Mi Juego

Voy a mirarte traviesa, con mi sonrisa inocente, mordiéndome el labio, sugestiva, para invitarte a jugar. 

Por, Giuliana Bulus

Voy a mirarte traviesa, con mi sonrisa inocente, mordiéndome el labio, sugestiva, para invitarte a jugar.

Voy a acercarme muy lento y a envolverte en mis brazos, dejar que notes el peso de mi cuerpo sobre el tuyo, derramando tímidos besos en tu cuello y tus labios.

Voy a alejarme un momento, para mirarte de nuevo, mientras desordeno con falsa ternura tus cabellos; voy a hacer que moderes tu deseo y padezcas la distancia. Voy a desabrochar lentamente algunos botones de tu camisa, y a divertirme con el sufrimiento de tus ganas contenidas.

Voy a dejar que me acaricies con tus manos ansiosas, que recorran tus bellos ojos el territorio que anhelas conquistar, que me quites la blusa y me acerques lujurioso a tu pecho agitado, que sientas en tu piel el tibio aire que mi boca deja escapar.

Voy a permitirte tener el control por un rato, que te desates apasionado y te diviertas con placer egoísta, voy a gozar, atrevida, de las cosas que decidas probar.

Después, nuevamente rebelde, voy a alejarme con malicia, sólo para enloquecerte un poco más. Voy a tomarme mi tiempo, a torturarte pacientemente durante el tiempo que logres resistir.

Vas a acostumbrarte a ser el compañero de mis juegos perversos de noches prohibidas. Las cosas más intensamente deseadas son aquellas que se hacen esperar…

Por, Giuliana Bulus

Buenos Aires (Argentina)

 

Reseña del Autor

Giuliana Bulus – 1992 Buenos Aires, Argentina
Estudiante en Facultad de Cs. Exactas U.N.L.P.
Lectora aficionada

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

Pasado

Dicen que siempre volvemos a los lugares en los que fuimos felices, y es verdad, pero caminar por estos lugares, es como recoger los pasos de un pasado que se quedó detenido, en el aire, en las risas, en los gritos, en los pensamientos.

Por, Erika Molina gallego

Dicen que siempre volvemos a los lugares en los que fuimos felices, y es verdad, pero caminar por estos lugares, es como recoger los pasos de un pasado que se quedó detenido, en el aire, en las risas, en los gritos, en los pensamientos. 

PasadoEn el silencio profundo de ese pasado, hoy se respira un soledad que hiere, una que llena de lágrimas los ojos, en parte por la nostalgia de la felicidad que allí se vivió, pero también por el dolor de saber que casi en un abrir y cerrar de ojos, todo quedó atrás.

Cómo ansiábamos crecer, pienso en eso mientras recorro paso a paso los viejos caminos, ahora llenos de telarañas. Los pinos crujen con el viento, tal vez ellos también recuerden mi presencia, nuestra presencia, o quizá, también nos olvidaron. Muchos de ellos ya murieron, seguramente cansados de esperar por los gritos de siempre, otros más apenas empiezan a crecer, y nunca serán testigos de aquellas historias que sus viejos ancestros conocieron.

PasadoEl lecho del pinar ya no es el mismo de antes, los nuevos habitantes lo cubren casi por completo, la vieja rama del columpio aún sigue allí, fuerte, arqueada como siempre, seguro esperando el lazo que nos lanzaría muy lejos. El claro aún deja entrar el sol y todavía se puede ver el azul del cielo, me parece ver allí la olla tiznada puesta en el fogón, ese en el que se preparaba chocolate los domingos, y el balón a punto de caerle dentro y  la leña parada en el tronco de casi cada árbol de aquellos cientos, puesta allí por unas manos viejas, arrugadas, llenas de pecas ya por el paso del tiempo.

Las tapias de las antiguas casas ya no son visibles, la naturaleza reclamó su lugar, los frutos que llenaban nuestros bolsillos ahora son escasos, pero el agua sigue brotando del nacimiento sin parar, sigue ahí, limpia, pura, las ranas cantan a su alrededor, igual que siempre, como si el tiempo nunca hubiera pasado.

