El Puñeta

Esta ha sido una noche fría de invierno un tanto inusual, sentía que se me congelaba la médula de los huesos a pesar de la cantidad de ropa que llevaba encima. Cansado de caminar todo el día, paré un momento para buscar un sitio donde acampar, hacer una fogata y comer unos frijoles enlatados.

Esta ha sido una noche fría de invierno un tanto inusual, sentía que se me congelaba la médula de los huesos a pesar de la cantidad de ropa que llevaba encima. Cansado de caminar todo el día, paré un momento para buscar un sitio donde acampar, hacer una fogata y comer unos frijoles enlatados. Desde aquel lugar alcancé a ver una luz a la distancia, parecía ser una pequeña casa, una oportunidad para reabastecerme de comida, así que con paso firme me dirigí hacia allá.

Cada paso me llevaba más cerca, pudiendo apreciar que no era una simple casa sino una gran hacienda. Era una construcción un poco anticuada, sin dejar de ser imponente, con una muralla exterior de piedra y una gran puerta de madera con un cartel en el que se leía: “sin salida”. Curiosamente la puerta estaba abierta y pude ver desde afuera la hermosa fuente que se encontraba en el patio.

Caminé hasta la puerta de la casa, toqué la puerta y grité, tratando de llamar a sus habitantes, pero no obtuve respuesta. Moví el perno de la puerta, para mi sorpresa, estaba abierta. Adentro era muy acogedor, un poco cálida y muy iluminada. Llegué donde creo sería el comedor, había un pequeño banquete servido en la mesa: sopa caliente, frutas, pan y carne asada. Al parecer alguien estaba por cenar, volví a buscar indicios de alguien sin ningún resultado. Los últimos días únicamente había comido cosas enlatadas, así que no lo pensé dos veces y comí algo de la cena.

Recorrí la casa, en el segundo piso encontré una habitación abierta, con la chimenea encendida, una cama hecha, una copa y una botella de vino. A cada paso que daba me resultaba extraño, era como si alguien hubiera preparado todo para darme una bienvenida, conociendo muy bien mis gustos. Un aire frío recorrió mi espalda y sentí un pequeño escalofrió, una parte de mí quería irse pero yo no desaprovecharía la oportunidad de descansar en una cama caliente. Me quité la ropa, dejé mi machete cerca a la cama, apagué la luz y me decidí a dormir.

Creo que habían pasado unas cuantas horas hasta que desperté, la chimenea se había apagado y un poco de frio se colaba por la ventana. Fue entonces cuando empecé a sentir unos pequeños golpes en el techo y  una voz ronca que preguntó:

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Justo en ese momento, del techo se desprendió algo, me levanté de la cama y con un poco de incredulidad miré una pierna negra en el suelo. Volví a sentir aquel frío que penetraba hasta la médula de mis huesos y como cada vello de mi cuerpo se erizaba, una vez más aquella voz ronca preguntaba:

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Esta vez era un brazo, nervudo y negro. Traté de salir pero la puerta se encontraba cerrada y atrancada desde afuera, por lo que  mis intentos de abrirla resultaron ser inútiles.

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Otra pierna, mientras mi respiración se agitaba, no pensaba en nada más que en salir de esa habitación, corrí a la ventana para darme cuenta que sería imposible pasar a través de ella.

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Aparece otro brazo, y con ello, sentía en cada musculo la adrenalina y mi corazón latir a mil.

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae!

Cayó un torso negro, al ver que la figura de un hombre, o al menos de algo que se le pareciese, el pánico se apoderó de mí, sin pensarlo dos veces cogí mi machete y, me preparé a combatir.

–          ¿Caeré?

–          ¡Cae puñeta, con todos los diablos!

Justo en ese momento aparece la pieza faltante, una cabeza, el cuerpo empieza a unirse, tomando forma de lo que fuese alguna vez un hombre, una mirada gélida y con toda la intención de llevarme a donde quiera que eso venga, se me acerca y blando el machete. Cada golpe que acierto hace que cambie su color de piel, se vuelve blanco. No sé cuánto tiempo estuve esquivando sus embestidas, cuantas veces lo golpee con el machete, pero en totalidad se estaba volviendo blanco, en ese preciso momento me empieza a hablar.

–          Bendito seas, hombre valiente, porque a pesar de tu miedo tuviste la osadía de enfrentar lo desconocido. Me has librado de mi pena y, tu recompensa serán mis cosas terrenales. Ahora podré descansar en paz.

Después de aquellas palabras el cuerpo se desvaneció, la puerta se abrió sola justo cuando empezaban a aparecer los primeros rayos de luz del amanecer. Tomé de la casa lo que consideré necesario y continúe mi viaje.

 “Aunque perezca que no haya salida, enfrentarse a las adversidades y en especial a uno mismo, siempre traerá alguna recompensa”.

En memoria de Sofonías Revelo, quien alimentó mi imaginación.

 

Por, Gabriel Villareal

 

 

Sobre el autor…

 

Yo soy Gabriel Villarreal, Ing. electrónico residente en Ipiales (Nariño). Una de mis mayores aficiones es la lectura, épica y fantástica, por ese motivo me decidí a escribir un pequeño cuento de terror, como los que contaba mi abuelito. Entre mis sueños está escribir, a pesar de los fracasos que me pueda llevar, creo que lo más importante es empezar, dar el primer paso para recorrer mil millas más.

