfrutando de Bogotá.

—Usted (pobre arrancado) no tiene saldo para esta llamada (No sea chichipato) —

Lo que me faltaba, no tengo forma de llamar.

Abro Facebook. Pendejada por aquí, Pendejada por allá. Leo noticias: Petro puede ser candidato. Vargas será presidente. 10 cosas que no sabías del orgasmo femenino.

¡Oh! ¡Qué revelador! Este texto de seguro cambiará mi vida para siempre.

Samuel, Victoria, Daniela y Doris te están saludando. ¡Qué feliz me siento! Cuatro desocupados me envían sus estúpidos saludos.

— ¿Qué trancón, cierto? —

¡Ay, no! “Señora ¿usted sigue viva?” La miro con desprecio al tiempo que trato de decirle que se joda, que si quiere ser mi amiga tendrá que enviarme una solicitud de amistad en Facebook, como otros 2.353 pendejos  lo han hecho, que no hago excepciones.

¡Maldita sea! nueve de la mañana.

Además de la tripofobia y la gente, el encierro es lo que más temor me causa; siento que las ventanas del bus pierden su forma y se vienen hacia mí, que todos los pasajeros me hablan al oído y sus murmullos ahogan la música -mi único escape-. Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Miro el celular. Sonrío. Las voces se esfumaron y la canción que se reproduce en mi teléfono se escucha diáfana. Las ventanas regresan a su lugar y ya veo mi destino a dos cuadras. No he dejado de sonreír desde que vi su mensaje: “Qué tengas un buen día, no olvides que eres mío”. Es hora de bajarme.

—Señora, por favor me da permiso—

Le digo de manera cordial mientras esbozo una sonrisa.

—Ah, y el trancón ya pasó, que tenga un lindo día, siempre habrá un motivo para sonreír —.

 

Por, Andrés Angulo Linares

Bogotá (Colombia)

 

Reseña del Autor

De mí no tengo mucho por decir, sólo que busco desgarrarme con cada experiencia y que en la escritura encuentro paz. Es un ejercicio liberador, definitivamente.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“como siempre, cotidiano, mordaz, autentico y real”

Diabla

Me pierdo así  en el infinito placer de su apasionante tentación hacia el pecado

Por, Gabriel Henao

Esos ojos, esa sonrisa, esos labios dulces como la miel que hacen querer quedarse atrapado en sus besos.

Su piel suave y tersa que me incita a desnudarla, a ser el esclavo de sus caricias, el que se jacte de placer en su excitante cuerpo, quien explore cada rincón de este, haciendo un recorrido de besos y suaves mordidas.

Cintura que provoca a dejarse envolver en su sensual movimiento, incitando a perderse en lo más profundo del triángulo de su entre pierna, mientras su mirada en llamas pide a gritos que la devore por completo, mientras quedo envuelto en sus torneadas y suaves piernas.

Me pierdo así  en el infinito placer de su apasionante tentación hacia el pecado,  consumo la manzana de lo prohibido, experimento la sensación de ser adicto al deleite que ofrece su hermosa figura.

 

Por, Gabriel Henao

Medellín (Colombia)

 

Reseña del Autor

Gabriel Henao

Yondó – Antioquia

14/02/1999

Terminé Mis estudios de bachiller a los 15 años, actualmente estoy realizando mis estudios universitarios en Medellín.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Tentacion, lujuria, seducción”.

Un Mundo Indiferente

No conocía La palabra paz desde que tenía memoria, existieron miles de verdugos a su alrededor, cada uno dejando una huella en el lapso de tiempo que estuvo en su vida, aunque hubo más testigos mudos de todos  los acontecimientos.

Por, Yajaira Rodríguez

Cada noche lloraba sus desgracias, su almohada era el único testigo de las heridas que dejaban en su corazón aquel rechazo y palabras hirientes de personas que ni conocía, peor aún las acciones de aquellos a quienes tanto amaba. Miradas de burla y asco, risas que atormentaban sus momentos de soledad. No conocía La palabra paz desde que tenía memoria, existieron miles de verdugos a su alrededor, cada uno dejando una huella en el lapso de tiempo que estuvo en su vida, aunque hubo más testigos mudos de todos  los acontecimientos. Un mundo cegado por la indiferencia  atestiguó  cómo poco a poco se terminaba con la vida y el amor de un ser inocente, que aún no entendía que la realidad puede ser bastante cruel y aterradora. Se moría de miedo cada vez que alguien se acercaba, pues su cuerpo e inconsciente ya guardaban una historia  que relataba todo su horror.