Nuestro espíritu sigue vivo allí, aún permanecen nuestras risas, en el silencio del viento, en cada hoja que cae, en una que otra ardilla que trepa por un pino, la algarabía permanece. Ante mis ojos se dibujan los costales en los que nos arrastrábamos por la viruta, los bejucos con los que era amarrada la leña, las piñas con las que jugaban los perros y los sueños que plasmábamos en las nubes, recostadas en el cálido suelo del bosque por las tardes.

PasadoNos gustaba imaginar cómo sería el mundo, qué habría más allá de las quebradas, las huertas, el pinar, el musgo, las carreteras de tierra, las cáscaras de eucalipto, y el vuelo de las palomas abanico.  Ahora lo conocemos, y no, nada es como lo imaginamos, ¿cómo íbamos a saber que aquello era todo lo que necesitábamos?

Sigo caminando, repasando en mi mente cada pequeña historia, cada pelea, cada escondite y cada choza, cada juego inventado con complicidad, me parece escuchar las carcajadas de los muchachos jugando futbol en la cancha en un día soleado, lluvioso, no importaba, todos se disfrutaban por igual. Las huertas, antes llenas de comida, ya no son más que maleza y los eucaliptos aún se levantan imponentes, tal vez contentos de que no haya cometas insolentes que se enreden en sus altísimas ramas. Todos nos fuimos, uno tras otro hicimos una vida lejos, los más chicos nunca lo entendimos, era una traición abandonar la gran casa en la que vivimos, pero nosotros también crecimos.

PasadoUna adorable voz me saca por un momento de mis recuerdos, pero verla a ella sólo hace más grande mi sentimiento, ¿cómo es posible que este aquí? Si hasta hace poco éramos tan pequeñas como ella.  Tomo el camino de regreso, y mientras me alejo siento como si un puñal atravesara mi pecho. Trato de imaginar que existe un pasado viviente, uno que nunca pasa, que nuca termina, que allí, es los lugares que nos hicieron felices, aún hay un montón de niños, que ríen, que corren y a los que podremos visitar  siempre que queramos recordar lo que siempre hemos sido.

 

Por, Erika Molina Gallego

 

Tú, Yo

Tú lo superaste, yo fingí hacerlo…

Tú caminaste sin mirar y dejaste todo atrás.

Yo sigo yendo a paso lento, aún persiste el fuego,

pues no hay cosa que lo apague, porque nunca supe hacerlo…

Tú sigues siendo el mismo, un cavernícola engreído;

Yo maduré, puedo decir que algo he aprendido…

Tú has vuelto, usando más historias con los mismos versos.

Yo ya no espero, cambié de página y escribí de nuevo…

 

Por,  Antonela Torales

(Argentina)

 

 

Reseña del Autor

Soy de Argentina, soy lectora hace años y le pongo ganas a la escritura. Sin duda, es algo que me apasiona y por ello decidí enfocarme en la carrera de licenciatura en letras.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Letras nobles y tranquilas, letras que invitan a soltar”

 

 

Reflexiones sobre lo efímero

Somos efímeros. Todos, todo…

Y aun así navegamos y luchamos desesperadamente para tratar de no ahogarnos en el mar de olvido que inevitablemente nos llevará a sus profundas aguas.

Pero también somos vida. Una corta…

Una pequeñísima existencia en donde se condensan las grandes dudas. ¿Existimos con qué fin?

Tratamos de ajustar el mundo y nuestra capacidad de creer en deidades y demás, para darnos el consuelo de tener un objetivo que trascienda la existencia.

Pero eso, en lo personal, es solamente un esfuerzo fútil que enmascara el miedo a confrontarnos con una realidad insoportable…

Estamos solos y probablemente no haya un gran propósito.

Navegamos a la deriva en aguas de olvido.

 

Por, William Almonacid

 

Reseña del Autor

 

Licenciado en música de la Universidad Pedagógica Nacional.

Docente de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Facultad de Artes – ASAB.

Guitarrista de la banda de death metal Blazing.

