Mi motivo

Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Por, Andrés Angulo Linares

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Motos, gente en los andenes marchando confundida. Izquierda, derecha, chocan entre sí, no se miran a los ojos, se odian. Ciudad envenenada.

— ¿Qué hora es? —

— ¿Cómo llego a esta dirección? —

— ¡Ay, qué trancón! —

La señora que sentó a mi lado no para de parlotear. Intento ser amable.

—Las ocho, no sé—

A su observación sobre el tráfico no respondo nada y me pongo los auriculares esperando que me saquen de nuevo del ruido. No sonrío, más de una vez me he preguntado si es que estoy muerto.

No me gusta la gente, no hablo con desconocidos y a cada pregunta que un extraño me hace imagino su muerte. Los he empujado a la avenida, a otros les he estrellado la cabeza contra el pavimento; sesos por aquí, por allá, Sangre. Otros, simplemente han recibido la descarga de tiros de mi revolver sin compasión.

—Me disculpan si he venido a interrumpir su momento de meditación o su conversación—

Otro, otro que se sube con su historia, en veinte minutos se han subido cuatro sujetos, tres vendiendo productos que no me interesan comprar, uno improvisando rimas, dizque para robar una sonrisa. ¡Mierda! Quiero enloquecer.

Sirenas, pitos, gritos, gente hablando en voz alta por celular, el vendedor, el rapero, el motor de la buseta y la música del conductor.

Sólo falta que la señora del puesto contiguo quiera contarme su vida o, ¡peor aún!, que quiera mostrarme el camino del Señor.

Si quisiera comprar me bajaría e iría a una tienda, si quisiera escuchar música en vivo no la buscaría en un bus a las ocho de la mañana, si quisiera escuchar la palabra del Señor, sería amigo de ese tipo de sotana que a mi mamá le encanta oír.

Abro WhatsApp

— ¿A qué hora llega, mano? —

— ¿Cuándo me va a pagar? —

— ¿Qué hace? —

Sólo conversaciones vacías y un puto meme que he visto mil veces. Ella aún no escribe.

¿A qué hora llegó, pendejo? A la hora que el Arca de Noé me lleve en la jaula de los monos.

¿Pagar? Tenía lo del bus, si tuviera dinero no estaría acá sentado viendo como la barba me crece detenido en el tráfico.

¿Qué hago? La pregunta del día. No, huevón, acá disfrutando de Bogotá.

—Usted (pobre arrancado) no tiene saldo para esta llamada (No sea chichipato) —

Lo que me faltaba, no tengo forma de llamar.

Abro Facebook. Pendejada por aquí, Pendejada por allá. Leo noticias: Petro puede ser candidato. Vargas será presidente. 10 cosas que no sabías del orgasmo femenino.

¡Oh! ¡Qué revelador! Este texto de seguro cambiará mi vida para siempre.

Samuel, Victoria, Daniela y Doris te están saludando. ¡Qué feliz me siento! Cuatro desocupados me envían sus estúpidos saludos.

— ¿Qué trancón, cierto? —

¡Ay, no! “Señora ¿usted sigue viva?” La miro con desprecio al tiempo que trato de decirle que se joda, que si quiere ser mi amiga tendrá que enviarme una solicitud de amistad en Facebook, como otros 2.353 pendejos  lo han hecho, que no hago excepciones.

¡Maldita sea! nueve de la mañana.

Además de la tripofobia y la gente, el encierro es lo que más temor me causa; siento que las ventanas del bus pierden su forma y se vienen hacia mí, que todos los pasajeros me hablan al oído y sus murmullos ahogan la música -mi único escape-. Sirenas, ladridos, pitos, ruido por todas partes. Miles de voces que me hablan al mismo tiempo.

Miro el celular. Sonrío. Las voces se esfumaron y la canción que se reproduce en mi teléfono se escucha diáfana. Las ventanas regresan a su lugar y ya veo mi destino a dos cuadras. No he dejado de sonreír desde que vi su mensaje: “Qué tengas un buen día, no olvides que eres mío”. Es hora de bajarme.

—Señora, por favor me da permiso—

Le digo de manera cordial mientras esbozo una sonrisa.

—Ah, y el trancón ya pasó, que tenga un lindo día, siempre habrá un motivo para sonreír —.

 

Por, Andrés Angulo Linares

Bogotá (Colombia)

 

Reseña del Autor

De mí no tengo mucho por decir, sólo que busco desgarrarme con cada experiencia y que en la escritura encuentro paz. Es un ejercicio liberador, definitivamente.