Año tras año fue pasando, en cada uno de ellos se quedaba una parte de su alma, hasta llegar al punto de quedarse totalmente vacío, era un zombi que caminaba por las calles, en este ser que un día fue todo amor y esperanza, quedó congelado todo  sentimiento o emoción, convirtiendo en un gran trozo de hielo su corazón.

Gritó cada día por auxilio, lo demostraba en sus palabras, en sus acciones, en aquellos ojos tristes y esa sonrisa inexistente, cada persona a la que rogó por ayuda sólo miró con lástima la situación, pero en cuestión de segundos volteaba la cara y seguía su camino. Muchos otros le culparon asegurando que sólo era su imaginación, lograron hacer dudar a su mente, creyó ser responsable del dolor.

Aborreciendo su existencia creó una razón para seguir, destruir por completo lo que quedaba de su persona. Ya no era mucho, sólo aquel cuerpo que mantenía su vida. Así, con una decisión clara, se enfundó en una gran armadura de hierro, dejando los espacios necesarios para su  tortura. Se despreció y maldijo, castigándose de toda manera posible como pago por  todos sus errores, entre ellos el principal fue su existencia.

Un día sintiéndose sin fuerza alguna para buscar más maneras de torturarse y viendo que la armadura se había esfumado, con una gran tristeza en su corazón, tomó una última decisión, no sentía merecer el aire, ni los rayos de luz del sol, no quería estorbar más, prefería dejar de ser una carga para el mundo, sufría porque sabía que lo había intentado con toda su fuerza, hizo lo que pudo, pero jamás nada funcionó.

Cerrando sus ojos a la claridad, el llanto retenido oprimiendo su garganta, sintiendo como el aire ya no entraba bien a sus pulmones, en sus pensamientos la frase “se acabó”.  Dejando así su último suspiro, erradicó lo único que quedaba de su existencia en este mundo, su cuerpo.

Sus seres queridos lloraron y lamentaron su partida, no entendían su decisión, pero eso era algo hipócrita, pues estos fueron verdugos en su vida, y a la vez  se volvieron testigos silenciosos de su dolor, sólo obviaron su existencia, convirtiendo a una persona necesitada de ayuda en invisible, confirmando así que esa era la mejor decisión.

Esa alma dolida con aquellos que no supieron reconocer su valor, ya descansa de todos sus tormentos, encontrando  la paz que jamás tuvo, se fue sin ningún rencor, sólo la culpa de no haberlo hecho mejor, esperando que si existe otra vida, en esta pueda ser feliz.

 

A estas alturas de la vida no alcanzamos todavía a entender que nuestras acciones y palabras pueden llegar a cobrar vidas, en ocasiones no es nuestra intención lastimar, pero no sabemos que carga estamos poniendo en la espalda de los otros, no cuesta nada ser amable, brindemos nuestros brazos a aquellas personas necesitadas de consuelo, demos un rayo de luz y esperanza a aquellos en tinieblas, no hay nada más hermoso y gratificante que ver a una flor muerta renacer, como una flor de loto…

 

                                                                                               Por, Yajaira Rodríguez.

Jalisco (México).

 

 

Reseña del Autor

Mi Nombre es Eréndira Yajaira Figueroa Rodríguez,  tengo 23 años, soy mexicana, estudié derecho, pero mi pasión es la psicología. En realidad no tengo mucho que contar de mí, no quiero que me conozcan, mi intención es hacer que un mensaje llegue.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Un texto que nos invita a la reflexión, la situación de miles de personas que, tal vez, sólo necesitan una sonrisa”.

Una vuelta de tuerca

Sheppard corría, después de haber robado ese almacén, tenía que hacerlo; llevaba esmeraldas, amatistas y un caro y precioso diamante en una pequeña bolsa.

Por, Irving Pacheco Gutiérrez

Capítulo 1. El escritor

“Bien, aquí vamos de nuevo, supongo que iré por marihuana mientras escribo, mejor alcohol, mejor ambos”.