 

 

 

Cuento evaluado por Andrés Angulo Linares

                                       @OlugnaElGato

 

 

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Un café para olvidar, un café para recordar

Hace tiempo no visitaba este lugar, han cambiado muchas cosas, las mesas ya no son las mismas, las tazas de café ahora son más pintorescas, aquel mesero que siempre nos atendía ya no está; lo único que no ha cambiado es esa hermosa vista de la ciudad que tanto nos gustaba contemplar, ver el atardecer mientras pasábamos el tiempo juntos, era algo sencillo pero era lo que más me gustaba.

Hace tiempo no visitaba este lugar, han cambiado muchas cosas, las mesas ya no son las mismas, las tazas de café ahora son más pintorescas, aquel mesero que siempre nos atendía ya no está; lo único que no ha cambiado es esa hermosa vista de la ciudad que tanto nos gustaba contemplar, ver el atardecer mientras pasábamos el tiempo juntos, era algo sencillo pero era lo que más me gustaba. Aún recuerdo como nos conocimos,  ese día me levanté un poco tarde, tenía que entregar un informe para el curso que estaba tomando y necesitaba hacer un ensayo, mi apartamento era un caos así que decidí irme a un lugar relajado: el café de la esquina, pasaba mucho tiempo allí y era fácil concentrarme con un buen café, sólo había mesas disponibles afuera, lo que al principio me molestó un poco, pero creí que sería de gran inspiración para el trabajo que debía hacer.

Empecé muy concentrado y en unos cuantos minutos ya tenía gran parte del ensayo adelantado; no me distraigo con facilidad, pero mientras tomaba un sorbo de café mirando el horizonte, fue muy fácil dejar todo a un lado cuando te vi, llevabas unos jeans rotos, una blusa que decía “ haz lo que te haga feliz”, un morral y unos lentes de sol, sólo pensaba en lo hermosa que eras y lo mucho que quería hablarte, así que sin pensarlo dos veces te dije: “hola, ¿me podrías decir qué hora es?”, te quitaste los lentes y con una mirada un poco altiva dijiste: “acaso tu reloj no funciona? ”, te mire sin saber que decir, pero tu  sonreíste diciendo: “ tranquilo, son las 9:45 am, ¿podría sentarme aquí? , es que no hay lugar, prometo no molestarte con tu trabajo” y así empezó todo, empezamos a hablar, a intercambiar ideas, planes, nuestros gustos. En verdad no sé como logré llegar a tiempo a mi clase y con el trabajo terminado, creo que fue magia, porque así se sentía estar a tu lado, algo mágico y especial.

Después de ese encuentro casual, olvidé pedir tu número, y pase muchas horas sentado en el café esperando verte otra vez, no podía creer lo tonto que había sido, conocí a la chica más linda y había olvidado intercambiar números telefónicos. Dos semanas habían pasado y aún no había vuelto a verte, estaba perdiendo las esperanzas y creí que era mejor seguir con mi vida, dejar de intentarlo, bebí rápidamente y un poco decepcionado lo que quedaba de mi café, y entonces, ocurrió, estabas de pie en frente mío y con esa sonrisa tan cautivadora me dijiste: “oye, ¿No habías vuelto por aquí, eh?, fue muy divertido conocerte ese día y pensé que no volvería a verte”. No lo podía creer, apareciste, estabas justo frente a mí, cuando había tomado la vaga decisión de tratar de no esperar, volví a verte en este lugar. No soy de esos tipos extrovertidos, más bien soy algo tímido, sin embargo, no quería que esta fuera la última vez, no sabía en qué momento ni como pedirte tu número telefónico, correo o algo, tener una forma de comunicarme contigo. Empezamos a conversar, de hecho, no fui a clases ese día, pasamos un muy buen rato conversando y aunque estaba concentrado en todo lo que me contabas sobre ti, una parte de mi cerebro trataba de idear un plan para no sonar desesperado y poder tener tu número; la verdad es que debo decir, tú lo hiciste todo, me pediste mi número de celular de una manera tan natural que no entendía porque no pude hacer lo mismo, no quería parecer desesperado pero tampoco desinteresado.

Desde ese día empezamos a hablarnos muy seguido, ambos estábamos un poco ocupados con nuestros estudios y muchas veces no teníamos tiempo para vernos, pero lo compensábamos con esas largas noches de conversaciones y mensajes telefónicos. Ya habían pasado unos 4 meses, nos veíamos, salíamos, hacíamos todo juntos y pensé que era el momento adecuado para que nuestra relación diera el siguiente paso.

Era viernes por la noche, fuimos a cenar a un lindo restaurante bar, ubicado al norte de la ciudad, había planeado pedirte que fueras mi novia de una manera muy especial, en el plato del postre iba a estar escrito: “Anto, me gustas mucho, ¿Quieres ser mi novia?”; se notaba que estaba nervioso, incluso me lo preguntaste un par de veces, pero bueno era obvio, era la primera vez que me sentía así con alguien, mi primer gran amor, el amor de mi vida, sin duda alguna. Cuando pediste el postre, miré con complicidad al mesero, esperando que todo saliera bien y que no hubiese ningún error. Desde mi puesto podía ver la puerta de cocina, así que cuando vi salir al mesero con los postres, mi corazón empezó a latir muy rápido, en ese momento estabas contándome algo acerca de tu familia, pero mi cerebro se nubló por completo, en un parpadeo el mesero ya estaba enfrente tuyo colocando el postre, fue ahí cuando cerré los ojos y los abrí muy lentamente. Estabas bastante sorprendida y no decías nada, fueron los segundos más angustiantes de mi vida, hasta que sonreíste y con esa mirada tierna que te caracterizaba me dijiste que sí. No cabía de la emoción, me levanté y te abracé y fue ahí donde nos dimos nuestro primer beso. No me consideraba una persona que se imaginara con alguien compartiendo todos los días de mi vida, pero ahí estabas tú rompiendo todos mis esquemas; un año y medio después decidimos vivir juntos, fue ahí cuando entendí entonces que quería jurarte amor en el altar y un año después ya estábamos casados y pensando en tener hijos. Nunca pensé que lo que ocurriría días después convertiría nuestra vida perfecta en una pesadilla.