 

Revisó: Erika Molina Gallego (Editora Narraciones Transeúntes)

“como siempre, cotidiano, mordaz, autentico y real”

La culpa es de los pobres

Los fines de semana caminamos los centros comerciales con la seguridad que ofrece una tarjeta de crédito. Lo debemos todo, qué importa, vivimos «bien». En Creeps, en Beers, en Wok o en Andrés Carnes de Res nadie se siente pobre.

Según cifras del DANE de 2015 había en el país un 27.8% de personas en situación de pobreza, un 8.1% en pobreza extrema; es decir, un 35.9% de la población que subsistía para entonces con un ingreso inferior a 894.522 pesos era considerada pobre, quedando por fuera de esta circunstancia, según la medición oficial, los hogares cuyo ingreso superara esta cifra, aunque en la práctica sus ingresos no fueron suficientes para suplir las necesidades básicas en su totalidad ni con la calidad debida. Así mismo, un estudio realizado por la firma especializada en mediciones de consumo, RADDAR CKG, señala que el 79.2% de la población colombiana se encuentra ubicada entre los estratos 1, 2 y 3 ( un poco más de la tercera parte del país).

Frías estadísticas que reflejan una verdad incontrovertible: Los pobres somos más. El silencio que desde hace mucho tiempo nos ha acompañado, como también las nefastas decisiones que hemos tomado como sociedad, cuando por fin vencemos a la tentación de la pereza y salimos a votar, son los dos factores que nos tienen a los pobres –la inmensa mayoría del país– más pobres. El primero nos hace indiferentes ante la realidad que otros colombianos viven a diario en campos y ciudades, incluso hace que desviemos la mirada de nuestro propio entorno y callemos esa voz interna por diversas razones. Bien reza la sabiduría popular cuando afirma que el silencio otorga y en el caso colombiano, no sólo permite que nuestros derechos nos sean vulnerados, también nos hace pensar que no tenemos opción, que igual todo permanecerá estático y los ricos y poderosos cada vez lo serán más, mientras que los pobres no tenemos más alternativa que la de resignarnos a nuestra desgracia.

El segundo nos pasa factura después de cada elección, cual si fuéramos la novia masoquista que es golpeada todos los días por su pareja, seguimos dándoles una última –eterna– oportunidad a los rufianes que rigen el destino de la nación a su acomodo, mientras que nosotros, los pobres, recibimos los azotes de nuestro voto. La culpa es de nosotros, los pobres. A diario, en las mañanas, rumbo a nuestra labor, en muchos casos remunerada miserablemente, descargamos la furia interna que nos acompaña, con esos otros pobres que, como nosotros, salen a ganarse el pan para sus familias o a buscarse un mejor futuro en un aula universitaria. Los empujamos con tal de ganarles una deseada silla roja en un bus, los insultamos, los maltratamos. Somos la mayoría y aun así somos incapaces de solidarizarnos con ese otro que se parece tanto a nosotros y que vive y sufre circunstancias muy similares a las nuestras.

En las noches distraemos la desgracia de salir todos los días a producir montañas de dinero para otro, al frente de una pantalla plana de 48 pulgadas que pagamos, «sin sentirla», con el recibo de la luz y que nos da un sorbo de alivio al dibujarnos un imaginario en el que ya no somos pobres, sino pertenecientes a una clase media, que no sabemos bien dónde comienza ni de qué forma es clasificada. Los fines de semana caminamos los centros comerciales con la seguridad que ofrece una tarjeta de crédito. Lo debemos todo, qué importa, vivimos «bien». En Creeps, en Beers, en Wok o en Andrés Carnes de Res nadie se siente pobre.

Nosotros, los pobres, somos culpables. Somos honestos, es cierto. También competentes, creativos y luchadores, aun así, permitimos que una gran empresa nos pague limosnas, nos irrespete los tiempos de descanso y nos compre con prebendas ridículas. Somos culpables, también, porque si tenemos un negocio propio, somos desleales al momento de competir con nuestro vecino, regalamos nuestro trabajo con tal de ganar una venta, qué más da, si mañana estamos en quiebra por esa decisión.

… representan una reducida minoría que encontró una forma económica y política de controlarnos: El miedo a morir de hambre, el miedo a seguir hundidos en la pobreza. Somos culpables por vivir arrodillados y resignados a la obediencia.