 

15 minutos después…

 

Sheppard corría, después de haber robado ese almacén, tenía que hacerlo; llevaba esmeraldas, amatistas y un caro y precioso diamante en una pequeña bolsa. Un botín pequeño pero cuantioso, que logró sacar antes de que sonara una alarma. Sheppard quería sombras que lo ocultaran y sólo encontraba haces de luz hechos círculos. Unos matones, dueños de la luz buscaban a alguien con ella, querían ver, hallar algo, hallar al ladrón, a él.

Al final del bloque de bodegas  del que huía, tropezó con la visión de un bote amarrado al ( ______ ) a orillas del puerto, la noche lo cubría bien, pues las farolas no servían en esa zona, subió al bote y respiró con gran esfuerzo, tuvo un minuto de paz antes de que uno de sus cazadores lo enfocara con la lámpara.

— ¡Ahí está! — gritó uno. Dispararon.

“Creo no sirve, de cualquier modo, ni siquiera encuentro la palabra para la cosa con la que amarran los botes en el puerto, y ¿quién usa la palabra matones? Eso es demasiado de los setenta, pfff mala idea. Mejor empiezo de nuevo”.

Esta es la historia de un ladrón; por ahora, nos interesa la situación: está corriendo, robó gemas y se equivocó de víctima, media docena de mafiosos lo persigue por un bloque de bodegas cerca de un río, respira con dificultad y busca evitar las lámparas que con mucho ahínco lo buscan, sus dueños lo quieren, el botín es valioso y no dejarían que un ladronzuelo se los quitara con tan sólo el esfuerzo de sus piernas.

Por radio les anuncian que ha doblado hacia “la zona” un lugar donde salir río abajo para deshacerse de los cuerpos y que misteriosamente siempre tiene las farolas descompuestas, los impuestos no sirven en esa parte de la ciudad, al parecer. Ya lo tienen, sólo disparan.

“Mejor, pararé un rato e iré por cerveza”.

— ¿Entonces se muere? —

—Pero como sabré yo eso pelotudo, que escriba lo que quiera y que por mí termine la historia como le plazca—

¡Mierda! esto no es lo que yo quiero. Necesito decirle a Sheppard.

 

Capítulo 2. El aviso

— ¡Agáchate! — Gritó una voz.

Sheppard reaccionó por instinto y más que agacharse se tiró de bruces al río, “¿Qué está pasando?” Retumbaba su cabeza y una voz le alentaba, ¡Vamos! ¡Vamos!. Aún agitado, nadaba pegado al muro lleno de musgo, había una especie de flashes y sonidos sordos que interpretó primero como cañones y luego como silbidos  ya dentro del agua, “disparos” pensó con miedo y la adrenalina al mil por ciento.

—Escucha chico: quiere matarte—

— ¿Quién eres? —

— Quiere matarte, búscalo, tiene tu historia—

— ¿Qué? —

— ¿Pero de qué hablas? ¿Dónde estás?—

—Búscalo, calle Hawkins N° 31—

La voz desapareció, Sheppard se desmayaba, los perseguidores habían desaparecido por alguna extraña razón. “Tiene tu historia” se repetía en su cabeza.

Continuará…

 

Por, Irving Pacheco Gutiérrez

Alvarado (Veracruz, México)

 

 

Reseña del Autor

Irving Pacheco Gutiérrez  31 de Julio 1991. , Nace en Alvarado,  México  viviendo la mayor parte de su vida en Lerdo de Tejada, donde desarrolla el oficio de Auxiliar contable, nihilista y escritor de ocasión a raíz de una infancia interesada en libros y estudio por cuenta propia.

Autores favoritos: VIctor Hugo, Jhon Katzenbach, Italo Calvino, Anne Rice, Isaac Asimov, Thomas Mann entre otros.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Tiene una enorme capacidad para transportar  al lector al  interior de la historia, y de hacer sentir eso, que en algún momento, todo escritor experimenta”.

Los Cuerpos

El esplendor que emite la luna se cuela por el velo tierno que cubre la ventana cerrada, da permiso para contemplar con claridad cada objeto del lugar.

Por, Déborah Henao

El esplendor que emite la luna se cuela por el velo tierno que cubre la ventana cerrada, da permiso para contemplar con claridad cada objeto del lugar.

Los colores de las paredes incorporan la melancolía; remolinos que fueron hechos por una brocha juegan ahora con el azul, amarillo y blanco, forman círculos que se encuentran, danzan en movimientos suaves.

