Dafne

Dafne

 

De la mano brota el movimiento, y tras él el sonido. Sale inmóvil y blasfemo, como un recién nacido, y los muros del silencio, que también es un sonido, se derrumban sin permiso, después del primer acorde.

Abrazado, sujetando al cello sin movimiento. Apretando la madera, contrariándola, que se ciñen las huellas sobre la tabla desierta. El ajuste de las cuerdas que amarradas se resisten, no se dejan, son rebeldes a entregar el sonido, y la mano del artífice que las golpea con fuerza, las penetra frenéticamente con el arco, mas las cuerdas como la carne se abren frente al cuchillo, lanzando gritos de dolor que son el eco de la pieza, el trasfondo del sonido.

Instrumento y músico se unen al calor del movimiento, y los contornos de mujer que se delinean por el árbol, por el tronco despojado para construir el Cello. Esa sombra de mujer que vivió como planta, que retiene esencias místicas del bosque ultrajado. El grosor de las cuerdas del llanto, el sonido de las almas, el tacto de la tristeza.

Carne, uña, cuero, tendón, piel y hueso balanceándose sobre materia inerte. Nace un pensamiento, se fusiona con sangre, incita seducción y termina con un Fa #. Huye luego hacia un Re Mayor y termina su periplo en un Si, y tiene que ser menor porque la noche aún es oscura, porque no hay amor en el brazo que alienta el movimiento.

Aún esperando que del cello salgan brazos, que cruja la madera y se destapen los contornos, se abran las heridas. Que la sangre del roble por fin pueda descansar en la tierra, y las lágrimas del intérprete cesen de rodar por el arco hacia las cuerdas. Que las barreras se rompan, las cuerdas dejen de aullar y revelen la verdadera voz oculta. Quebrada la madera, sangrantes las heridas, cubierta de sabia y aserrín salga al fin la criatura del sonido aquel, la de la voz grave y el llanto agudo.

Surge tras el cascarón del deteriorado instrumento el motivo del control del envoltorio, obra del Lutier. Una mujer inhala, con escarcha en los contornos, los ojos cerrados y la cabeza agachada. Con su senos y cadera envueltos en dorada escarcha. La criatura respira por vez primera desde que se hallaba atrapada en su árbol,  flores amargas, pero de olor fuerte, salen sin permiso ni ayuda alguna de sus cabellos.

El músico aún sostiene a lo que era su Cello. Siente por primera vez la piel, la palpa. La babaza de la sabia permea todo su cuerpo, y el olor de la vida lo deja inerte. La mujer se mantiene aún estoica, aprovecha la quietud de su maestro para tomar el arco entre sus manos, no se detiene a observarlo, solo actúa con natural instinto.

El músico sin darse cuenta ya se halla cubierto de la espesa sabia, del líquido sanguíneo, de la antigua esencia. La criatura, de rodillas aún por la pesada postura del Cello, se levanta y se da vuelta, enviando su mirada ciega hacia el maestro. El observa los parpados cerrados, siente la respiración calmada, el arco que se inclina hacia su estómago, y la ninfa ahora busca con el tanteo de su mano el ombligo de su amante, usa el tacto del filo del arco para centrar su punto, y el maestro confundido no refleja más que una ofusca mirada.

Solo un pequeño soplido, un insignificante respiro que se oyó en todos los rincones, fue la respuesta a  la intromisión del arco en la piel acuosa del músico. No hubo sangre ni vísceras tras la cruel puñalada, tan solo un líquido sin forma, una luz lechosa, un caudal dorado de increíble beldad, que bajó despacio desde el ombligo del músico, haciendo contacto con la tierra y brotando de ella flores, lirios y cigarras.

La homicida sonreía, despojada de toda culpa, y su cuerpo brillaba con total armonía, bajo los cantos de las cigarras que brotaron de la tierra, que con su canto, oído como cítara, daban luz a una nueva pieza. –Oh Dafne, mi querida Dafne, más de un milenio para encontrarte, más de mil notas para dejarte libre, y ¿te atreves a herirme con la llave de tu encierro?  -Son tiempos distintos mi desgraciado Apolo, y del hastió que nace ahora que vuelvo a verte, prefiero mil años más de encierro como instrumento. Ser la mensajera de las ondas  de Euterpe, ser el instrumento de su noble causa.

-Pobre de mí que no pudo contenerte, ni en la simplicidad de la carne, ni en la exaltación de la música, he de partir ahora con la herida aún más abierta, con el deseo intacto, con el recuerdo de tu natural fantasma. El músico acercó su mano para tocar a la mujer, y al momento del roce con la piel empapada en sabia, se desmoronó en miles de partículas dejando caer el arco desde la profundidad, ahora inexistente de su vientre.

Las cigarras callaron, la yerba del suelo encontró rápido la muerte, y aquella dama, criatura, bestia, mujer, envuelta tras su armadura de sangre de roble y alada por los laurales que nacieron en su cabello, bajó del escenario, donde acompañada además del extinto maestro, se encontraban músicos, en completo espanto.

La audiencia calló mientras la dama con cabellera de laureles, caminaba por la mitad de los asientos del teatro. El público aristocrático mordió labios, cerró los ojos, no podían soportar la iridiscencia de la musa. Pero aún muchos quisieron arrojársele a los pies, besar las manos pegajosas, los ojos sellados, pero ninguno pudo probar el contacto de su carne, pues ya todo había sido prohibido para aquellos falsos adoradores, solo fue merecedor de su abrazo, un personaje cualquiera que se ocultaba de la lluvia a las afueras del teatro, con cartones como paredes y periódicos cubriendo sus brazos, donde la mujer se dejó llevar y compartir su misterio, siempre buscando la sencillez del humilde a la soberbia de la deidad, propia de la estirpe humana.

