Por un instante los murmullos cesan y regresan como un zumbido que me perturba hasta alterarme los nervios ¿Qué está pasando? presiento la amenaza de algo que no puedo ver, mi cuerpo se paraliza, mi corazón se acelera.
Por, Cindy Ramos
La mañana en una casa sin inquilinos.
Recorro con la mirada expectante las tres habitaciones, ¿estarán ahí? Me pregunto mientras atravieso el corredor con los pies descalzos. La baldosa fría despierta las urgencias matutinas de mi cuerpo. Abro la puerta del baño, piso sin querer charquitos de agua, evidencia de que alguien estuvo ahí. ¿Dónde estarán? Subo la tapa del inodoro, mi vejiga se vacía, jalo la cadena, y por un instante cierro los ojos y encuentro aquel sonido de cisterna relajante. Me acerco al espejo, observo mi cabello enmarañado, mis ojos de mirada soñolienta. Me miro, me contemplo, giro mi rostro hacia la derecha, luego hacia la izquierda, gesticulo para espantar la pereza de mi rostro, pero aún tengo sueño. Salgo del baño, atravieso la sala buscando llegar a aquel sofá gris, llego e instantáneamente me rindo ante la fuerza de atracción con la que aquellos grises y suaves cojines atraen mi cuerpo, caigo de espaldas y de inmediato mi mirada se pierde en aquel techo que simula ser un mar de leche, ya no tengo sueño. Siento que algo vibra bajo mi espalda, me volteo y encuentro que es mi celular atrapado en una grieta del sofá, me resisto por un momento a rescatarlo, pero cedo ante la curiosidad que me causa saber si aquella mujer de nombre enigmático que stalkeé anoche ha aceptado mi invitación a salir. Ingreso la contraseña: buda90, al desbloquearlo encuentro que tengo un tráfico de notificaciones de Facebook, y entre ellas sólo una me interesa: mensaje de Aurora.
«¿Quién eres? ¿Te conozco? » Pregunta ella.
«Hola Aurora, soy el sonido de un viejo reloj de pared, en otras ocasiones puedo llegar a ser una gota de agua que cae del grifo, frecuentemente soy las voces, los pasos agitados de mis vecinos. Hoy soy una mañana de migajas de pan sobre la mesa, seis sillas en desorden, paredes blancas, una baldosa sin barrer, una cama que exhala e inhala pereza. Hoy soy una casa abandonada. Y tú, ¿quién eres? »
«PDT: ¿Puede alguna persona conocer a otra? te propongo reinventar las reglas del te conozco. Seré tu espejo, tu reflejo, si así lo acordamos» Respondo.
De repente escucho lo que parecen ser murmullos. Desvío mi mirada del celular para ver hacia la puerta principal, puede ser María, mi vecina, que tiene la costumbre de bajar por las escaleras a golpear mi puerta. Pero al parecer aquellos murmullos no provienen del exterior, sino de alguna habitación. ¿Habrán regresado?, pero si es muy temprano para que algunos de aquellos insípidos universitarios hayan regresado, además ninguno de ellos conversa entre sí.
Por un instante los murmullos cesan y regresan como un zumbido que me perturba hasta alterarme los nervios ¿Qué está pasando? presiento la amenaza de algo que no puedo ver, mi cuerpo se paraliza, mi corazón se acelera. Siento la necesidad de ir al encuentro de aquellos murmullos, necesito moverme. Abandono el sofá, cruzo la sala, subo las escaleras, me percato de que aquellos murmullos no provienen de la habitación de Luis, ni de José. Con sigilo me acerco a la habitación de Carlos, los murmullos son tan fuertes que la puerta parece vibrar, siento miedo, pero aun así decido abrir, giro lentamente la perilla, al abrir la puerta rechina, aquel sonido me paraliza, me quedo en el umbral, busco con la mirada entre aquella oscuridad espesa a Carlos, veo una figura que parece ser él, sentado al costado de su cama. ¿Qué estará murmurando?, de momento calla, así que aprovecho para preguntarle si se encuentra bien. Siento que me mira, no puedo dejar de sentir miedo. Con la voz temblorosa le pregunto nuevamente
— Carlos, ¿estás bien?—
De repente, su rostro desfigurado aparece ante mí
— ¡Cuidado!— grita.
…
Despierto sobresaltado, busco torpemente desactivar la alarma de mi celular, la desactivo, salgo de prisa de mi cama, me baño, me visto y levanto la maleta del suelo. Salgo de mi cuarto, me encuentro con mis dos compañeros de casa, nos damos un tímido saludo con la mirada. Bajo las escaleras y encuentro que Ximena, la chica dueña de la casa, ya está en el sofá enviando mensajes por su celular. Me pregunto qué mujer estará tratando de seducir.
—Adiós Ximena, nos vemos en la noche— digo tímidamente.
—Adiós Carlos— Contesta ella con pereza.
Recojo las llaves de la mesita de la entrada, salgo, y al cerrar la puerta recuerdo que debo entregarle el sobre con la renta a Ximena, abro la puerta, saco de mi maleta el sobre y se lo entrego. Por un instante al verla fijamente a los ojos se me eriza la piel, siento miedo. Pestañeo y sacudo sutilmente mi cabeza de un lado a otro.
—un« hola Aurora, ¿cómo estás?» bastaría— le digo
Ximena, cambia su mirada por una de perplejidad. Me despido nuevamente, salgo y cierro la puerta. Bajo las escaleras, veo de un lado a otro la calle, cruzo. Escucho como las llantas de un carro rechinan contra el pavimento. A lo lejos alguien grita: ¡Cuidado!
Por, Cindy Ramos
Bogotá (Colombia)
Reseña del Autor
Cindy Liliana Ramos Sánchez (Bogotá, Colombia; 1990) Psicóloga egresada de la universidad Cooperativa de Colombia.
«Ojo con esos días, semanas, meses, años de pensamiento estático. Ojo que a los rebeldes se les puede domesticar las ideas».
Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)
“Enigmático e inesperado. Una historia que te deja con ganas de más”.
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