Investigador cultural con énfasis en músicas tradicionales.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

 

“Simple, conciso, genial”

 

 

Imagen tomada de Internet: El Grito Del Tiempo

Epístola de un muerto anónimo

Sobre el cadáver del señor llamado Gordon, junto a una alberca, bajo un árbol, se halló un trozo de papel donde alguien, quizá hasta el propio Gordon había garabateado las palabras: “Anónimo dijo: esto ni se lee, ni se entiende”

Muerte en la Rúa Augusta

A quien corresponda leer:

Escribo la siguiente carta como posible escrito póstumo. La presente sirva como símbolo a todos aquéllos que logren tenerla en sus manos, si hoy, o en lo sucesivo desaparezco, es propio de mi voluntad y la necesidad que existe en mí de haber luchado contra un estado de adormecimiento y miedo continuo toda la vida. Consta evidencia de esto en todo lo que hay, y prueba de ello es el presente mismo, en donde el miedo a dejar sin respuestas a mis seres queridos me orilla a hacerlo.

Es posible sin duda salir de esto, evidenciar la extensa red de poder y corrupción que impera en esta ciudad, pero no será una palanca débil la que destape la cloaca y muestre las miasmas en las que nos hundimos cada día más. El estado ideal, pensado por la nueva ideología, hace muchos años no existe, en realidad nunca existió, los cimientos están corroídos y el soporte total de nuestra endeble existencia es el terror y los placeres vacíos, creados a priori, como soma de vida. No sabe nadie dónde estoy, he ocultado mi información y he borrado todo lo que existe de mí, me he adelantado, como una manera de luchar siendo etéreo; como una forma de que al intentar atraparme sólo encuentren humo, callejones, nada.

Así que ahora estoy vivo a efectos biológicos, pero no existo. Y en este estado de inexistencia voy camino a reunirme con otros inexistentes, aunque por su naturaleza misma dudo que los encuentre. Necesito saber que existe una forma de acabar con esto, de permitir la libertad de nuestros hermanos de ser y pensar, sin coartar libertades o derechos, ni vidas.

Si tú, amigo, das con esta carta y no deseas involucrarte en mi historia, déjala donde estaba, si por el contrario y al igual que muchos, ya despertaste, te pido esperes pacientemente y busques señales, podría esto no ser un escrito póstumo después de todo.

 

.

 

Por, Irving Pacheco Gutiérrez

Alvarado (Veracruz, México)

 

Reseña del Autor

Irving Pacheco Gutiérrez, Nace en Alvarado, estado de Veracruz y vive en Lerdo de Tejada Veracruz, estudia gastronomía dos años sin llegar a concluir su carrera, posteriormente decidiéndose como auxiliar contable. De gusto por la lectura desde pequeño, con autores como Kenneth Graham, Anne Rice, Khon Katzenbach, Thommas Man y Victor Hugo llenando el espacio de sus ideas. Escritor de ocasión.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“Una escritura limpia y certera, causa intriga y envuelve al lector”

 

Imagen tomada de Internet: Practicando Cultura

De Creer

Nunca imaginé que las horas fueran tan lentas cuando tú no estabas,

creí que podría sacarte de mi mente, pero cometí el error de creer.

creer que no habías marcado mi vida,

qué no me habías enseñado el camino para llegar a amarte.

Que no te había dado la fórmula para entrar en mi corazón,

de creer que no te pensaría a cada instante,

que aunque el día fuera frío, sentiría calor de sólo pensarte,

de que tu oscuridad no podría envolverme, de que soñaría con tus manos tibias aunque nunca llegaste a tocarme.

De creer que podría olvidarte, cuando no hago más que recordarte.

Por, Maia San Toro

Ovalle (Chile)

 

Reseña del Autor

Maia San Toro, Ovalle Chile, 23 de Abril, 1982. Simplemente una enamorada de la idea del amor.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

«Palabras sencillas, sinceras, vivencias profundas, desde el corazón»

 

 

 

Almas Cautivas

Era una chica alegre y traviesa, un poco rebelde para su tiempo y con muchas ganas de volar. Su nombre era Mary y los acontecimientos de esa tranquila mañana cambiarían el rumbo de su vida para siempre.

Cuando las letras escapan por tus poros y mueven tus dedos casi instintivamente, hasta la sangre sirve de tinta, hasta la piel sirve de papel – Eri Molina

 

Era una chica alegre y traviesa, un poco rebelde para su tiempo y con muchas ganas de volar. Su nombre era Mary y los acontecimientos de esa tranquila mañana cambiarían el rumbo de su vida para siempre.