Por, Jorge Alejandro Llanos
Imagen:

Dynamic Duo – Cello And Scroll

Reseña del autor

Jorge Alejandro Llanos

 

Estudiante de periodismo e historia del arte.

Melómano podrido y lector recurrente. Envenenado por el metal y el rock & roll recorre las 
calle de Bogotá cada vez que puede, evitando obstáculos y observándolo todo. Los mejores 
días para caminar son los que están bañados por la lluvia casi invisible de las montañas, y 
él, o yo, que somos  un mismo ser pero a veces dos, tratamos de encontrar en la universidad 
y el estudio, una oportunidad para salir. Trabaja en el naciente proyecto Siete Plumas y el 
fanzine El Piojero, escribiendo por escribir, por la razón por la que los que escriben lo 
hacen; para vivir. El futuro pinta gris  como para cualquier persona que piensa vivir de las 
letras.

Recuerda que Narraciones Transeúntes es una convocatoria permanente, participa con tu texto y revisa los requisitos en:

Narraciones Transeúntes

La entrada del Audiomante

 

El hombre camino por calles, parques y bares, anduvo la noche, el bullicio y la soledad. Cuadras y cuadras que se fueron desvaneciendo entre el frío de la ciudad y el inicio del bosque. Por fin ante filo de las montañas nubladas e inermes que sucumben por la voraz urbe, llegó ante un monumento olvidado y carcomido por el tiempo, y cayó ante el Audiomante que meditaba en silencio y sosegado. Éste le preguntó a qué vino y el hombre a su vez preguntó por su destino. Al levantar la mirada el Audiomante le dijo que no podía mostrarle el futuro, pero podían oírlo juntos y comenzó a tocar un ritmo tribal en batería. El hombre en respuesta tocó su guitarra y cerró los ojos. De inmediato naves espaciales cruzaron el cielo destruyendo cometas y planetas mientras la tierra temblaba con el retumbar de la explosiones, hasta que fieramente atravesó la galaxia una mujer inmaculada y destellante que al abrir los ojos y la boca, despidió el sonido más hermoso y poderoso… y luego todo quedó callado. Bajo la luna radiante el hombre ante la nada dejó soltar su aliento y sonrió, pero antes de partir, la voz penetrante del Audiomante, le dijo; perderse en el camino es fácil, vas hacia una batalla. Dando un paso adelante y contemplando las luces de la ciudad el hombre tan solo dijo, lo sé…

 

Por,  Luis Alfredo López Huertas
          selfmiseri@yahoo.com

Reseña del autor

Docente, licenciado en Educación con Énfasis en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco Jose de Caldas. Investigador arte rupestre indígena. Investigador independiente cultura y arte del rock y el heavy metal. Administrador asociado del Rock and Roll Forum (Facebook) y Editor Musical de la revista Rugidos Disidentes. Baterista ex-integrante de Sangre Negra – Heavy Metal Band

 

Recuerda que Narraciones Transeúntes es una convocatoria permanente, participa con tu texto y revisa los requisitos en:

 

Narraciones Transeúntes

 

 

 

La corta historia de una melancolía

 

Estaba ahí, en un escalón de la puerta, bajo un poste que a veces titilaba. Fumaba un Piel Roja sin filtro, así, amargo como lo era ella y su vida. Recordaba la última vez que su padre le pegó y aquella ocasión que su novio la violó. El cigarrillo, que poco a poco se deshacía la mantenía templada para no caer en destartalados sollozos. Mientras despedía grandes bocanadas de humo, miraba la noche, azulada y oscura, con pocas estrellas. La calle está solitaria y tranquila. Hay una botella de vodka, que a veces el viento mueve para jugar con ella, de un lado a otro, tambaleante e indecisa.

El odio se adecuaba en ella, aborrecía su vida, su padre, su «novio», el poste que titilaba, la cama en la que dormía, despreciaba a los hombres y el hecho de haber existido. Apenas quería al cigarrillo que ya se estaba acabando, efímero, cruel, sin poder escapar del tiempo que consume y se apodera de todo.

De la oscura calle se veía venir una sombra, y ella, se preparaba colocándose un escudo cruel e imaginario para lo que iba a pasar. 

Se acercó en zigzagueo aquella sombra y con esfuerzo dijo -Métete ya- y ella le respondió reseca -No quiero- y la sombra ebria, le grito -¡Que te metas he dicho!- El dueño de ese haz de oscuridad con forma humana abrió la puerta de la casa, atrapó a aquella mujer del cabello y lo jaló con fuerza para entrarla a rastras. -¡Yo soy su padre estúpida, tiene que hacer lo que yo le mande, entendido!- el Piel roja cayó al suelo, triste de no ser consumido por completo y triste por aquel tenso momento. La joven mujer sacó toda su euforia y trato de pelear con las fuerzas que podía; sin embargo, un golpe dado en su estómago la dejó en el piso. No faltaban las ganas de Llorar. 

Pero sacó más fuerzas para aproximarse y darle arañazos en el cuello. Tal fue la reacción de su padre que le pegó un golpe en la cara para después decir lo perra y puta que era. En el acto siguiente desabrochó su correa, enrolló el extremo del broche a su mano para el inicio de un ritual doloroso de gritos y latigazos. 