Somos la inmensa mayoría, es cierto. Sin embargo aprendimos a callar y decidimos dejar nuestro destino en manos de ellos, los de siempre: los Lleras, los Santos, los Santo Domingo, los Ardila Lulle, los López y otros cuantos poderosos, que igual representan una reducida minoría que encontró una forma económica y política de controlarnos: El miedo a morir de hambre, el miedo a seguir hundidos en la pobreza. Somos culpables por vivir arrodillados y resignados a la obediencia. Somos la inmensa mayoría, acostumbrados desde chicos a que la lucha es la base de la esperanza, pero cuando debemos reaccionar masivamente no lo hacemos, preferimos el confort que ofrece un Smart tv que el desespero de una sociedad que sabe y que desea un cambio, pero que es incapaz de movilizarse por un sueño colectivo. Somos culpables cuando permitimos que a causa de nuestra ignorancia, aquellos que se hacen llamar doctores –sin serlo– nos deslumbren con espejos y promesas de ciudades futuristas, cuando estamos anclados en el subdesarrollo, cuando permitimos que ellos –los elegidos– diseñen, desde un escritorio, nuestro destino o saqueen el erario, para que ellos puedan seguir siendo, de esta manera, cada vez más ricos.

Cuando no hacemos una fila, cuando aprovechamos «la papaya» o cuando sacamos beneficio de un subsidio al que no tenemos derecho, somos iguales a esa minoría que por años ha sido ama y señora del país y, si se quiere también, de nuestras vidas. Cuando permitimos que nuestra fe sea usada para servir a otros fines diferentes a los espirituales, cuando le damos licencia a un pastor para que nos diga por quién votar, cuando además, con nuestro dinero, hacemos de ese «mensajero de Dios» otro rico, cuya fortuna construye con dedicación culto tras culto.

Para qué quejarnos, si nosotros mismos, los pobres, hemos sido los tejedores de nuestra derrota en un sistema que devora al más débil. Aún no despertamos y quizás nunca lo hagamos. Lástima, porque Colombia sería un mejor país, si fuera gobernado por nosotros, los pobres, si asumiéramos con seriedad esa mayoría a la que pertenecemos y nos comprometiéramos, de verdad, por un mejor país.  

Por, Andrés Angulo Linares

@OlugnaElGato

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Columna de Opinión publicada originalmente en http://www.eldiabloviejo.com/content/posts/id/757
Imagen tomada de Internet: UNIMINUTO Radio

Colombia: el país del gato y la linterna

Somos el país del gato y la linterna. Hace unos días jugué con cósmica, mi gata, en un cuarto oscuro. Tomé la linterna y proyecté la luz en distintos rincones de la habitación, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, sin importar la dirección que ésta tomara, allí llegaba la gorda cósmica con sus garras tratando de atraparla.

 

 

Somos el país del gato y la linterna. Hace unos días jugué con cósmica, mi gata, en un cuarto oscuro. Tomé la linterna y proyecté la luz en distintos rincones de la habitación, de izquierda a derecha y de arriba a abajo, sin importar la dirección que ésta tomara, allí llegaba la gorda cósmica con sus garras tratando de atraparla. Me divertí, ella también. En un juego de 7 minutos Comprendí que la habitación oscura es Colombia; los medios de comunicación, la linterna; la luz, su agenda noticiosa; Cósmica somos todos nosotros, tratando de acaparar, día a día, esa luz.

 

Esta semana el foco se centró en la supuesta –o no tan supuesta– reunión de un tridente demoníaco: Trump, Uribe y Pastrana, trío trágico-cómico que amenaza con arrasar a medio planeta o a media Colombia, según el personaje que se mire. Hace unas semanas estábamos –no era para menos– con la tragedia de Mocoa y ya hoy poco hablamos de ella. Ese domingo mientras un pueblo desaparecía, hablábamos de la marcha anti-corrupción. Días antes, del llamado a la Selección del presunto maltratador de mujeres Armero. Una semana antes, del aumento en las tarifas de Transmilenio. Mucho más atrás, del caso Colmenares. En diciembre, moríamos de indignación con la tragedia de Yuliana Samboní.

 

Sólo acudimos la cabeza de arriba a abajo en señal de aprobación, o de un costado al otro con los brazos cruzados, si aquello que vemos nos causa algún tipo de indignación o de rechazo. Nos movilizamos virtualmente en redes sociales cuando un tema se vuelve tendencia. Al final de cada día, al mejor estilo de Hombres de Negro, un rayo borra la caché de nuestra memoria y de igual manera que hacemos cuando el teléfono se nos llena de pendejadas, nos preparamos para reiniciarnos mentalmente y descubrir un nuevo amanecer en el que, seguramente, el foco nos lleve en otra dirección.