Ese día era 18 de julio, había tenido un día bastante estresante y solo quería llegar a casa y relajarme, pasé por ti y me dijiste que comiéramos con unas amigas tuyas, no tenía ganas de ir y te dije que estaba muy fatigado de todo el día, sólo quería llegar a descansar, te di la opción de que si querías fueras sola y no había problema, pero insististe tanto que empecé a ofuscarme y empezamos una discusión, al final accedí a ir, pero en ese momento no vi el camión que estaba en frente y chocamos. Siempre usabas el cinturón, pero ese día como estábamos peleados te lo quitaste y sufriste un golpe muy fuerte que te quitó la vida instantáneamente, duré tres semanas en coma y cuando desperté recibí la noticia. Entré en un estado de shock, no podía creerlo, era imposible que estuvieras muerta, no tuve tiempo de despedirme… que por un error, un estúpido error… era tan sencillo aceptar ir contigo, no entendía por qué insistías tanto, por qué no podías entenderme, estaba cansado. Pero no, no podía ser el final, todavía no lo creo, sólo dos meses después tuve el valor de ir al cementerio y darme cuenta que era real, que estabas allí.

Unos meses después me enteré cuál era la insistencia, querías darme una noticia, no sólo frente a tus amigas sino a todos nuestros familiares y conocidos, estabas embarazada. El dolor invadió mi cuerpo, caí al suelo precipitadamente, era imposible, todos mis sueños y mi vida contigo se habían esfumado en un segundo por mi terquedad.

Hoy 2 años después sigo tratando de organizar mi vida, no hay un sólo día en que no quisiera retroceder el tiempo y volver a ese día y hacer todo diferente, sé que desde el cielo estás mirándome y deseas que deje de culparme, pero es muy difícil no sentir la culpa de que no estés aquí.

Hoy exactamente hace 5 años nos conocimos y aquí estoy tomando un café para olvidar y uno para recordar.

 

Por, Viviana Rúa Geraldino

Reseña de la autora
 

Mi nombre es Viviana Rúa Geraldino, nací en Barranquilla Colombia, el 8 de mayo de 1990, no tengo hermanos. Creo en Dios y en la Virgen María. No tengo hijos y tampoco estoy casada, pero sí estoy en una relación de noviazgo con quien considero es mi alma gemela.

Terminé el bachillerato en el año 2007 en el colegio Nuestra Señora de Lourdes ubicado en Barranquilla;  soy egresada de la Universidad del Norte también ubicada en Barranquilla de Comunicación Social y Periodismo.

Escribir historias y cuentos es mi gran pasión y fue una de las razones por las que decidí estudiar comunicación social, también me gusta leer, bailar y las actividades eco turísticas. Soy amante del fútbol, hincha fiel del equipo de mi ciudad Atlético Junior, seguidora de la Selección Colombia y simpatizante del Real Madrid, Arsenal y River Plate.

 

Revisó: Andrés Angulo Linares

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Convocatoria Narraciones Transeúntes

 

 

 

 

Imagen tomada de internet: carpioen.wordpress.com

 

Solitaria y Callada

Quizás pretendía que imaginara esa misma noche sin ella, y, entonces, no la dejara escapar.

Por, Andrés Angulo Linares

Allí estaba ella, sobre mi cama, sentada en forma de flor de loto, con sus medias de peluche azules pastel, descansando sobre sus piernas: El Perfume de Patrick Süskind. Allí estaba ella, sobre mi lecho, con sus gafas, con su pelo suelto, y esa seriedad intelectual que simplemente me enloquecía.

Un fantasma, ella y yo

El humo del cigarrillo teñía la alcoba de color gris y dejaba un leve olor a Canterville, el bar donde la noche anterior nos tomábamos unas copas, mientras la poesía, la música, la melancolía, la depresión, el tabaco y la cerveza nos envolvían y nos tragaban lentamente en esa ciudad de duendes, en esa ciudad de alienígenas.

Le conté de mis historias en ‘Canter’, de las veces que sus mesas me vieron escribir y me vieron llorar; de los fugaces episodios que me hicieron reír; de las muchas conversaciones que sostenía con Gustavo sobre música, Joaquín Sabina, mujeres, poesía y de… Joaquín Sabina.

Acaricié su rostro muchas veces, dejaba resbalar mis dedos por sus mejillas rosadas y terminaba en sus labios rojos. La besé una y otra vez. Eran sus besos el preludio y el ocaso  de cada una de las historias que con furor y melancolía le narraba con la certeza implícita que al final de ellas iba a encontrar nuevamente su boca. Esa noche, en ese bar, jugamos a ser desconocidos, jugamos a ser amantes, jugamos a ser bohemios y perdidos.

Canterville era quizás el lugar más detenido en el tiempo que Jamás había conocido, las viejas y deterioradas mesas con olor a cenicero invitaban a un cigarrillo y a un trago. Las sillas, no menos maltratadas, incitaban a sentarse y a esperar con calma a que simplemente nada ocurriera. Músicos ebrios, poetas suicidas, juglares urbanos con sus ropas harapientas que hacían homenaje a una época que no conocieron.