«Resiste, resiste» era lo único que pensaba ella mientras todo su cuerpo se quemaba al contacto del cuero caliente. El desquiciado hombre comentó entrecortadamente mientras la azotaba – ¡Por – eso – mamá – murió! ¡Por – estúpidas como usted! – al

momento ella empezó a llorar casi desconsoladamente, eran sollozos que retumbaban en el espacio con dolor y severidad. Las lágrimas inundaban el suelo una a una, y en la piel de aquella víctima se hacían mamarrachadas líneas rojas que soltaban de forma pausada un espeso líquido vino tinto. Algunas veces, se podía ver una pequeña sonrisa en la cara de aquel hombre olor a cerveza. 

Llegó un momento en el que todo se puso oscuro, donde no podía resistir más, sentía un dolor en el pecho que ahogaba cada pensamiento, cada esperanza, cualquier signo de optimismo. Cayó en desmayo y por unos breves instantes quiso estar así, en un sueño eterno, callado, sin dolor, como si las cosas estuvieran en paz. Pero despertó, y vio a su padre, aun pegándole desaforadamente. Ya no hay dolor, ya no sentía los nefastos roces de su piel con el cuero que se pintaba de sangre. Tomó un gran respiro, soltó su cuerpo por un momento, cogió todas las fuerzas que le quedaban y las concentró en una patada que iba directo a la entrepierna de su agresor.

Quedó en el piso maldiciendo con toda clase de barbaridades contra ella. Y de desesperación, esa mujer cogió un muñeco de porcelana que encontró en una repisa, lo elevó y estrelló en la cabeza del demonio que la destruía.

Quedo abrazado al piso, en un sueño que no se merecía, en un descanso sin privilegio. Con la poca energía que le quedaba y el ardor de su piel manchada de sangre. Se levantó agónica, con lágrimas que goteaban de su mentón. Corrió a su habitación, alistó toda su ropa en una maleta, cogió los pocos ahorros que tenía. Soporto todo el dolor de su piel destrozada por los errores de otros. Abrió la puerta, suspiró, caminó coja buscando quizás… su felicidad.

 

Reseña

Aunque mi  nombre no importe, soy Daniel, y aunque menos importe mi fecha de nacimiento, tengo 18 años y nací un 25 de octubre. Mi vida, al igual que la de muchos no es esa vida súper interesante. Estudio, y quizás, sea eso lo más cercano que tendré a una aventura en toda mi vida. 

Escribo, porque desde pequeño no encontraba mejor forma de expresarme y tal vez, también, era la forma de perderme un poco de este mundo que no me agrada, pero que me gusta al no agradarme.  En cierto modo, desde siempre me apasiona -en modo irrisorio- crear historias.

Simplemente las escribo y ya, o las pienso y después quedan en el olvido, como casi todas las ideas que vienen y se van, sin comentar saludo o despedida. Esta es la primera vez que publico en una página así y no sé que esperar de esto. La cuestión está en que, a pesar, de que esto quede en el olvido, al menos que ese olvido, no sea tan efímero.

 
 

Recuerda que Narraciones Transeúntes es una convocatoria permanente, participa con tu texto y revisa los requisitos en:

 

Narraciones Transeúntes

La ruptura

La citó en el parque, cuando la llamó para decírselo, su voz era diferente, lejana, indiferente, como si le estuviera hablando a cualquier otra persona, no a la mujer que amaba. Un escalofrío punzante le recorrió la espalda haciéndola erizar.  Un peso oscuro se le sentó en el pecho, una inquietud insana le empezó a crecer en las vísceras. El resto de la tarde fue interminable, el bichito de la preocupación le dañó los pensamientos y su mente empezó a tejer especulaciones catastróficas que le alteraron el pulso y la digestión. El estómago le saltó a la garganta y fue a dar al inodoro todo el almuerzo. Se declaró oficialmente indispuesta y abandonó el trabajo dos horas antes de lo habitual.

 

Por, Nubia Marcela Linares Gómez

 

Puso la cabeza en la almohada con toda la intención de dormir, pero los ojos se negaban a permanecer cerrados, los sentía secos, le ardían al parpadear; notó su respiración agitada, superficial, como si en vez de estar tumbada en la cama, se hallase corriendo una maratón.  Un hormigueo desagradable le quemaba los brazos y las piernas, era como si la picaran con diez mil alfileres al tiempo. Le hastió el lecho, tuvo que levantarse y caminar en círculos obstinados en la alcoba y, luego, en la sala y la cocina. Así pasó su noche de suicida intranquilidad.

Un beso felino la despertó, era Calima que ya tenía hambre. No supo precisar en qué momento se quedo dormida, todo parecía confuso esa mañana. La cabeza le daba vueltas y los ojos le querían saltar de las cuencas. Trató de incorporarse y sentarse, pero pudo más el lastre de la vigilia reciente. Así que se quedó allí, echada boca arriba, contemplando el cielo raso verde, mustia y lívida, como un cadáver. Calima le saltó al vientre y la miró desafiante, caminó por su torso con esa cadencia gatuna que infunde respeto y le maulló con rabia exigiéndole el alimento, luego, la besó en los labios y se acostó sobre su cuello, parecía observarla detenidamente, con ese garbo inexplicable de los gatos que termina humillando.