 

Ese vaivén noticioso permite que recibamos ráfagas de información que rara vez interiorizamos y que, simplemente, se aloja en nuestra memoria de manera temporal sin que tan siquiera reflexionemos al respecto y, mucho menos, que cuestionemos si es verdadera o no. Quizás por eso cada 4 años elegimos los mismos rufianes para que nos sigan robando, porque si en los grandes medios hubo una denuncia, ésta pasó desapercibida o fue tan fugaz que ni cuenta nos dimos, o fue opacada por otra luz en esa habitación oscura.

 

Al igual que el gato, no tenemos rastro del trayecto de la luz, tampoco idea alguna del rumbo que habrá de tomar. En ocasiones somos un país sin memoria, en otras tantas tenemos una selectiva y conveniente y, en el peor de los casos, sí contamos con ésta, pero nos falta vergüenza.

 

Por andar detrás de esas luces proyectadas no vemos toda la habitación, no somos conscientes de nuestra historia y dejamos que los medios de comunicación nos la cuenten como ellos quieren, ojalá sea televisada y en formato telenovela para evitarnos la fatiga de leer.

 

Colombia ha perdido el foco, desde hace mucho, por culpa nuestra. ¡Sí, nuestra! Conjugamos el verbo «olvidar» en todas las personas del singular y del plural: Yo, usted, nosotros, ellos. Todos olvidamos las noticias con la misma facilidad con la que las absorbemos. Parecemos informados, así logramos sostener conversaciones en el almuerzo y, a veces, podemos posar de intelectuales cuando dejamos ver nuestra indignación en redes sociales por algún tema en particular.

 

Acá hay un gato encerrado que sólo espera que la linterna apunte hacia su nuevo destino. Gran problema que tiende a empeorar cuando muchos piensan que esa luz está en manos de tipejos, que encontraron en la religión un hipnotizador colectivo y un lucrativo proyecto de emprendimiento que, además, les da poder. Un problema que más parece enfermedad cuando una muchedumbre de gran tamaño profesa la convicción ciega de que Álvaro Uribe, Alejandro Ordóñez, Germán Vargas Lleras, entre otros, son los portadores de luz que Colombia tanto necesita.

 

Como Cósmica, dejamos que sean otros, los poderosos, los hijos de los mismos, los grandes empresarios, propietarios además de las cadenas de información más influyentes del país, los que dirijan nuestra atención a su antojo. Nos hipnotizan y, de la misma manera que mi gorda gata, actuamos con pereza y con ingenuidad, lo cual no nos exime de la responsabilidad de permanecer a lo largo de nuestra historia atrapados en esa habitación oscura de la que no saldremos hasta que no encendamos, de una vez por todas, la luz.

 

Por, Andrés Angulo Linares

@OlugnaElGato

Malvinas: cañones contra guitarras

“Me preguntaron cómo vivía, me preguntaron.  ‘Sobreviviendo’ dije, ‘sobreviviendo’. Tengo un poema escrito más de mil veces, en él repito siempre que mientras alguien proponga muerte sobre esta tierra y se fabriquen armas para la guerra, yo pisaré estos campos sobreviviendo.” – Víctor Heredia

La rudeza del desarrollo industrial ha impuesto condiciones de juego bastante crudas para los pueblos, que  han sido, de acuerdo con sus posibilidades, dominantes o dominados. A Latinoamérica le ha tocado pertenecer al segundo grupo, de sur a norte, los países hispanos han escrito sobre sus propios cadáveres una historia en la que la independencia y la libertad han sido sus consignas principales y que, a pesar de los años transcurridos y las batallas libradas, aún continúan siendo sueños lejanos de hacerse algún día realidad.

La segunda mitad de la década de los setenta supuso para la sociedad argentina una transición absurda como violenta. En 1976, Jorge Rafael Videla fue designado presidente de la nación por el Proceso de Reorganización Nacional, junto con él, se instaló en el poder el Terrorismo de Estado, época oscura para la nación sudamericana, que durante 7 años vio impotente como los opositores a la dictadura eran asesinados, torturados, exiliados o desaparecidos.

El arma más eficaz de la dictadura en pro de sus consignas fue la censura, con ella no sólo ejerció control sobre los contenidos en los medios de comunicación, sino que además mantuvo en silencio muchas de sus barbaries. Gran parte de la persecución se centró en el rock –presente ya desde los 60– por considerarlo una incitación a la subversión, no obstante, el género, lejos de desvanecerse se fortaleció  y sus letras se llenaron aún más de resistencia y de rebeldía.