Una máquina de coser Singer de los años 80, un refrigerador rojo tal vez de los 50, una grabadora negra conectada a tres pequeños altavoces, una barra de madera rayada y que al parecer era el objeto perfecto para apagar los cigarrillos, una improvisada tarima, unas cuantas pinturas abstractas, muchos objetos de cobre, un retrato de Gustavo con Joaquín Sabina, y escrito  en la pared, un trozo de amargura:

“Me sentaba mirando al cielo, me tomaba el café de mi odio y me volvía viejo mascando el pan de no tener a nadie viéndome, viéndome morir”.

Desde que decidió colgar su cuerpo en el baño del bar jamás había sentido tan vivo a Gustavo. Esa noche su fantasma vigilaba taciturno desde la barra cada una de las mesas, casi que lo podía ver sonriendo mientras conversaba animadamente con Laura, Joseph y Julián; con Martin, Juliana y Andrés; conmigo, con ella y Pedro. No importaba, igual eran tres sillas, tres cervezas, tres cigarrillos, tres tristes solitarios.

La noche empezó a decaer rápidamente y después de la media noche, ‘Canter’ya parecía un anfiteatro de almas rebeldes, delirantes y anónimas. Definitivamente era un lugar para tristezas, para crímenes de amor; para escribir con sangre y licor monólogos inmolados, poemas de odio y muerte; definitivamente, para recordar a una mujer.

La noche afuera, aunque fría, se veía mucho más agradable, y sin terminar las bebidas nos tomamos de la mano y decidimos huir de ese panteón donde deambulaba un espectro, cuyo recuerdo sumergía a sus asistentes en una arena de odio y depresión, y en el que se rendía culto a un fantasma, al Fantasma de Canterville. 

La luna, ella y yo

Caminamos por el parque central, se sentó en una silla de madera y me invitó a recostarme sobre sus piernas, tal vez esperaba que simplemente contemplara la magia de esa fría noche o quizás pretendía que imaginara esa misma noche sin ella, y, entonces, no la dejara escapar. Mientras observaba su rostro a contraluz sentí –por alguna razón– que mi espíritu vagabundo me pedía a gritos quietud, que no vagara más, que el nómada por fin había encontrado su territorio. Perdido en la comodidad de su regazo, sentí la tranquilidad y la paz que hasta ese día habían sido desterradas por el caos y la confusión.

La grande luna, inmóvil, aguardaba callada y nos ofrecía complicidad y silencio. Mis dedos se entretenían con la belleza juvenil de su rostro mientras me observaba, recorrieron sus cejas pobladas, bajaron lentamente por sus mejillas rosadas, buscaron sus labios rojos y finalmente descifraron el mensaje escondido de su boca. 

Sus senos, ella y yo

Allí estaba ella, sobre mi cama, sentada en forma de flor de loto. Allí estaba ella, sobre mi lecho, con sus gafas, con su pelo suelto y su desnudez.

Allí estaba yo, en frente de ella. Absorto me limité a observarla. Vi en sus ojos sus luchas, sus dudas, sus demonios. Vi el deseo, vi el pecado, vi a la mujer.

Sus senos pequeños, redondos y rosados, excitados pedían a gritos caricias, besos y sexo. Yo que llevaba largo tiempo sumergido en la soledad y en viciosos monólogos amorosos, desfogué en ella toda mi necesidad, toda mi fuerza, todo mi deseo.

Ella logró en ese instante hacerse dueña de mis pensamientos, de mis sentidos, de mi pasado, de mi cuerpo. Como dos locos hicimos de la cama un concierto saturado de abrazos, de sudor, de respiraciones agitadas, de ansiedad, de gemidos y de orgasmos.

Jamás había sentido tanta furia y miedo a la vez, la acaricié tantas veces que mis manos todavía preservan su aroma y pretenden tocarla. La besé tantas veces que todavía mis labios sienten la humedad de los suyos y sueñan con besarla. La admiré tantas veces que todavía me parece verla allí, sentada sobre mi cama. La esperé tantos años, que cuando llegó, ya estaba muy cansado para retenerla. 

Yo…

Solo en estas cuatro paredes, detrás de una botella y refugiado en un cigarrillo, la recuerdo con su pelo suelto, con sus gafas y con esa seriedad intelectual que solo ella tenía.

Allí solía estar ella, sobre mi cama, sentada en forma de flor de loto, solitaria y callada, con sus medias de peluche azules pastel.

En nuestro encierro

Cuando estamos solos nada está prohibido,

cada parcela de tu cuerpo es mía.

 

No existen espacios ejidales, ni dominio colectivo tu cuerpo adquiere mi forma

y yo… como animal hambriento te veo,

te recorro y marco un territorio.

 

Cuando estamos solos nada está prohibido

recorro tus pies, subo por las peñas de tus muslos y llego con mi boca a tu ecuador,

beso tu cuello cual emboscada violenta,

susurro a tu oído un te quiero agudo.

 

Atajo tus pechos y me nutro de ellos,

desciende mi boca despacio al núcleo de tu cuerpo,

mis manos deambulan la epidermis de tus piernas, me detengo,

y demoro mi llegada a tu selva espesa.

 

Me retiro a recorrer la corteza de tu espalda,

tu voz como suave quejido exhala un susurro casi de llanto

y me llamas a lo lejos,

y me invitas a beber el elixir de tu cuerpo.