Y entonces, con qué quieres comer, dijo susurrando y acariciando al gato en la cabeza con el índice encorvado. Se levantó ya más repuesta y con Calima rozándole las piernas. Cuando vio su cara demacrada en el espejo del baño, no se reconoció. Las huellas de la mala noche se le dibujaban violentas en el rostro que se tensó en un rictus impasible de demente pánico. Recordó la cita en el parque, una punzada helada la atravesó. Volvió con fuerza la impredecible sensación de angustia que la acompañó las últimas horas. Un presentimiento negro le sacudió el alma inyectándole una enorme dosis de fatal tristeza.

Sentía que caminaba rápido, pero las piernas le temblaban, trastabillaba. Estaba envuelta en la dualidad de querer y no querer llegar a su destino. Ansiaba verlo, pero, al mismo tiempo, algo muy adentro le decía que sería la última vez. Un gusto salado le agriaba la garganta, el deseo abrupto de llorar era muy difícil de dominar.

Él ya había llegado, la esperaba sentado en una banca del parque, muy serio, con el semblante opaco y los ojos vacios. Cuando la vio se levantó y caminó hacia ella, no parecía nervioso ni alterado, más bien tranquilo y apacible en su papel de verdugo.

No la besó en los labios sino en la mejilla y su ceño se frunció levemente cuando ella le mostró con un gesto su extrañeza. La tomó del brazo con suavidad y la condujo hacia la banca donde otrora la aguardaba, con un ademán la invitó a sentarse junto a él.

A lo lejos, eran una pareja más que se reunía en un parque un sábado a la mañana. Ella lo miraba con los ojos tan abiertos como un par de huevos fritos, él le hablaba evitando el contacto visual. Ella empezó a llorar desenfrenada y se tapaba el rostro con ambas manos, doblaba el cuerpo, era notable su dolor; él trató de abrazarla pero se arrepintió y más bien se alejó al otro extremo de la banca cuando se percató de las consecuencias de su acción. Ahora se veía perturbado, alterado. Ella reprochaba, inquiría, suplicaba; él miraba al suelo, al cielo, se frotaba las manos y callaba. Así estuvieron como por dos horas. Ella exhausta de llorar parecía desvanecerse marchita de aflicción; él harto de la situación sólo optó por tomarle las manos y besarlas, para luego largarse y dejarla chapuceando en un charco salado y amargo, ahíto de desolación.

 

Reseña del autor:

Mi nombre es Nubia Marcela Linares Gómez. Nacida en Bogotá un 20 de junio. La literatura siempre ha estado presente en mi vida  aunque de una forma tácita e intermitente. Disfruté al máximo las clases de literatura en el colegio y mi escritura de poemas y cuentos fue elogiada por mi profesora quien visualizó en mí a una futura escritora. Sin embargo, el destino y los acontecimientos de la vida me desviaron de ese camino y termine estudiando una carrera totalmente opuesta y lejana de la creación literaria, lo que ahora lamento profundamente.
Por muchos años mi conexión con las letras se limitó a escribir uno que otro poema para ayudar a mis hermanos en sus tareas escolares o a leer por momentos los libros de Garcia Márquez, Saramago o Neruda. Hace un tiempo me enamoré y la mejor forma que encontré de cortejar a esa persona especial fue dedicándole poemas de mi autoría, arriesgándome a que me tildara de cursi. Por el contrario,  le gustaron y hasta vio en mi cierto talento que, me dijo, tenía que aprovechar y desarrollar. Su apoyo y estimulo hicieron que mi relación con la literatura resurgiera con fuerza. Ahora leo mucho y escribo cada vez más seguido aunque soy consciente de las falencias que tengo y deseo mejorar, que alguien me guie y corrija.  Redescubrí mi amor por la literatura y quiero aportar a este arte. Sé, nunca es tarde.

 

Imagen tomada de internet: madredemarte.wordpress.com

 

El último hombre que logró salir con vida del callejón

Yo soy Miguel Líttin
o quizás un hombre feliz y lleno de ira,
en todo caso un extranjero eterno,
y estoy esperando a que alguien se de vuelta
y me lance una piedra,
estoy esperando
a que me encuentre una bala de fuego
y se meta en mis orejas;
estoy esperando la próxima estrella fugaz
para colgarme de ella
y llegar a otro planeta que sí exista;
por encima de mi nombre hay un húmedo recuerdo,
un sortilegio que sangra,
y un pensamiento que muere
sobre los labios de una rana,

Qué no soy

si en la página muto,
me transporto
me desvelo,
y sigo esperando
que abras los brazos
-Helena-,

Y te salgan murciélagos del pecho

Y aniden en mis ojos

Y se cuelguen de mis cejas,

Y vean pasar las flechas veloces

Que lanza un hombre a lo lejos

Con los ojos llenos de sangre,

Y sigo esperando, no sé si en vano,

No sé si es preciso,

Mirar al cielo,

Una vez más,
y escribir con las cenizas,

Un nuevo discurso que hable de cómo esperar algo
que nunca vendrá.

 

Por, Felipe Quiñonez

Reseña del autor

 

Ya tuve diecisiete y no fui Rimbaud ¡qué importa! soy mejor poeta que una roca. Me llamo Felipe Quiñónez y ese no es mi heterónimo aunque a veces parezca una máscara. Nací en Bogotá, donde vivo actualmente. Soy un estudiante desdichado como muchos de los demás estudiantes que encuentran auxilio en la poesía. Estoy condenado como cualquier escritor al desencanto y la opulencia del acto poético. Escribo desde hace un tiempo y esta es la primera vez que me aventuro a la publicación de mis textos. No espero que sea de agrado de muchos, son poemas con fecha de vencimiento como todo en este nuevo mundo. Yo solo he venido a decir de nuevo que: Escribir es resistir.