Íntimo nido, atrapa los olores; dulces, amargos, salados, agrios, algunos alegres, otros tristes.

Se empañan de amarguras los utensilios que a diario moran en los mesones teñidos de hollín.

Una botella de vino semivacía, recubierta de un brillo pálido reposa encima del mesón, el líquido de uva dulce está en la espera de las gargantas resecas.

Varios pedazos de carne; fina, gruesa, ajada, delicada o tosca reposarán al otro día con todos sus fluidos en la corona que sostiene el cuello largo de cristal. Al lado se hallan tres derretidas velas ancladas en la boca de metal del candelabro forjado en bronce, con la más fina delicadeza, los rastros de parafina adheridos en los bordes, languidecieron las figuras talladas de la mano de su creador. Las huellas se perdieron en la suciedad y el olvido.

Una puerta abatida, acanalada gobierna impetuosa, asegura con su cerrojo antiguo la confianza que allí se teje.

Una marmita con su hondo hueco respira la esencia que permanece incrustada en su pared de barro, el tizne atrapado por los años le cubre el rabo vetusto. La marmita está seca en su interior como todas las noches, queda olvidada en la guarrería de residuos, en la espera de que las sombras famélicas, con el despertar de sus tripas sin piedad retorciéndose dentro de sus estómagos hambrientos, llenen de nuevo su oquedad.

En una diminuta piscina de metal rutilante descansan entre manchas de guiso, y aceite, las escudillas, de forma cóncava, con tres ramitas de color verde adornando cada parte superior, las escudillas ya no tienen destello, los rostros no se reflejan en su superficie. La rutina de todos los días las mato de pena.

No muy lejos del fogón, hay una diminuta cucharita, está sola, por algún descuido de algunas manos indiferentes cayó, ahora sólo las hormigas sienten su presencia, suben y bajan de aquella colina.

No muy retirada de aquella colina abandonada, una butaca alta de madera tosca, sirve de aposento a un pequeño gato que se oculta entre las sombras que trae la noche, una parte de su peludo cuerpo esta tumbado, la otra se inclina hacía dentro de sí mismo, la nariz huele sus genitales, la lengua carrasposa aprovecha para explorar; mientras, una mesa de leño guarda con recelo el secreto de todas las noches.

En el día sirve para preparar alimentos desprovistos de sabor, la sangre de los conejos, pollos y cabras, se filtra por las ranuras, el olor a muerto es amalgamado con ajo y sal.

En las noches el aroma a comida se combina con fluidos celestiales, la mesa tan antigua como los ocasos, ha resistido las más grandes tempestades. Su apariencia es triste; pero su fuerza es de dioses.

Esta noche, como todas las noches, los dos mismos cuerpos se aman a escondidas, en el encubridor lugar, que acalla las pasiones desbordantes.

Los cuerpos entretejidos por el deseo, quieren fundirse, uno encima del otro, brazos y piernas balanceándose de arriba hacia abajo.

Se puede oír el crujir de los huesos al contacto intermitente, frotan sus carnes con frenesí, se escucha la cadencia de una sonata clásica, perduran los acordes, aumenta la complejidad, la duración.

Se derriten los instrumentos, ahora hacen parte de un mar irresistible, de aguas revueltas.

Se detiene la sonata clásica, los cuerpos están cubiertos de sal, agitados reposan sin dejar de entretejer sus almas sofocadas, la oscilación recae en las respiraciones entrecortadas, la vida queda en los corazones palpitantes, los ojos puestos en blanco.

Las uñas pasearon por la espalda de él, dejaron señales de caminos rojos, senderos que enmarcan lugares explorados. Las piernas abiertas de ella reciben como una madre las caderas y  muslos del cuerpo fatigado que yace encima.

La mujer retiene con amor el líquido de la pasión descargada en su vientre. Le quema parte de su piel. La mesa deja de temblar, las patas retoman su postura erguida, en silencio espera el amanecer.

 

Por, Déborah Henao

Bogotá (Colombia)

Reseña del Autor

Déborah Henao, nacida en Buga Valle, criada en Bogotá a partir de los años. Soltera,  independiente y amante de los gatos.