« En el País de la Libertad » – León Gieco

Canción grabada en 1973 y que fue censurada en la dictadura de Videla

La patria, causa nacionalista que fue impuesta con cierto éxito por el régimen, encontró en el fútbol un símbolo patriótico de unión con el codiciado trofeo de la Copa Mundial de la FIFA que Argentina alcanzó en 1978, pero que no logró distraer del todo las dificultades de gobernabilidad y económicas de la dictadura que se hicieron notorias hacia los 80; la favorabilidad del gobierno de Videla descendió considerablemente y la oposición hacia él se fortaleció en torno a los sindicatos y en contra de las constantes violaciones de los Derechos Humanos por parte del Estado hacia la sociedad civil. El 30 de marzo de 1982, encabezada por la Confederación General del Trabajo – CGT, se produjo una de las movilizaciones opositoras más importantes para la época en contra de la dictadura. La reacción de las fuerzas oficiales no se hizo esperar e impidió el avance de la marcha hacia la Plaza de Mayo. 

«Madres » – Caballeros de la Quema

 

(Canción grabada en 1998, último corte de su álbum, La Paciencia de la Araña)

Malvinas: Una excusa perfecta

Una dictadura evidentemente golpeada y maltrecha acudió al sentimiento que quizás despierta más pasión en la ciudadanía: la recuperación de las Islas Malvinas, usurpadas por la corona británica en un afán colonialista en 1833 y cuya ocupación ha originado la indignación y protesta de Argentina, que a través de los años ha sentado su voz de protesta sin que ésta despierte algún interés por Gran Bretaña, que asegura tener derecho sobre el archipiélago y a su vez niega que éstas estuvieran habitadas por nacionales gauchos al momento de su descubrimiento.

El 2 de abril de 1982 una fuerza conjunta de la armada argentina tomó control temporal de Port Stanley –Bautizado posteriormente como Puerto Argentino–, ciudad de las islas Malvinas, el objetivo de la operación militar era la de expulsar las tropas británicas allí asentadas. Acción que tuvo voces de apoyo, incluso en movimientos opositores, que sin abandonar su disidencia de frente al régimen, manifestaron su apoyo a la iniciativa de recuperar el archipiélago. “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”, fue la consigna de las Madres de Plaza de Mayo, por aquella época.

La motivación por recuperar el territorio de Malvinas fue aplaudida, pero altamente cuestionada desde diversos sectores que consideraron que una confrontación bélica, para la cual Argentina no estaba preparada, era una decisión equivocada.

El rock, que ya por esa época mostraba tonos enfadados y letras contestarías, sentó también su voz de protesta por la incitación a la guerra que estaba provocando la dictadura. Charly García, quien ya había hecho canciones con contenido político, muchas de ellas a través de metáforas, manifestó, con el tema No Bombardeen Buenos Aires, su oposición a la Guerra de las Malvinas.

«No Bombardeen Buenos Aires» – Charly García

(Tercer corte del álbum Yendo de la cama al living, grabado en 1982)

La mayoría de los soldados (70%)[i] enviados a las islas, era conscriptos que provenían de diferentes provincias y de diversas clases sociales. Estudiantes o no, aprendieron desde niños que las Malvinas eran argentinas y que ellos, conocidos como Los Chicos de la Guerra, estaban obligados a defenderlas.

El metal pesado argentino, caracterizado por su potencia y crítica política, declaró su abierta oposición a la Guerra de las Malvinas. Apocalipsis, en su tema 1982, realizó un homenaje a los soldados argentinos que dieron su vida a una causa, que si bien era justa, los condenó a muerte al enfrentarse en desigualdad de condiciones con un ejército mejor preparado y aventajado en cuanto a tecnología y armamento.

«1982» – Apocalipsis

(Primer corte del álbum compilatorio Endemoniado, 2005)

Malón, otra agrupación de heavy metal argentina, en su canción Nido de Almas, también rindió culto a los combatientes caídos en Malvinas con una letra desgarradora: “Fue su alma causa del servicio emancipado hasta su propio orgullo, desenvaina del honor su sacrificio y en su voz pide a Dios santo descanso”

«Nido de Almas» – Malón

(Primer corte del álbum Justicia o Resistencia, 1996)

El gobierno argentino buscó forzar una negociación con Reino Unido motivados con la idea de ser apoyados en su cruzada por Estados Unidos. Tres días después, el desembarque de las fuerzas conjuntas británicas en el puerto, dio respuesta al intento por buscar una salida diplomática. Tres semanas posteriores, la potencia norteamericana declaró su respaldo a Gran Bretaña y dio la espalda al anhelo que tenía Videla se der apoyado en su causa por la potencia norteamericana. La mayoría de países de Latinoamérica se solidarizaron diplomáticamente o militarmente con Argentina, sin embargo, tres naciones se inclinaron por las tropas inglesas: Colombia, Chile y Trinidad y Tobago.