 

Mi boca viene a ti

desde el más allá de tus caderas,

y me sumerjo en ti, y emerjo en ti, te siento.

Te veo siendo un hombre nuevo,

me llamas con tierna demanda,

y mi cuerpo se perfila a poseerte,

y mi pecho se acobija de tu pecho palpitante,

y me hundo en ti.

 

Y navego y naufrago seguro en los misterios de tu carne

y me vierto en ti, y te hago mía.

 

Cuando estamos solos nada está prohibido

por eso despierto siendo tu fiel esclavo.

 

 

Reseña del Autor

 

Alex Bonilla, es realmente Mario Fernández, amante de la literatura e imperfecto escritor de poesía.

 

Imagen tomada de internet: www.revelarte.mx

No todo es lo que parece

Esta  historia  nace  en  Montuana,  una  ciudad  moderna  e  industrializada,  llena  de  luces  artificiales  e innumerables avisos de neón que nublaban la vista de cualquier transeúnte. Y es que el lugar tenía tanta polución que en muy rara ocasión se colaba un rayo de luz natural entre sus enormes edificios.

Allí nació Hank, lleno de lujos y comodidades; sus padres, reconocidos políticos de la ciudad, siempre atendieron sus demandas y aunque no pasaran mucho tiempo con él, Hank obtenía lo que quería con tan solo abrir la boca.

Después de la muerte de sus padres aquel chico se dedicó a su carrera de medicina, fue uno de los mejores de su clase y no temía decirlo, era arrogante y prepotente. Fue así, que con su posición social y exitosa carrera de medicina, logró posicionarse como uno de los mejores cirujanos de la ciudad. Hank a sus 35 años tenía bastantes ingresos, era un hombre cotizado, soltero, sin hijos y una vida para muchos exitosa, llena de lujos, whisky, viajes y mujeres.

Generalmente la única compañía de la que Hank disfrutaba era la de su botella de whisky y la su mejor amigo Richard,  un  arquitecto  multimillonario dueño  de  dos  constructoras en  la  ciudad;  con  40  años  se  había divorciado 3 veces, solo se preocupaba por su yate y las fiestas inolvidables del hotel cinco estrellas que visitaba cada semana con una de sus novias de paso.

Un viernes en la noche Richard llamo a Hank como de costumbre, para invitarle a una noche de “desenfreno y diversión”, así solían llamarle. Irían a cenar, tomarse unas copas y recogerían algunas amigas, nunca sabían en donde podrían despertar.

Lastimosamente esa noche no fue como las otras, una de las chicas con la que se divertían resultó ser una menor de edad, así que Richard y Hank terminaron su noche en la comisaria, dando explicaciones, moviendo influencias, e intentando ubicar a sus abogados para salir de allí.

Hank ya tenía varios inconvenientes con la justicia por conducir ebrio, agredir a varios meseros y sobornar a la justicia. Sus influencias lograron sacarlo, pero a cambio debía prestar un servicio a la comunidad. Por su excelente reputación en el campo de la medicina, el juez decidió enviarlo a prestar sus servicios en un hospital de caridad, ubicado en un barrio de invasión en el último rincón de Montuana. Así entonces, mientras Richard se burlaba de su amigo, Hank debía trabajar de manera gratuita durante tres meses en ese hospital, y según su abogado no había forma de librarse de esto.

Durante su servicio en aquel centro de salud, Liz una enfermera que llevaba más de 20 años trabajando allí, no dejaba en paz a Hank, se ofendía cada vez que le asignaban un paciente al “prestigioso” doctor, pues él los atendía con desprecio y arrogancia. A Liz no le interesaba el estatus ni el estudio que pudiera tener el médico de cabecera, en más de una ocasión discutió con él por la forma en que trataba a sus pacientes por el hecho de ser humildes y no tener recursos económicos; Hank prefería ignorarla, Liz era una señora de 50 años así que optaba por no discutir con una persona mayor.

Una mañana bastante lluviosa, Hank se encontraba trabajando en su servicio social en el hospital, de mala gana como siempre lo hacía; mientras tanto Liz valoraba a Rosario, una gitana viuda de 93 años que dedicaba su vida a la lectura de cartas en una esquina de la plaza central de Montuana. La anciana era una mujer bastante enferma, su asma y sus problemas cardiacos la tenían bastante desmejorada. Liz era paciente, pues Rosario a pesar de sus convalecencias era de un carácter fuerte y siempre estaba mal humorada. Los resultados de los exámenes que le realizaron a la viuda no fueron los mejores, sus pulmones tenían serios problemas, así que Liz no vio más remedio que remitirla con el doctor Hank.

Después de cuatro horas de espera, Rosario finalmente fue llamada a un consultorio, Hank se había tardado en citarla pues estaba negociando con otros médicos la atención de la anciana,   no quería atender “una vieja desalineada y mal oliente”. Sin embargo los demás médicos indignados decidieron ponerse de acuerdo para que solo él pudiera atenderla, y así fue.

Rosario ya se encontraba ofuscada, la espera fue infinita y sus dolencias no se detenían, pero Hank no hizo caso a sus reclamaciones, procedió a revisar sus exámenes sin siquiera mirar a la anciana. Efectivamente requería de una intervención quirúrgica de urgencia, debía ingresar a cirugía inmediatamente pues de ello dependía su vida. Sin embargo el único cirujano disponible en el hospital era Hank y él tenía otro compromiso, Richard lo esperaba en el hotel cinco estrellas, con su botella de whisky y algunas chicas en el penthouse.