 

Los poetas se visten de negro

 

Pero a Neruda siempre le gustó el rosa. Márquez exprimía margaritas y se las untaba contra la guayabera. Lo que le gustaba a los surrealistas, excepto a Dalí, era vestir con camisas cortas llenas de sangre y de cenizas. Lo que más le gustaba a Baudelaire era tener los labios secos. Hemingway por otra parte disfrutaba caminar sin zapatos. Cuando llegaba a su casa en las noches, se sentaba sobre su sillón, destapaba una cerveza, le daba un beso a la botella, y entonces se encaminaba en ese sórdido ritual de arrancarse las ampollas. Si alguien pregunta por Panero, pues bueno, él solo se acostaba sobre el suelo a esperar que las moscas se detuviesen en su cuerpo. Por otro lado Lorca, en sus ratos libres, masticaba los casquillos de las balas que acabaron con su vida, decía que así se sentía morir. Jamás le creí. Lo mejor de todo fue cuando conocí a Kafka y a Camus. Estaban sentados en la banca de un parque arrancándole las hojas a un libro de Artaud. En eso pasó Pound vendiendo helados. Los poetas se visten de negro.

 

Todo suspiro es falso

 

Este poema es un atraco,

Vengo del centro

Y de no haberme lanzado contra las iglesias

Con el pecho abierto

Buscando a la monjas que aun

No conocen el secreto que guarda mi corazón.

 

Vengo en mi bicicleta que está hecha

Con los huesos de Omaira,

La mandé a hacer en un barrio

Olvidado por la noche

En una localidad que aun sufre de insomnio;

Y se dobla contra el viento

Trasmutando la brisa en oro,

Llenando las alcantarillas

Con sustancias extrañas

Que en el nuevo continente

Que aun no he conquistado

Llaman Curvalupas

 

Todas las personas que miro

Están hechas con la piel

Que confeccionan las hormigas

En los campos desventurados alrededor del mundo,

A veces me distraigo

Y me estrello contra las épocas

Y las fronteras

Que hay por la calle,

Pero cómo evitarlo

Casi nunca se ve

Que a alguien

Se le caiga la máscara.

 

Categoría: Poesía

Evaluado por Iván René León

(http://revistalacualquiera.com/

 

Imagen tomada de internet: news.urban360.com.mx

Y ahora tendré que buscar trabajo de nuevo

Puto inicio de verano. Desde esta ventana veo todos los edificios derretirse bajo el sol. No es que odie el calor. No odio nada. A lo sumo una sensación amarilla invadiéndome el pecho. Espera, creo que sí odio el verano. Estoy menos conforme conmigo mismo cuando el aire tiene veintisiete grados Celsius. Odio despertar bañado en sudor después de haber dormido con la ventana abierta. Odio ese resplandor que le da el sol a las cosas. Por sobre todo odio ese condicionamiento emocional que la mayoría percibe con el verano. Qué más da. No importa cuánto deteste el calor, seguirá ahí, jodiendo vivir diurnamente, demostración de que no interesa cuánto queramos cambiar una situación, esta quedará igual hasta que cierre su ciclo natural. Lo mismo pasa con el amor. Lo mismo con el dolor por los muertos. Condenados a sentir cosas que no queremos. Suspiro. Nada de pensamientos, por favor. Odio también pensar en cosas que no sirven para nada.

 

Por, Jorge Montoya*

 

Hoy es mi último día de trabajo.  Me despidieron ayer. Me da igual. Sé que Camila se enojará. Estábamos ahorrando para la operación de Fernanda. Seguramente se le hinchará el cuello, se pondrá roja y me gritará tratándome de inmaduro de mierda. Enumerará todas las veces que me han botado del trabajo, me dirá parásito y me señalará el retrato de Óscar. Óscar estaría avergonzado de saber que estás así, desperdiciando todas las oportunidades que te dan. Papá está muerto, Camila, acéptalo, no se puede avergonzar de nada. Ella no me preocupa. Fernanda sí. Sé que en algún momento me preguntará ¿Qué pasa? Y la odiaré porque sabe perfectamente que pasa. Y me mirará dulcemente y la odiaré más porque ella me ama por sobre todas las cosas, sobre su cáncer y mi descuido y me dirá que no importa, que puede esperar un poco más y me volverá a mirar así y entonces tendré miedo de la emoción que sus ojos me vayan a provocar. 

 

Por lo demás todo me da igual. El cáncer de Fernanda es intratable. Ella lo sabe, yo lo sé, los doctores lo saben. La única que se aferra a la negación es Camila. Creo que en el fondo lo sabe también, pero su amor la obliga a la esperanza. Su función de madre, su rol familiar. Suspiro. Supongo que es así porque cree que es lo que esperaríamos de ella. No sé si Fernanda espera eso de ella. Yo no. No espero nada de nadie y quiero que nadie espere algo de mí.