A finales de abril los argentinos instalados en las Islas Georgias fueron expulsados, el 1 de mayo Puerto Argentino fue bombardeado, un día después fue hundido el navío ARA General Belgrano. Aunque hubo respuesta por parte de la nación sudamericana, ésta no fue suficiente y el 21 de mayo los buques ingleses desembarcaron en el Estrecho de San Carlos, en las Islas Soledad. Un ejército austral menguado y con grandes falencias en su entrenamiento realizó operaciones aéreas constantes, sin embargo la superioridad de su adversario era evidente.

Tren Loco, banda descendiente de Apocalipsis, dedicó un tema al hundimiento del crucero ARA General Belgrano por parte del submarino Conqueror el 2 de mayo de 1982, ataque en el que 323 soldados argentinos fallecieron.

«Acorazado Belgrano» – Tren Loco

(Canción del álbum Venas de Acero, 2008)

Aun así, los titulares de la prensa argentina a servicio de la dictadura y bajo el control de ésta casi que en su totalidad, valoró de manera excesiva los bombardeos de su ejército y dejaron en la opinión pública una sensación de victoria.

El 16 de mayo se llevó a cabo en el estadio de Obras Públicas el Festival por la Solidaridad Latinoamericana, cuyo fin era enviar un mensaje de paz y recaudar víveres y ropas para los combatientes. Al festival, en el que participaron entre otros: Charlie García, Pappo, Luis Alberto Spinetta, Raúl Porcheto y León Gieco asistieron cerca de 70.000 personas que a cambio de una donación pudieron entrar al espectáculo. El gran concierto contó con cubrimiento en televisión, pese a que el género estaba censurado por la dictadura. No obstante, con el tiempo se descubrió que las ayudas allí recogidas nunca llegaron a su destino y quedaron al desnudo intereses particulares que el régimen pretendía gracias al Festival. Varios artistas que participaron en él dieron declaraciones posteriores en las cuales dejaron ver su rechazo al manejo que se le dio al mismo:

“Cuando terminó la guerra y supe que la comida no les llegaba, que los torturaron por robar un poco de comida o que los chocolates que la gente donaba en Buenos Aires aparecían en kioscos de Rosario confirmé todo lo que sospeché en ese momento. Me di cuenta que los militares argentinos no sirven para nada, ni siquiera para la guerra.” – León Gieco.

«Sólo le Pido a Dios» – León Gieco

(Festival por la Solidaridad Americana, 16 de mayo 1982)

“… Cuando supimos que nada de lo que recaudamos llegó a Malvinas no nos sorprendimos, si se habían quedado con tantas vidas, ¿cómo no se iban a quedar con los chocolates?”– Raúl Porchetto.

«Algo de Paz» – Raúl Porchetto

(Festival por la Solidaridad Americana, 16 de mayo 1982)

El 28 de mayo, las tropas argentinas instaladas en Puerto Darwin se rindieron luego de dos días de combates. El 14 de junio se hizo oficial la rendición del ejército austral que vio como sus hombres dejaron su vida, o parte de ella, en el campo de batalla en nombre de la patria y de una causa –que analizada en profundidad–  era perdida, aun antes de comenzar.

El ejército británico, además de tener a su favor una mayor capacidad armamentista, tecnología mucho más avanzada y un mejor entrenamiento que su rival, contó en sus primeras filas con los ‘Gurkhas’, ejército nepalés afamado por la brutalidad de sus ataques  en contra de sus adversarios. Versiones no oficiales señalan que durante los enfrentamientos los ‘Gurkhas’ desollaron a los soldados argentinos con sus ‘Kukri’ –Cuchillos curvos hechos a mano–, aún después de su rendición.

En julio fueron entregados los últimos prisioneros de guerra por parte de las fuerzas británicas y los soldados y oficiales liberados fueron obligados a guardar silencio. La Dictadura recibió de esta manera su más duro golpe  y vio su final en 1983, dejando una nefasta huella en el país, pues no sólo fue culpable de un sinnúmero de vejámenes en contra de su propio pueblo, sino que además sentenció a muerte a 643 jóvenes enviándolos a una guerra en la cual, no tenían la menor posibilidad de alzarse con una victoria.