Después de algunas averiguaciones, Hank decidió decirle a la anciana que se remitiera a otro hospital, le comento de su situación delicada y que él no podría atenderla más. Rosario asustada por lo que el médico le decía, le suplicó que la atendiera, hizo su orgullo a un lado y se le arrodillo rogándole atención pues en los otros hospitales le cobrarían, y ella no tendría como pagar. Pero todo fue inútil, Hank solo la miró con desprecio mientras le decía:

 

– Ese no es mi problema, búsquese los medios y solucione eso usted. Al fin y al cabo es su vida y no la mía. Se quitó de las rodillas de la anciana con asco y la dejó botada en la sala de espera.

La anciana llorando indignada, levantó su voz ante la mirada atónita de los pacientes que se encontraban en la sala:

 

– ¡Prestigioso doctor Hank!, lo maldigo esta vida y la otra, le deseo el peor de los augurios pues… ¡No todo es lo que parece!

 

Entre tanto el doctor salía del hospital riéndose a carcajadas de “la vieja loca”.

 

Camino a su encuentro con Richard, Hank decidió llamarlo a contarle la horrible escena que había tenido que presenciar; entre burla y burla, los amigos imitaban a la anciana, se mofaban de su apariencia y de los gritos en la sala de espera; en medio de las risas, Hank descuido la carretera y perdió el control de su BMW, fue a dar a gran velocidad contra un muro sólido de concreto.

Algunos días después, Hank despertó en la cama de un hospital, miraba confuso y adormilado las paredes de aquel lugar sin poder distinguir donde se encontraba. Algo aturdido, Hank intentaba encajar  los últimos recuerdos en su mente antes de subirse al vehículo, recordaba el hospital de caridad, la anciana loca, las risas de Richard y… Nada más, el resto era confusión.

Llegó la noche y por fin alguien se asomó a su habitación, era Liz la enfermera del hospital que pasaba a realizar su ronda nocturna, Hank se tranquilizó un poco al ver por fin una cara conocida, podría saber que le había ocurrido.

 

– ¡Liz que alegría verla!, ¿Qué fue lo que pasó?, ¿qué hago aquí?, ¿sabe Richard que estoy aquí?

 

Liz notó la angustia y confusión de su paciente, así que solo le pidió que descansara y le dio algunos tranquilizantes para que pasara una buena noche, estaba muy alterado; lo visitaría en la mañana para poder hablar con él en calma.

La mañana siguiente efectivamente Liz pasó a la habitación de Hank para atenderle y llevarle alguna medicina:

 

– ¿Cómo amaneció mi querido paciente?, ¿ya se encuentra un poco más tranquilo?, si no está muy mareado podemos ir a la ducha, eso le servirá, además la necesita y ¡bastante!

 

Hank aliviado por la presencia de la enfermera:

 

– ¡Liz por fin se aparece!, no sé por qué estoy aquí, y ¡como así que necesito con urgencia una ducha!, Yo sé que no le agrado mucho, pero siempre he sido bastante aseado.

 

La enfermera no pudo evitar reírse del comentario de Hank:

 

– Mire muchacho, usted no me desagrada porque no he podido conocerlo, solo vengo a atender su salud pues esa es mi labor. Y no era mi intención ofenderle con lo del baño, simplemente creo que usted desde hace unos 6 meses no sabe lo que es un buen duchazo.

 

La enfermera tomo a Hank de sus brazos y con dificultad lo dirigió a la ducha.

Hank entró al baño revisando el lugar y justo en frente encontró un espejo, casi no puede reconocerse, su barba le rozaba el pecho, su cara estaba tan sucia que no podía distinguirse que color era su piel, el cabello estaba enmarañado, sucio y le tocaba sus hombros. Hank no podía entender lo que veía, creía que debía llevar siglos dormido en ese hospital.

 

– Dígame la verdad, ¿hace cuánto estoy aquí y que me sucedió? Por favor… Es que… No es lógico, no comprendo…

 

– Pues la verdad joven no sabemos lo que le sucedió, hace tres días lo encontró la policía en la plaza central de Montuana, parecía que le habían dado una paliza. No le encontramos documentos ni nada que lo identifique, solo vimos el tatuaje en su pecho, por eso supongo que se llama Hank.

 

El pobre medico asustado abrió su bata y observó el tatuaje del que le hablaba la enfermera: “Hank no todo es lo que parece”.

 

No entendía que le sucedía, él odiaba los tatuajes, así que donde había salido ese, y ¿por qué su apariencia?,

¿cómo fue a parar a la plaza central?, ¿por qué Liz no lo recordaba?, ¿quién lo había golpeado?, Hank se hacía mil preguntas a la vez.

 

– ¿Liz no me reconoce?, soy el medico al que tanto critica, ¿me recuerda?; estoy haciendo una labor social por orden del juez en este hospital, usted debe recordarme. Debe acordarse de la última mujer que me remitió, fue Rosario la gitana andrajosa que tenía múltiples trombos en los pulmones.

 

Liz preocupada por el estado mental de su paciente, decidió devolverlo a su cama y llamar a psiquiatría.

 

– Joven no conozco ninguna Rosario ni el caso que me menciona. Pero no se altere, yo creo que esto se debe al golpe que tiene en la cabeza, esas cosas pueden presentarse. Mejor recuéstese voy a llamar al doctor para que lo evalúe, todo va a estar bien.