 

Hola Tadeo. Tadeo voltea. Mina está apoyada en el marco de la puerta de la oficina. Pensé que ya no vendrías hoy. Tadeo solo hace una mueca y alza los hombros. Te vamos a extrañar, dice Mina. Ella miente. Yo nunca intimé con nadie. No hice amigos aquí. Nadie puede extrañarme. Sí bueno, dice Tadeo, da igual. ¿Qué harás ahora? No sé, podré levantarme tarde y tirarme en el centro de mi cuarto, mirando las manchas del techo. No es broma, pero Mina se ríe. Toda la oficina está llena de sol.  Creo que le gusto a Mina, siempre ha estado atenta a mí. Me mira como esperando algo, como queriendo algo. Mina es linda, pero linda hasta el fastidio. Tiene toda su oficina llena de muñequitos de porcelana y cuando habla pronuncia las palabras como si fuese una profesora de inicial enseñándoles buenos modales a los niños. Además solo se viste de rosa. Te vamos a extrañar, vuelve a decir. ¿Por qué me extrañarás? Y Mina se confunde y se sonroja. Sí, le gusto.

 

La puerta de la oficina del jefe tiene un cartel con letras doradas. Julio Gagó Pérez, Congresista de la República. Toco tres veces. Adelante. Abro la puerta y paso. Toda la habitación también está llena de sol, pero aquí hace frío, está fresco. Es la única oficina donde hay aire acondicionado. Ah, es usted señor Guerra. Vamos siéntese. Dios mío, es increíble que este hombre sea el jefe. Su escritorio tiene un amontonamiento caótico de papeles. Odio el desorden, quizá sea mi única virtud. Sobre una torre de archivos tiene un cenicero que parece no ha limpiado nunca y sobre el módem está el mismo plato con restos de un pastel de acelga que he visto desde inicios de semana. Supongo que desea su carta de despido ¿No es así? Mierda, Gagó, qué poder de deducción tan sorprendente. Sí señor, me limito a decir. Créame que no me ha sido grato tener que despedirlo. No me gusta dejar sin trabajo a nadie. Entonces no me despida, señor. Se ríe, sabe que estoy ahorrando para la inútil operación de mi hermana y se ríe. ¿Por qué cree que lo despido, señor Guerra? No lo sé señor. ¿No lo sabe? A ver, comencemos. Primero está su descomunal falta de puntualidad. Lleva trabajando aquí tres meses y solo ha llegado doce veces a la hora indicada. ¿Por qué no puede ser puntual? Verás Gagó, sufro de insomnio. Me quedo despierto hasta las cuatro de la madrugada. No sé qué hacer. No quiero tomar pastillas para dormir, odio todo lo sintéticamente farmacéutico. Me quedo frente al ordenador hasta que el cielo se pone azul intenso, Escuchando música en Soundcloud. Entrando a chats de trasnochados. Publicando entradas en mi blog. Estoy así todos los días. Y lo sé, pero no puedo cambiarlo, sigo del computador al baño, del ordenador al refrigerador para sacar un vaso de jugo de zanahoria. De ahí a la cama solo después de sentir que dormir es una acción ineludiblemente pesada. Y sé que debería estar aquí a las nueve. Pero a las diez y cuarto yo recién tomo conciencia del día. Y despertar y levantarse son dos cosas distintas, Gagó. Me paso veinte minutos contando del uno al diez, en reversa, con la convicción de que cuando termine de contar me levantaré, me bañaré y me haré el nudo de la corbata. Pero el truco es que solo me levantaré si en mi cuenta regresiva no hay ningún ruido que  altere el sopor de la mañana, sino tendré que volver a contar. Y siempre hay ruidos en mi casa.

 

Y sé que es una irresponsabilidad monstruosa, pero que quieres que haga. Por más fuerza que le pongo a las ganas de salir de mi cama, que en esta época, a las diez y cuarto de la mañana ya hastía, no puedo sino hasta que Camila me dice que es increíble que aún esté en casa y tengo que levantarme de un salto sin pensar porque si lo pienso volveré a contar del uno al diez y bañarme y peinarme y abotonarme la camisa tiene un sabor igual a la rutina que hacia Sísifo. Pero tú no sabes quién es Sísifo ¿Verdad, Gago? Pero no le digo nada de esto, estoy a punto de sincerarme con él y decirle todo lo que pienso, pero solo respondo ¨Lo siento señor, el sueño me gana¨ Y él se ríe y repite mi respuesta, como saboreándola. El sueño me gana. Usted no ha trabajado nunca duro, ¿Verdad señor Guerra? Nunca ha tenido que darle la espalda al placer y hacer lo que la sociedad espera que uno haga y empieza a hablarme sobre el trabajo y el deber, este hombre que desde que ganó su curul en el Congreso nos manda hacer todos sus trabajos. Este hombre que se copia los proyectos de ley de gobiernos extranjeros. Este hombre que propuso la reducción de las horas de trabajo para los parlamentarios. Y yo sé el caso delicado de su hermana. Créame que lo sé, pero eso debió de haber sido un acicate para laborar con más tesón y prontitud. Trabajo, vocación de servicio, señor. Cualidades que usted no posee. Y no quiero sonar paternalistamente reprensivo, pero usted es la antípoda del esfuerzo. Mírese, sin expresión alguna en la cara a pesar de que está a punto de quedarse sin trabajo.  Pero no es un problema suyo, señor Guerra, es algo generacional. Todos ustedes son abúlicos, lánguidos. No hacen sino suspirar por lo desafortunadas que son sus vidas. No pueden calarse la cabeza en los hombros y continuar activamente, sino que solo dejan que las cosas les sucedan. Así nada tiene sentido. Así nada vale la pena. Ustedes no viven, sino que solo soportan vivir. Ese es su problema. Un esplín. Un esplín digital, cibernético. Porque algo les hace la tecnología, se ve. En algo los está cambiado. Quizá ustedes no lo vean, pero yo sí, yo que soy de antes, de una era pre-módem. No sé si se están dejando moldear pasivamente por la tecnología, o es más bien una simbiosis. Pero problema es que…, en fin, no necesito decírselo, usted lo descubrirá con los años. Ahora, su carta de despido la tiene la señorita Mina.