La Comisión de Análisis y Evaluación de Responsabilidades en el Conflicto del Atlántico Sur –CAERCAS, creada por la Junta Militar, concluyó lo que para todos era evidente, que la guerra fue desprovista de planeación, que la  Fuerza Armada Argentina no tenía la preparación adecuada para una operación bélica de esas magnitudes y que a ella se enviaron soldados con escaso entrenamiento, quienes además de los ataques de su adversario no contaban con los equipos para cobijarse de las inclemencias climáticas, propias de la zona en disputa.

Desde el rock argentino muchos artistas han alzado en sus canciones su protesta en contra de la Guerra de las Malvinas, entre muchos otros, artistas como Fito Páez, Ataque 77, Alejandro Lerner, Rata Blanca, Los Abuelos de la Nada y Luis Alberto Spinetta dedicaron canciones al conflicto por las Islas.

En el año 2015, Víctor Heredia y la agrupación La Beriso grabaron el tema Sobreviviendo, en la que adaptaron una línea de la letra como homenaje a La Guerra de las Malvinas:

“Hace tiempo no río como hace tiempo, y eso que yo reía como un jilguero. Tengo cierta memoria que me lastima, y no puedo olvidarme lo de Malvinas”

 «Sobreviviendo» – Víctor Heredia ft. La Beriso

Maradona: La reinvidicación argentina

Lo que fue imposible para Argentina a través de las armas en las Malvinas, lo hizo Diego Armando Maradona con sus pies en La Copa Mundial de la FIFA en 1986. Inglaterra cayó derrotada por la Selección Argentina en una emotiva final, en la que el diez del equipo albiceleste con dos anotaciones logró el trofeo más importante del fútbol; el primero fue un despliegue de talento en el que Maradona se llevó por delante a medio equipo inglés con velocidad y gambetas, el segundo fue “la mano de Dios”, con éste selló la victoria del onceno albiceleste.

La agrupación Las Pastillas del Abuelo, dedicó el tema ¿Qué es Dios?, escrito por el poeta taxista Alberto Sueiro a Maradona y los caídos en la Guerra de las Malvinas.

«¿Qué es Dios?» – Las Pastillas del Abuelo

(Corte 10 del álbum Crisis, cuyo lanzamiento se realizó en el Estadio Malvinas Argentinas del club Argentinos Junior en agosto de 2008)

«La mano de Dios»

(Escrita por el cantautor Rodrigo Alejandro Bueno en homenaje a Maradona, quien canta esta versión)

Por, Andrés Angulo Linares
    @OlugnaElGato

[i] Cifras extraídas del documento Pensar Malvinas, creado por el Ministerio de Educación de la Nación Argentina. Segunda Edición, 2010.

Imagen tomada de internet: www.infobae.com

Solitaria y Callada

Quizás pretendía que imaginara esa misma noche sin ella, y, entonces, no la dejara escapar.

Por, Andrés Angulo Linares

Allí estaba ella, sobre mi cama, sentada en forma de flor de loto, con sus medias de peluche azules pastel, descansando sobre sus piernas: El Perfume de Patrick Süskind. Allí estaba ella, sobre mi lecho, con sus gafas, con su pelo suelto, y esa seriedad intelectual que simplemente me enloquecía.

Un fantasma, ella y yo

El humo del cigarrillo teñía la alcoba de color gris y dejaba un leve olor a Canterville, el bar donde la noche anterior nos tomábamos unas copas, mientras la poesía, la música, la melancolía, la depresión, el tabaco y la cerveza nos envolvían y nos tragaban lentamente en esa ciudad de duendes, en esa ciudad de alienígenas.

Le conté de mis historias en ‘Canter’, de las veces que sus mesas me vieron escribir y me vieron llorar; de los fugaces episodios que me hicieron reír; de las muchas conversaciones que sostenía con Gustavo sobre música, Joaquín Sabina, mujeres, poesía y de… Joaquín Sabina.

Acaricié su rostro muchas veces, dejaba resbalar mis dedos por sus mejillas rosadas y terminaba en sus labios rojos. La besé una y otra vez. Eran sus besos el preludio y el ocaso  de cada una de las historias que con furor y melancolía le narraba con la certeza implícita que al final de ellas iba a encontrar nuevamente su boca. Esa noche, en ese bar, jugamos a ser desconocidos, jugamos a ser amantes, jugamos a ser bohemios y perdidos.

Canterville era quizás el lugar más detenido en el tiempo que Jamás había conocido, las viejas y deterioradas mesas con olor a cenicero invitaban a un cigarrillo y a un trago. Las sillas, no menos maltratadas, incitaban a sentarse y a esperar con calma a que simplemente nada ocurriera. Músicos ebrios, poetas suicidas, juglares urbanos con sus ropas harapientas que hacían homenaje a una época que no conocieron.