Soy Magistra en Psicología clínica con énfasis Psicoanalítico, de la Universidad Javeriana,  actualmente docente de la Universidad Cooperativa de Colombia. Especialista en Creación Narrativa de la Universidad Central.  Participé en el taller de poesía en el Fondo de Cultura  Gabriel García Márquez, dirigido por el poeta Federico Díaz Granados. Gané el tercer premio en el concurso de poesía Nidia Erika Bautista, con el poema: “El Aroma de las  Mujeres Desaparecidas” 2016.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

Mi Juego

Voy a mirarte traviesa, con mi sonrisa inocente, mordiéndome el labio, sugestiva, para invitarte a jugar. 

Por, Giuliana Bulus

Voy a mirarte traviesa, con mi sonrisa inocente, mordiéndome el labio, sugestiva, para invitarte a jugar.

Voy a acercarme muy lento y a envolverte en mis brazos, dejar que notes el peso de mi cuerpo sobre el tuyo, derramando tímidos besos en tu cuello y tus labios.

Voy a alejarme un momento, para mirarte de nuevo, mientras desordeno con falsa ternura tus cabellos; voy a hacer que moderes tu deseo y padezcas la distancia. Voy a desabrochar lentamente algunos botones de tu camisa, y a divertirme con el sufrimiento de tus ganas contenidas.

Voy a dejar que me acaricies con tus manos ansiosas, que recorran tus bellos ojos el territorio que anhelas conquistar, que me quites la blusa y me acerques lujurioso a tu pecho agitado, que sientas en tu piel el tibio aire que mi boca deja escapar.

Voy a permitirte tener el control por un rato, que te desates apasionado y te diviertas con placer egoísta, voy a gozar, atrevida, de las cosas que decidas probar.

Después, nuevamente rebelde, voy a alejarme con malicia, sólo para enloquecerte un poco más. Voy a tomarme mi tiempo, a torturarte pacientemente durante el tiempo que logres resistir.

Vas a acostumbrarte a ser el compañero de mis juegos perversos de noches prohibidas. Las cosas más intensamente deseadas son aquellas que se hacen esperar…

Por, Giuliana Bulus

Buenos Aires (Argentina)

 

Reseña del Autor

Giuliana Bulus – 1992 Buenos Aires, Argentina
Estudiante en Facultad de Cs. Exactas U.N.L.P.
Lectora aficionada

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

Pasado

Dicen que siempre volvemos a los lugares en los que fuimos felices, y es verdad, pero caminar por estos lugares, es como recoger los pasos de un pasado que se quedó detenido, en el aire, en las risas, en los gritos, en los pensamientos.

Por, Erika Molina gallego

Dicen que siempre volvemos a los lugares en los que fuimos felices, y es verdad, pero caminar por estos lugares, es como recoger los pasos de un pasado que se quedó detenido, en el aire, en las risas, en los gritos, en los pensamientos. 

PasadoEn el silencio profundo de ese pasado, hoy se respira un soledad que hiere, una que llena de lágrimas los ojos, en parte por la nostalgia de la felicidad que allí se vivió, pero también por el dolor de saber que casi en un abrir y cerrar de ojos, todo quedó atrás.

Cómo ansiábamos crecer, pienso en eso mientras recorro paso a paso los viejos caminos, ahora llenos de telarañas. Los pinos crujen con el viento, tal vez ellos también recuerden mi presencia, nuestra presencia, o quizá, también nos olvidaron. Muchos de ellos ya murieron, seguramente cansados de esperar por los gritos de siempre, otros más apenas empiezan a crecer, y nunca serán testigos de aquellas historias que sus viejos ancestros conocieron.

PasadoEl lecho del pinar ya no es el mismo de antes, los nuevos habitantes lo cubren casi por completo, la vieja rama del columpio aún sigue allí, fuerte, arqueada como siempre, seguro esperando el lazo que nos lanzaría muy lejos. El claro aún deja entrar el sol y todavía se puede ver el azul del cielo, me parece ver allí la olla tiznada puesta en el fogón, ese en el que se preparaba chocolate los domingos, y el balón a punto de caerle dentro y  la leña parada en el tronco de casi cada árbol de aquellos cientos, puesta allí por unas manos viejas, arrugadas, llenas de pecas ya por el paso del tiempo.

Las tapias de las antiguas casas ya no son visibles, la naturaleza reclamó su lugar, los frutos que llenaban nuestros bolsillos ahora son escasos, pero el agua sigue brotando del nacimiento sin parar, sigue ahí, limpia, pura, las ranas cantan a su alrededor, igual que siempre, como si el tiempo nunca hubiera pasado.