 

Salimos de su oficina y llegamos a  recepción. Señorita, la carta de despido de Guerra. Señor, usted no la ha firmado aún. Gagó bufa. ¿Sabe qué? Mejor vuelva en una semana, se la daré el otro jueves. ¿No la puede firmar ahora? Ahora no, tengo asuntos pendientes, yo sí trabajo y cruza la puerta y sale al pasillo. Nos vemos la otra semana. Antes de que termine de hablar, tipos con cámaras filmadoras y micrófonos se acercan.  Son periodistas. No se presentan ni nada, sino que enfocan a Gagó y le estiran micrófonos a la cara ¿Pero qué significa esto?, pregunta. Le toman fotografías con un flash capaz de dejar doblemente ciego a alguien. Tenemos acá al congresista Gagó, listo a dar sus descargos a las acusaciones que se le hace. Gago no entiende nada. Hemos descubierto que usted, a pesar de estar prohibido por Ley, ha tenido negocios con el Estado abusando de su cargo como congresista, facturando ganancias con un valor superior al de los cinco millones de soles. Gagó abre los ojos de una forma tal que parece una caricatura. Usted es dueño de Khamsa, una importadora de fotocopiadoras. Usted sabía que no podía ganar licitaciones para su empresa, así que  ha usado a la empresa CopyGepot y a su gerente, Fernando Espino, como testaferros para ganarlas ilegalmente. Además usted es acusado de despidos arbitrarios y de no pagar compensación por tiempo de servicios. ¿Sabe que puede ser suspendido en el congreso? ¿Sabe que puede ser desaforado? Gagó no puede siquiera reaccionar. Debo decir que la irrupción de los reporteros ha sido imprevista, incluso para mí. El periodista levanta un micrófono y se lo extiende a Gagó, pero este no responde nada, no hace nada por unos minutos, hasta que por fin reacciona, se enrojece y simula –simula mal- estar ofendido y pregunta que quiénes son ellos y qué hacen irrumpiendo en una oficina congresal de esa manera ¿Y qué pruebas tienen de sus acusaciones, a ver dígame, qué pruebas? Y creo que luego se debió arrepentir de preguntar, pues el periodista le muestra unos papeles donde parece estar todo. Fotocopias de los contratos, facturas. Todo, todito, todo. Hasta le muestran supuestos audios. Y en vivo para el canal dos las reacciones del congresista Gagó respecto a las acusaciones en su contra y lo enfocan con las cámaras y Gagó vuelve a quedarse mudo y yo trato de que mi rostro no muestre reacción alguna. Y por último el congresista grita, sin pensar en que su pregunta admitía su culpabilidad ¿Y cómo rayos saben todo eso? Y mientras los camarógrafos del canal dos lo enfocan, yo respondo, lo más discretamente posible. Fui yo. Y no se preocupe por mi carta de despido, la recogeré otro día.

 

Perú, 1990

 

*Click para conocer más sobre el autor: Jorge Montoya
Sitio web Jorge Montoya: http://gatoazuldeojosnegros.tumblr.com/http://blubuc.blogspot.com/

 

El epilogo de esta historia está en:

http://elcomercio.pe/politica/actualidad/claves-saber-lo-que-paso-caso-gago-noticia-1765825

 

Categoría: Cuento

Evaluado por Iván René León

(http://revistalacualquiera.com/

 

Imagen tomada de internet: commons.wikimedia.org

A falta de ti

 

Intento recordar el camino a tu espalda

y poder besar esos  lunares al inicio de tu cuello,

entre tu recuerdo y mi deseo.

 

Tengo ganas de lamer nuestras palabras matutinas

y que tengamos ganas de flotar

de tanto querernos.

 

Tengo ansias de detonar a tu lado

en una lluvia de orgasmos

y  nos amemos sin decirlo.

 

Te tengo ganas

completo y sin censura

encima de mí.

Oceánico.

 

Mis madrugadas huelen a vacío,

y te espero.

fumo mis labios a falta de los tuyos

Y mojo mis muslos a falta de ti.

 

Quiero abrochar tus aullidos a los míos

y que deje doler

cuando estás conmigo.

Sembrar mis sudores en  tu espalda

y a ti en mi alma.

 

Si te preguntas si aun te quiero

Dime que tú aun lo haces

Y volemos.

 

Porque el amor me vuelve más libre

si estoy contigo.

 

Stephanie Peña
http://humedadesyotros.blogspot.com/

 

 

Stephanie, una lectora mexicana de Rugidos Disidentes nos permitió compartir de su blog http://humedadesyotros.blogspot.com/ sus rugidos más profundos y sensibles del alma humana. Textos bien logrados que transportan a otras realidades y llenan de emociones y escalofríos, a quienes se acercan ellos. En futuras ediciones publicaremos más de nuestra amiga poeta, quien nos envió a nuestro correo electrónico turugido@rugidosdisidentes.co una breve presentación suya.

 

Stephanie Peña, nació en 1990 en la ciudad de Cuernavaca, México. Es estudiante de arte y define su obra, tanto visual como escrita, una liberación de sentimientos y de catarsis, como método de sanación.