Una mañana soleada de junio, Mary se levantó con entusiasmo al sentir el sol en su cara, abrió la ventana de par en par, era un día precioso y deseaba olvidar la horrible discusión que había tenido con su padre la noche anterior; no podía creer que pudiera llegar a ser tan frío y testarudo. Miró al cielo y al bajar la mirada sintió que le faltaba el aire, desde allí podía ver a los esclavos que desde temprano llevaban a cabo sus labores en las plantaciones de algodón; negros, aquellos con los cuales, según su madre no podía cruzar una sola palabra a menos de que fuera estrictamente necesario, por razones que a ella le parecían totalmente absurdas. ¿Cuál puede ser la diferencia entre ellos y yo? Siempre se preguntaba lo mismo. Recordó con dolor un episodio de su niñez, un momento que nunca olvidaría; su madre le había regalado una hermosa muñeca rubia, con ojos profundamente azules, parecían reales. Estaba feliz y en cuanto su madre estuvo ocupada en sus costuras y sus telas, ella corrió a la cocina; quería enseñarle su nueva muñeca a Carmen, la hija de la cocinera. Entró corriendo a la cocina y encontró a Carmen junto a su madre limpiando la encimera.

¿Quieres jugar conmigo?

Preguntó Mary amablemente a la niña negra, Carmen sonrío, miró a su madre buscando aprobación, pero antes de que ésta pudiera hablar  Mary la tomó de la mano y corrió con ella y con su muñeca hacia la entrada principal de la casa, estaban a punto de salir al exterior cuando chocaron repentinamente con su padre… Carmen y su madre durmieron a la intemperie durante una semana y la rubia muñeca de Mary fue quemada en la chimenea esa misma tarde, mientras ella lloraba desesperadamente sin entender qué había hecho mal.

Suspiró tratando de sacar de su mente ese triste momento, buscó a su gato con la mirada por toda la habitación y empezó a llamarlo por su nombre hasta que al fin se dio por vencida. ¡Debe haber salido a pasear sin mi… es un traidor! Pensó con una sonrisa. Ramsés era un hermoso gato Maine Coon que recibió de su tío Alan cuando cumplió 10 años, sus ojos eran enormes y cuando Mary leía él parecía escucharla atentamente. Su madre le había ayudado a elegir su nombre una tarde mientras ordenaban sus libros, después de casi una semana en la cual se había resignado a llamarlo simplemente gato, ya que ninguno le parecía lo suficientemente elegante, fuerte y digno para él.

Ramsés era un compañero amoroso, pero también era arrogante y voluntarioso.

A veces te pareces tanto a mi padre solía decirle Mary mientras lo acariciaba y lo llenaba de besos, algo que a Ramsés realmente le molestaba, tal vez por eso, esta mañana había desaparecido antes  de que ella lo aplastara con su avalancha de besos y apapachos.

Encontró sobre el gran sillón de su habitación el vestido azul oscuro que tanto le gustaba, acarició la suave tela y se lo probó frente al espejo. Le gustaba como se veía, resaltaba su cabello y sus ojos brillaban, aunque tal vez, esto último no se debía tanto al vestido. Se miró al espejo con curiosidad, ya no era la misma niña que corría por la casa tratando de atrapar a su gato. Terminó de arreglarse sin mucho más que una flor que adornaba su pelo y los guantes blancos que siempre debía llevar. Las joyas no eran lo suyo, la hacían sentir terriblemente mal en un ambiente de hambre, látigos y dolor.

Después de desayunar, Mary se dispuso a salir de paseo por el campo, como lo hacía cada mañana, hoy además necesitaba buscar a su gato, quien ya se había tardado mucho en aparecer. Su padre casi nunca estaba en la casa y su madre insistió como siempre en que una de sus criadas la acompañase, algo que sabía era completamente inútil, pues a Mary le gustaba caminar sola por las plantaciones y los campos, cosa que a su madre le disgustaba muchísimo.

—No hables con nadie—  Le advirtió  como de costumbre.

—No te preocupes, madre— Respondió Mary  y salió de la casa con un libro en la mano, dispuesta a disfrutar de su paseo matutino.