 

Hank se recostó confundido y esperó a que Liz saliera de la habitación, inmediatamente buscó algo de ropa y se escabulló por el hospital en búsqueda de Richard, él sí podría ayudarle. Lo primero que se le ocurrió fue buscarlo en su mansión a las afueras de Montuana, así que como pudo se subió en el metro para ir en búsqueda de su único amigo.

Todo fue inútil, nadie en la mansión le permitió el ingreso; ni los mayordomos, ni los empleados lo reconocían, lo único que le decían era que si no se retiraba llamarían a la policía.

Hank desesperado decidió esperar fuera de la mansión, en algún momento Richard tendría que salir en su auto, ahí aprovecharía para hablarle y pedirle ayuda; su amigo del alma si lo reconocería a pesar de su barba y apariencia harapienta.

Ya estaba oscureciendo y apareció una bruma cargada de un frio intenso, ya conocido por todos en la ciudad, Hank por fin vio las luces de un auto asomarse por la puerta de la mansión, se preparó y se hizo al lado de la acera para poder lanzarse rápidamente al auto de Richard, así no le daría tiempo a los empleados para llamar a la policía, la espesa niebla le ayudaría a camuflarse. Una vez salió el auto de Richard, Hank saltó con gran destreza al capó del vehículo, a Richard no le quedó más remedio que frenar después de aquel susto.

 

– ¡No puede ser!, ¡atropellé a alguien!, ¡ese sujeto debe estar muerto!

 

Richard se bajó rápidamente de su auto para ver qué había sucedido, Hank entusiasmado lo abrazó.

 

– Amigo ¡por fin!, no te imaginas por las que he pasado, estuve tres días en el hospital quien sabe por qué y Liz la enfermera que te contaba estaba haciéndome pasar por loco, me tuve que escapar para venir a buscarte, tal vez puedas llevarme a mi departamento, el de la Avenida Orquídeas, tengo que darme un duchazo y cambiarme esta ropa asquerosa.

 

Visiblemente asustado Richard se lo quitó de encima, lo empujo y corrió nuevamente a su mansión.

 

– ¡Está loco! No me toque ni se me acerque o llamo a la policía, que amigo ni que nada, ¡usted lo que quiere es robarme! Si no se va voy a llamar a la policía o al manicomio, allá es donde debe estar!

 

– Richard amigo soy yo Hank, yo sé que con esta barba y el cabello largo no me veo muy bien, pero soy yo, mírame, llévame al departamento y veras que con un buen baño y una afeitada vuelvo a ser el mismo.

 

Richard solo lo miraba con desprecio, comenzó a timbrar en su puerta desesperado para que salieran los

empleados y pudieran ayudarle a escapar de ese “loco”.

 

– ¿Es que no ha entendido maldito loco?, no conozco a ningún Hank y el único departamento que conozco en esa avenida es el mío. Yo no tengo amigos, solo compañeros de desenfreno y diversión y está visto que obviamente usted no es uno de ellos.

 

Inmediatamente salieron los empleados en búsqueda de Richard llamando a la policía, Hank no tuvo más remedio que salir huyendo más confundido aún.

Cansado de correr, Hank se sentó en una acera intentando dar respuesta a todas sus preguntas, intentando comprender lo que estaba sucediendo; una parte en su interior, asociaba todo lo que le estaba pasando con la anciana Rosario, pero por otra parte apelaba a la lógica científica, eso no era posible, simplemente los maleficios no existen, ni la brujería, ni esos inventos ridículos. Sin embargo, algo muy en el fondo le seguía indicando que la respuesta estaría en manos de aquella anciana. Pensó entonces que tendría que ir a la plaza central, allí trabajaba Rosario y fue donde lo encontró la policía, tal vez en la plaza encontraría alguna respuesta a sus preguntas.

Al llegar a la plaza comenzó a preguntar por la gitana, hacía días no sabían de ella, nadie sabía dónde vivía o donde podía estar, lo único que pudo averiguar es que las últimas semanas la habían visto muy enferma y desde entonces nadie más había vuelto a verla. Una vecina del sector le sugirió que la buscara en la comunidad gitana que quedaba a dos calles de donde se encontraba, tal vez podían saber de ella.

Resignado y exhausto, Hank se dirigió a la comunidad pero no obtuvo respuesta alguna, conocían a Rosario sin embargo desde que enviudó se alejó completamente de su grupo. Desesperado e incrédulo, les comentó su caso y les mostró la marca en su pecho en espera de alguna respuesta lógica, aunque su respuesta no fue nada alentadora; según ellos una maldición gitana es bastante fuerte y solo se rompe a través del amor o el afecto, le sugirieron que buscara algún ser querido, o alguien que lo amara con honestidad, sin duda alguna esa persona lo reconocería y la maldición se rompería.

Desanimado Hank emprendió camino sin esperanza, sin rumbo, siempre había tenido una vida solitaria, egoísta y con la muerte de sus padres no tenía familiares a los cuales acudir. La única persona con la que llevaba una relación cercana era Richard, pero ya lo había buscado sin obtener resultado; es más, comprendió que solo había sido el compañero de “desenfreno y diversión”, no hubo amistad sincera; no tenía entonces a quien acudir. ¿Cómo rompería la maldición si no sabía el significado de amor y afecto?

Hank tendrá que  aprender a  conocerse a  sí  mismo,  enfrentar a  su  subconsciente, además de  tomar las decisiones adecuadas para  sobrevivir,  deberá  asumir  las  consecuencias de  una  respuesta    equivocada  y emprender una nueva vida, arrancar de ceros y completamente solo. Vivir como un habitante más de la calle, sin un peso en el bolsillo, ni un pan para comer, tendrá que ser una persona que nunca pareció ser.