Nuestro espíritu sigue vivo allí, aún permanecen nuestras risas, en el silencio del viento, en cada hoja que cae, en una que otra ardilla que trepa por un pino, la algarabía permanece. Ante mis ojos se dibujan los costales en los que nos arrastrábamos por la viruta, los bejucos con los que era amarrada la leña, las piñas con las que jugaban los perros y los sueños que plasmábamos en las nubes, recostadas en el cálido suelo del bosque por las tardes.

PasadoNos gustaba imaginar cómo sería el mundo, qué habría más allá de las quebradas, las huertas, el pinar, el musgo, las carreteras de tierra, las cáscaras de eucalipto, y el vuelo de las palomas abanico.  Ahora lo conocemos, y no, nada es como lo imaginamos, ¿cómo íbamos a saber que aquello era todo lo que necesitábamos?

Sigo caminando, repasando en mi mente cada pequeña historia, cada pelea, cada escondite y cada choza, cada juego inventado con complicidad, me parece escuchar las carcajadas de los muchachos jugando futbol en la cancha en un día soleado, lluvioso, no importaba, todos se disfrutaban por igual. Las huertas, antes llenas de comida, ya no son más que maleza y los eucaliptos aún se levantan imponentes, tal vez contentos de que no haya cometas insolentes que se enreden en sus altísimas ramas. Todos nos fuimos, uno tras otro hicimos una vida lejos, los más chicos nunca lo entendimos, era una traición abandonar la gran casa en la que vivimos, pero nosotros también crecimos.

PasadoUna adorable voz me saca por un momento de mis recuerdos, pero verla a ella sólo hace más grande mi sentimiento, ¿cómo es posible que este aquí? Si hasta hace poco éramos tan pequeñas como ella.  Tomo el camino de regreso, y mientras me alejo siento como si un puñal atravesara mi pecho. Trato de imaginar que existe un pasado viviente, uno que nunca pasa, que nuca termina, que allí, es los lugares que nos hicieron felices, aún hay un montón de niños, que ríen, que corren y a los que podremos visitar  siempre que queramos recordar lo que siempre hemos sido.

 

Por, Erika Molina Gallego

 

Tú, Yo

Tú lo superaste, yo fingí hacerlo…

Tú caminaste sin mirar y dejaste todo atrás.

Yo sigo yendo a paso lento, aún persiste el fuego,

pues no hay cosa que lo apague, porque nunca supe hacerlo…

Tú sigues siendo el mismo, un cavernícola engreído;

Yo maduré, puedo decir que algo he aprendido…

Tú has vuelto, usando más historias con los mismos versos.

Yo ya no espero, cambié de página y escribí de nuevo…

 

Por,  Antonela Torales

(Argentina)

 

 

Reseña del Autor

Soy de Argentina, soy lectora hace años y le pongo ganas a la escritura. Sin duda, es algo que me apasiona y por ello decidí enfocarme en la carrera de licenciatura en letras.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Letras nobles y tranquilas, letras que invitan a soltar”

 

 

Reflexiones sobre lo efímero

Somos efímeros. Todos, todo…

Y aun así navegamos y luchamos desesperadamente para tratar de no ahogarnos en el mar de olvido que inevitablemente nos llevará a sus profundas aguas.

Pero también somos vida. Una corta…

Una pequeñísima existencia en donde se condensan las grandes dudas. ¿Existimos con qué fin?

Tratamos de ajustar el mundo y nuestra capacidad de creer en deidades y demás, para darnos el consuelo de tener un objetivo que trascienda la existencia.

Pero eso, en lo personal, es solamente un esfuerzo fútil que enmascara el miedo a confrontarnos con una realidad insoportable…

Estamos solos y probablemente no haya un gran propósito.

Navegamos a la deriva en aguas de olvido.

 

Por, William Almonacid

 

Reseña del Autor

 

Licenciado en música de la Universidad Pedagógica Nacional.

Docente de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Facultad de Artes – ASAB.

Guitarrista de la banda de death metal Blazing.

Investigador cultural con énfasis en músicas tradicionales.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Simple, conciso, genial”

 

 

Imagen tomada de Internet: El Grito Del Tiempo