La propiedad de su familia era bastante grande, además de las plantaciones, contaba con una parte del rio, una larga franja de árboles se fundía con la inmensidad del bosque surcando el campo abierto y los establos estaban llenos de caballos. La casa estaba rodeada de un precioso jardín y en la parte trasera, más allá de los establos se podían ver las chozas donde dormían los negros, eran increíblemente pequeñas y miserables, al lado de su casa, parecían de juguete. Mary sólo se había acercado allí un par de veces, escabulléndose entre las sombras y en ambas había salido llorando, indignada y avergonzada de haber nacido con su blanca piel.

Después de caminar un rato y llamar a su gato como loca sin obtener ningún resultado, Mary decidió sentarse a leer bajo un gran árbol situado a unos cien metros de una de las plantaciones. Era un árbol especial, lleno de recuerdos y de risas, allí su tío Alan le había enseñado a leer y había imitado cientos de veces con tono jocoso la voz de su padre diciendo: “ya sabes Mary, no debes hablar con los negros, no son iguales a nosotros, sólo están aquí para trabajar”. Su tío era tan diferente, la vida era injusta, todo sería más fácil si hubiera sido su padre o si al menos viviera con ella, pero Alan era un alma libre, indomable, que andaba de aquí para allá, sin esposa, sin hijos y sin oficio, la oveja negra de la familia.

si fuera por tu tío ya no tendríamos tierras, ni esclavos, ni nada, ¿Qué sería de nosotros sin tu padre? Debes aprender mucho de él, algún día serás quien se ocupe de todo.

 Le repetía su madre continuamente.

Mary se sentó tranquilamente bajo el árbol, notó con tristeza que el campo abierto cada vez era más reducido y había sido reemplazado casi en su totalidad por las plantaciones de algodón, que ahora llegaban casi hasta los límites del bosque. Su padre cada vez quería más, ahora no era sólo el algodón, había empezado a comerciar con esclavos, al parecer el negocio dejaba buenos dividendos y no era muy complicado, iba a las subastas que organizaban algunos de sus amigos o viajaba hasta otros estados en busca de esclavos más baratos, los entrenaba por unos días en el trabajo del campo o de la casa y los vendía a buen precio. Eso era algo que a Mary le parecía completamente inaceptable  y aunque para su padre los negros eran menos que animales salvajes a ella le aterraba la sola idea de que algún día todo esto fuera a ser su responsabilidad. Debía hacer algo al respecto, pensaba en eso todos los días, tal vez podría pedir ayuda a su tío. Las discusiones con su padre se hacían cada vez más insoportables y sabía que él nunca la entendería.

Sin ganas de pensar más en ese tema, se disponía a abrir su libro, cuando de pronto se fijó que uno de los esclavos dejaba sutilmente su sitio de trabajo para adentrarse en el bosque, teniendo cuidado de que ninguno de los vigilantes lo notara. Trató de distinguir quién era y cuando vio que se trataba de él se llevó una mano a la boca, aterrada. Era José, Un joven negro de más o menos su edad que había crecido allí con su familia. Su padre era un hombre enorme, con una amplia sonrisa blanca, tan blanca como el algodón, su madre cantaba todo el tiempo canciones que Mary nunca pudo comprender y le sonreía siempre que la veía jugando en el patio. Era una mujer hermosa y Mary nunca podría olvidar su mirada, estaba llena de amor y de alegría, ¿Cómo podía ser esto posible en alguien que sólo recibía malos tratos? José también tenía un hermano, pero éste fue a vivir con familiares lejanos que cuidarían mejor de él, en realidad, el muchacho fue vendido a los 14 años en una de las subastas organizadas cada año en una plantación vecina.

Los padres de José habían muerto ya. Su padre olvidó reportar algunos sacos de algodón y al día siguiente encontraron su cuerpo en el rio, medio desfigurado. Su madre murió días después de tuberculosis, agravada por la pena que le produjo la pérdida de su marido y fue enterrada por su hijo en un pequeño claro cerca del bosque. José estaba completamente solo y a pesar de las advertencias de su madre, Mary había hablado más de un par de veces con él. Era simpático y cordial y quería aprender a leer. Desde hacía más o menos dos años ella le llevaba alguno de sus libros y lo dejaba caer cerca del campo, o simplemente lo dejaba olvidado bajo su árbol. José había aprendido bastante y en cuanto pudo escribir, empezó a devolverle sus libros con una hoja de más al final de cada uno, contándole sus sueños  y dándole las gracias por enseñarle a volar.