Una máquina de coser Singer de los años 80, un refrigerador rojo tal vez de los 50, una grabadora negra conectada a tres pequeños altavoces, una barra de madera rayada y que al parecer era el objeto perfecto para apagar los cigarrillos, una improvisada tarima, unas cuantas pinturas abstractas, muchos objetos de cobre, un retrato de Gustavo con Joaquín Sabina, y escrito  en la pared, un trozo de amargura:

“Me sentaba mirando al cielo, me tomaba el café de mi odio y me volvía viejo mascando el pan de no tener a nadie viéndome, viéndome morir”.

Desde que decidió colgar su cuerpo en el baño del bar jamás había sentido tan vivo a Gustavo. Esa noche su fantasma vigilaba taciturno desde la barra cada una de las mesas, casi que lo podía ver sonriendo mientras conversaba animadamente con Laura, Joseph y Julián; con Martin, Juliana y Andrés; conmigo, con ella y Pedro. No importaba, igual eran tres sillas, tres cervezas, tres cigarrillos, tres tristes solitarios.

La noche empezó a decaer rápidamente y después de la media noche, ‘Canter’ya parecía un anfiteatro de almas rebeldes, delirantes y anónimas. Definitivamente era un lugar para tristezas, para crímenes de amor; para escribir con sangre y licor monólogos inmolados, poemas de odio y muerte; definitivamente, para recordar a una mujer.

La noche afuera, aunque fría, se veía mucho más agradable, y sin terminar las bebidas nos tomamos de la mano y decidimos huir de ese panteón donde deambulaba un espectro, cuyo recuerdo sumergía a sus asistentes en una arena de odio y depresión, y en el que se rendía culto a un fantasma, al Fantasma de Canterville. 

La luna, ella y yo

Caminamos por el parque central, se sentó en una silla de madera y me invitó a recostarme sobre sus piernas, tal vez esperaba que simplemente contemplara la magia de esa fría noche o quizás pretendía que imaginara esa misma noche sin ella, y, entonces, no la dejara escapar. Mientras observaba su rostro a contraluz sentí –por alguna razón– que mi espíritu vagabundo me pedía a gritos quietud, que no vagara más, que el nómada por fin había encontrado su territorio. Perdido en la comodidad de su regazo, sentí la tranquilidad y la paz que hasta ese día habían sido desterradas por el caos y la confusión.

La grande luna, inmóvil, aguardaba callada y nos ofrecía complicidad y silencio. Mis dedos se entretenían con la belleza juvenil de su rostro mientras me observaba, recorrieron sus cejas pobladas, bajaron lentamente por sus mejillas rosadas, buscaron sus labios rojos y finalmente descifraron el mensaje escondido de su boca. 

Sus senos, ella y yo

Allí estaba ella, sobre mi cama, sentada en forma de flor de loto. Allí estaba ella, sobre mi lecho, con sus gafas, con su pelo suelto y su desnudez.

Allí estaba yo, en frente de ella. Absorto me limité a observarla. Vi en sus ojos sus luchas, sus dudas, sus demonios. Vi el deseo, vi el pecado, vi a la mujer.

Sus senos pequeños, redondos y rosados, excitados pedían a gritos caricias, besos y sexo. Yo que llevaba largo tiempo sumergido en la soledad y en viciosos monólogos amorosos, desfogué en ella toda mi necesidad, toda mi fuerza, todo mi deseo.

Ella logró en ese instante hacerse dueña de mis pensamientos, de mis sentidos, de mi pasado, de mi cuerpo. Como dos locos hicimos de la cama un concierto saturado de abrazos, de sudor, de respiraciones agitadas, de ansiedad, de gemidos y de orgasmos.

Jamás había sentido tanta furia y miedo a la vez, la acaricié tantas veces que mis manos todavía preservan su aroma y pretenden tocarla. La besé tantas veces que todavía mis labios sienten la humedad de los suyos y sueñan con besarla. La admiré tantas veces que todavía me parece verla allí, sentada sobre mi cama. La esperé tantos años, que cuando llegó, ya estaba muy cansado para retenerla. 

Yo…

Solo en estas cuatro paredes, detrás de una botella y refugiado en un cigarrillo, la recuerdo con su pelo suelto, con sus gafas y con esa seriedad intelectual que solo ella tenía.

Allí solía estar ella, sobre mi cama, sentada en forma de flor de loto, solitaria y callada, con sus medias de peluche azules pastel.