 

Imagen tomada de internet: http://es.wikipedia.org/wiki/Natalie_Clifford_Barney
 

Poesía para la paz: Antonio Acevedo

Manifiesto

 

No me alegra la muerte
de ningún hombre
en cualquier parte del mundo,
ni me alegra la muerte
de mi enemigo que se
la toma por su propia mano
en aras de la justicia.
No me alegra la muerte
de ningún hombre en cualquier
parte del mundo, pero sí
me indigna la injusticia
contra cualquier hombre
en cualquier parte del mundo.

 

Antonio Acevedo Linares

 

El sociólogo Antonio Acevedo compartió con Rugidos Disidentes varias de sus poesías para la paz y nos hizo una breve presentación de su trayectoria académica, la cual fue enviada por él, al correo de esta sección: turugido@rugidosdisidentes.co

Agradecemos al profesor por su valioso aporte y en próximas ediciones publicaremos más de su obra

 

Justicia poética

 

Por los innombrables
por los que se guardan
un minuto de silencio y luto
por los que no pasan
por el ojo de una aguja
por las víctimas del amor
y sus suicidas, por los derrotados
de la lluvia por los que no ofrecen
su otra mejilla por los que derraman
su sangre fresca por los estigmatizados
del odio por los criminalizados
de la justicia por los damnificados
de la tierra por los enamorados
de la vida por los humanos derechos
restituidos por la redención del cuerpo
y la palabra por el desarme de la muerte
por la justicia y reparación de victimas
por la reivindicación de la poesía
y el amor por los dioses que no
amenazan con el cielo o el infierno
por la defensa de la rosa
por el fuego de las palabras
y tu cuerpo por la justicia poética
aquí y ahora en nuestra vida
y en nuestra muerte.

 Antonio Acevedo Linares

 

(El Centro, Barrancabermeja, Colombia, 1957). Poeta, Ensayista y Sociólogo. Profesor universitario. Magíster en Filosofía Latinoamericana con especialización en Educación Filosofía Colombiana de la Universidad Santo Tomás y especialización en Filosofía Política Contemporánea del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Diplomado en Gestión y Administración Cultural, Gobernación de Santander-Corporación Interamericana de Educación Superior. Diplomado en Derechos Humanos y Resolución Pacífica de Conflictos, Universidad Industrial de Santander.

Ha publicado los libros de poesía:

Plegable # 1 (Poesía), 1987; Arte Erótica, 1988, Plegable # 2 (Poesía) 1990, Plegable # 3 (Poesía) 1994, Sociedad de los poetas,1998. Plegable # 4 (Poesía) 1999. Los girasoles de Van Gogh, Antología poética, 1980-1999. Vol.1, 1999, Plegable # 5 (Poesía) 2000, Plegable # 6 (Poesía) 2001, Poesía de viva voz (CD) 2004, Atlántica, Antología poética, 1980-2004. Vol.2,2004, En el país de las mariposas, Antología poética, 1980-2007. Vol.3, 2007, Por la reivindicación del cuerpo y la palabra, (Reseñas criticas) 2008.La pasión de escribir (artículos, ensayos y entrevistas) 2013. Tolerancia, cultura, democracia y otros ensayos,2014.

 

 

Canción sobre la naturaleza

Los árboles crecen,

El pasto también.

Todo florece

Y se pone de pie.

 

Abro mi ventana,

La primavera llegó.

Veo los animales

Tocando el tambor

Bom, bom…

 

Las flores con polen

Erizan la piel.

Y todos vemos abejas

Transportando la miel.

Los niños y niñas

Vamos a jugar

Bajo la sombra

De un bello telar.

 

Azul es el cielo

Como la mar.

Y todos unidos

Vamos a cantar.

 

La primavera llegó

Con el carnaval.

Y todos la celebramos

Con amor y amistad.

 

La primavera,

Al invierno tumbó

Y le dio paso

A una nueva estación.

 

Abro mi ventana,

El verano llegó;

Veo las personas

En musculosa y calzón.

 

Y aquí termina

Mi alegre canción,

Con rítmicos toques

De alegre tambor

 

Bom, bom…

 

 

 

Julio de 2011
Leonardo Sylva
http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Colores_de_la_naturaleza_(4845080988).jpg
 
 

La pluma blanca

 

La pluma blanca descendiendo

en una tierra de sangre y sufrimiento

el dolor de fusiles en el pasado de muchas casas

fue tan difícil de ser olvidado

ahora aquella pluma da una señal

junto al viento, la lluvia y el sol

 

Se acerca una banda de palomas

buscan su alimento en aquel rumbo al sur

deteniéndose donde está la pluma blanca

observan y ven el panorama igual

el pueblo se levanta con aquella incógnita

una variable que no tenía mucho valor para ellos

 

Al pasar del tiempo, las palomas se fueron

el pueblo sintió su clima de tranquilidad

durante aquella sublime estancia

jamás sintieron el sonido de un disparo

menos gritos ni tampoco llantos

el pueblo ayudaba entre sí mismo

 

un habitante ha afirmado una teoría

las palomas no picoteaban y buscaban una salida

al infierno que era nombrado tiempos atrás

la pluma que estaba caída en el suelo

tendida una sábana de lo sublime y tranquilo

fue señal para que la banda llegara

no se conformaron con lo visto antes

el pueblo se compadeció y aprendió de ellas

para vivir en suma armonía.

Bryan Agudelo González
Poeta invitado
 
Imagen tomada de: martaarteaga.blogspot.com