Ella también había aprendido de él, aprendió del dolor que llevaba en sus ojos y de la fuerza que ni su diario martirio lograba doblegar. De José aprendió que los negros tenían alma, contrario a lo que decían sus padres y gracias a él, ahora tenía el valor de luchar.

Mary lo observó hasta que entró en el bosque y se apresuró a seguirlo, rodeó el campo hasta el borde del bosque y se disponía a tomar el camino cuando vio que un guardia ya había ido tras él. Su corazón se aceleró, esto no era bueno, como mínimo José se ganaría una buena paliza por tratar de escapar, si es que era eso lo que intentaba. Pensó qué hacer, tal vez llamar la atención del guardia e intentar distraerlo, pero sabía que sería inútil, sólo lograría empeorar las cosas, así que decidió callar y seguirlos.

Después de asegurarse de que nadie la observaba, se dirigió al bosque, a pocos metros del guardia, necesitaba saber que estaba sucediendo y no permitiría que nada le pasara a José, aunque ella tuviera que asumir las consecuencias. Su largo vestido no le permitía avanzar tan rápido como hubiera querido, así que los perdió de vista por un momento, Caminó lo más rápido que pudo por el difícil terreno del bosque recogiendo su larga falda, hasta que escuchó voces, José y el guardia discutían. Tomó aire con la intención de decir algo, pero no pudo hacerlo, estaba sorprendida y asustada. Nunca  había visto a José hablar así, mirando a los ojos, con actitud desafiante y eso de alguna manera le gustaba, pero las cosas para él no estaban nada bien.

— ¿Acaso crees que te tengo miedo, negro? ¿Crees que alguien notará tu ausencia si no vuelves?—

El guardia hablaba con desprecio y con ira, tenía un látigo en una mano y un arma en la otra.

—Si nadie notará mi ausencia entonces déjeme ir, no volveré, prefiero que me mate—

La voz de José era firme y no había en ella ni un poco de temor, se podía decir que hasta hablaba con altivez.

—Eres tan despreciable como tu padre—

Gritó el guardia.

— ¿Recuerdas como terminó por querer pasarse de listo? son negros y es todo lo que merecen—

Mary sentía que el calor invadía su cuerpo y con cada palabra que el guardia pronunciaba, estaba más segura de que no tomaría jamás el lugar de su padre, no podía ser cómplice de tanta crueldad.

Ninguno de los dos había notado su presencia, José y el guardia no dejaban de mirarse fijamente, el primero con seguridad y valentía, el segundo con odio.

José repetía una y otra vez que no volvería, prefería morir allí que seguir teniendo esa vida. Se disponía a decir algo más, pero en ese momento el guardia se lanzó sobre él dejando caer el arma que tenía en la mano, y enredando el látigo alrededor de su cuello, lo derrumbó. Mary sintió como la ira se apoderaba de ella, la ira y el miedo, no sabía qué hacer, estaba entre la espada y la pared, ella ni siquiera debería estar allí. José luchaba por quitarse al guardia de encima, pero no era tan fuerte para eso, estaba demasiado débil gracias al trabajo y lo mal que se alimentaban en las plantaciones. ¡Tengo que hacer algo! Pensó Mary casi en voz alta y tomando el arma dejada en el piso segundos antes por el mismo guardia, casi sin pensarlo, haló el gatillo y disparó…

… El tiro retumbó por el bosque con el ruido más aterrador que ella pudiera recordar y la bala quedó incrustada en la cabeza del guardia, quien ahora yacía muerto sobre un enorme charco de sangre. José la miraba perplejo sin comprender aún que había pasado. Mary soltó el arma y cayó de rodillas, con lágrimas en los ojos y el corazón desbocado. En ese momento su gato apareció a su lado, impasible, frotando su cuerpo en su vestido, mirando a José con sus grandes ojos grises, como fiel testigo de  todo lo ocurrido.

 

 

Por, Erika Molina Gallego

Medellín (Colombia)

 

 

Reseña del Autor

Enamorada de las letras y la música, descubriendo mundos a través de los libros, queriendo encontrar el verdadero sentido de la literatura más allá de lo intelectual.

 

Revisó: Andrés Angulo Linares

Línea tras línea el relato es descrito con precisión, con un lenguaje natural el lector es transportado al tiempo en el que el cuento se desenvuelve. Es un viaje en el tiempo, sí. Pero, también, es un recorrido por los laberintos del alma.

Camino al olvido

Es un camino oscuro,

bajo un cielo desolado,

una angosta senda de ripio

y astillas de sueños rotos.

Es un camino que atraviesa

los frondosos bosques de la angustia y la

desesperación; 

que bordea el lago de las tristezas

y escala las montañas de las dudas. 

Es un camino gélido…

el camino donde me voy

olvidando de vos.

 

Por, Carlos Falótico

Chivilcoy (Buenos Aires, Argentina)

 

Reseña del Autor

Carlos Falótico, nacido en la ciudad de chivilcoy Buenos Aires Argentina el 27 de octubre de 1987.

Obras publicadas: «El observador» antología creación joven literario. Editorial Chivilcoy.

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“La profundidad siempre es más importante que la extensión, la belleza de la escritura está en poder transmitir miles de emociones en muy pocas palabras”.

 

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Moira

Podría encontrarme tan desolado como Travis Bickle… y podría recurrir a hundirme en el resentimiento de no saber a dónde ir…

Podría sentirme tan desaforadamente exhausto después de una rutinaria lucha con el ayer… y es que el recuerdo se convirtió en algo tan triste, y la incapacidad que tengo para olvidar me produce tanto asco de mi ser.

Pero no, justo ahora la oscuridad y demencia que se observa en el horizonte deja ver algo bello; un recuerdo que sana y purifica almas, ese alguien que no se va de mi mente no porque no pueda irse, sino, porque yo no quiero que se vaya. Éste ser que permanecía con una divinidad característica de lo inexplicable y parecía no tocarla el tiempo.

Un nombre que gritaba destino a su paso, con la hermosura de Elena de Troya, la inteligencia de Atenea y la versatilidad en las palabras de los sofistas; recuerdo su viva imagen como un niño recuerda a su héroe más querido y me reprimo de querer olvidar como sus palabras solían transportarme desde una realidad vacía al ensueño que brindan las letras. La lírica de su voz y las guerras en sus ojos dejaban un sentimiento amargo algunos días, pero sabía que podía contar con ella si me encontraba solo y perdido en Comala y que encontraría seguridad en sus expresiones.

A veces en estos tiempos de profundas soledades, me veo como Teodoro y la recuerdo a ella como el maestro que intentó alejarlo del sufrir que genera entregarse a amar. Pero, ¿qué sentido tiene rememorar al ayer distante con muestras de gratitud si ella no está aquí? tal vez este hilando destinos de otras personas como yo, y tal vez haya borrado de su mente mi nombre, pero no, yo nunca podría olvidarla, porque aunque he estado en la más profunda miseria, ella me brindó el mejor refugio que alguien podría darme…

…ella guio mi camino a las letras.

Muchas madrugadas melancólicas quisieran tener la intromisión de ella, para alegrar un poco los corazones rotos, para hacer que las almas no vaguen fuera de cualquier futuro probable o dirigidas a una perdición excesiva y desamparada donde no te reconoces y crees que el mundo te escupe en el rostro, y te crees basura, y te sientes como Dante, perdido en el infierno del no saber qué hacer; su presencia sería el Virgilio, guía en el camino del sufrimiento para encontrar una salida. ¡Oh Capitán! ¡Mi capitán! Si lee estas letras y sonríe, mi objetivo se habrá cumplido, y si el nombre del joven M. Ludwig resuena en su cabeza con algún sentimiento de cariño, y si las noches que hacen que las personas olviden no han hecho efecto en su ser, y si aún conserva esa mirada desafiante y esa tierna voz… ¡Gracias mi querida Moira!

Por, Brando Cifuentes

 

 

Reseña del Autor

Mi nombre es Brandon Cifuentes, un aspirante a escritor de 15 años, nacido en Bogotá y amante de la historia, al que le encanta escribir historias tristes y le cuesta hablar de amor… que se identifica fácilmente con una canción melancólica y le cuesta superar las cosas, oh sí… yo creo en el ayer.

 

¡Anímate a participar de nuestra Convocatoria Narraciones Transeúntes!

Revisó: Erika Molina Gallego ( Editora Narraciones Transeúntes)

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