 

Por, Carolina Garzón Chaves

 

Reseña de la autora

Mi nombre es Carolina Garzón Chaves, una escritora bogotana psicóloga del Politécnico Grancolombiano. Escribo desde que era niña, siempre tuve bastante imaginación y la forma perfecta de poder traer todo lo que mi mente construía a la realidad, fue una hoja de papel. Escribo por hobby, por amor a la escritura, más allá de aspirar reconocimiento, me hace feliz y me llena de satisfacción que otras personas puedan leer mis cuentos y transportarse por un momento a otra historia, a otro tiempo, a otro mundo.

 

 

Texto evaulado por: Paula Andrea Carreño
                                                        @PAU_0412

 

 

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Niñez

 

Ven, juguemos a ser niños

toma mi mano sin malicia y ojos locos

y juguemos sin prisa porque el día es largo,

y el tiempo no pasa

 

Ven, juguemos a ser niños

ahora que no hay padres opresores, ni maestros dictadores

ni curas moralistas

vamos a hartarnos de inocencia

y volvamos a ser felices

 

Vení a este rincón

juguemos de papa y mamá

sin apremios de periodos y lactancias

te doy la exclusividad de mis juguetes

juguemos de esposos resignados

y amantes inconformes

y déjame empaparte con mis manos inocentes

 

Vení, escapémonos un día

traguemos el mundo en una risa

y procuremos no despertar siendo adultos.

 

Por, Alex Bonilla

San Salvador

 

Reseña del Autor

 

Alex Bonilla, es realmente Mario Fernández, amante de la literatura e imperfecto escritor de poesía.

 
 
Texto evaulado por: Paula Andrea Carreño
                                                        @PAU_0412

 

 

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Delicada Ciudad

Y seguías ahí flaca, en esa ciudad de cemento y melancolía

llenando aquellos días de incoherencia, de olores verdes

cada calle era algo tuyo, tan sublime y tan delirio

al frío que subía por edificios tristes se le juntaban tus manos

huesos largos y delicados, tus manos que acariciaban la piel

en noches de lluvia y tráfico denso, de angustias calladas;

en ojos cansados, flaca, te colabas ligera, sin advertir

eras caos y vida, eras lenta y sigilosa, como esperando sin afán a tu presa

siempre de caza, un divertido juego que controlabas.

Yo creí la ciudad apagada, lejana, remplazada por gritos

por gemidos, por placer, por profundos encuentros, por humedad

piernas y brazos en danza, sudor y un leguaje que solo tú, flaca,

habías inventado y entendías, unas palabras ajenas a lo ordinario;

pero no estabas entonces, lejana, seguías en las calles de esa ciudad inmensa,

ciudad de soledad, de delirio en cada esquina, de cráteres en el camino

esta ciudad que solo tú, flaca, sabias caminar y amabas locamente

una ciudad de mierda y única, tan devastada, tan sin sentido

y era fácil comprender, flaca, lejana, tú te entiendes ciudad,

disonancia, disturbio, frío, calles y asfalto, melancolía, putas, vagabundos

ciudad en blanco y negro, con olores verdes y caos,

malditas vidas, ciudad inmensa de ojos cansados y resignados

y flaca, amabas tanto esa ciudad, fundiste tu color en ella

te difuminaste en su pintura, en el óleo de la sucia ciudad

pero aún así, flaca, eras caos, eras vida, eras la ciudad a la que volvía.

 

Por, Cristian Moreno Ramírez

Reseña del Autor

Mi nombre es Cristian Moreno Ramírez, firmo mis escritos como «Marko», soy estudiante de derecho en la Universidad Nacional de Colombia, he participado en algunos recitales de poesía a lo largo de la ciudad junto a fundaciones como Andrés Barbosa Vivas. Soy de Bogotá, escribo cuentos y poesía. Me gusta el cuento fantástico en los que se enrarece una aparente normalidad.

 

 

Texto evaulado por Paula Andrea Carreño

 

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Nativo

Al regresar al pueblo,

al pisar la tierra amada,

se aprisiona el pecho,

se inunda el alma.

 

Así es como te veo

fértil, fuerte y añorada,

así es como te siento

cálida, apacible y honrada.

 

Aquel humilde sembrador,

es tu pieza más preciada,

como el que construye sueños…

como el que da esperanza.

 

Puedo cerrar los  ojos

y pensar en tu grandeza,

en tus imponentes brazos,

cubriendo todas estas tierras.

 

No deseo besar otro suelo,

no quiero irme de aquí,

donde forjé mis raíces,

donde me enseñaste a vivir.

 

Julieth Corredor

Nacida en Duitama- Boyacá egresada de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, docente, amante de la poesía, del drama y el romance por convertirse en mis invaluables herramientas de expresión.

 

 

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Imagen tomada del sitio: fotorecurso.com

 

Algún lugar

 

Cuando me estabas viendo parece que estaba del otro lado del espejo,

Me estaba peinando con las puntas de estrellas que has bajado para mí.

El tiempo nos ha hecho más vulnerables a la vida.

 

Estamos viendo el color del cielo,

Como los laberintos perdidos de los sueños que tanto me aterraban,

En ese cuento ya no estabas tú.

 

Es el amor el que nos ha hecho cruzar el espacio de tonalidades bajas y suaves,

El que ha surcado la tierra aurea, con los latidos del mar.

 

Nos estamos llamando a través de las aves,

Nos estamos gritando entre el silencio,

Nos estamos formando en el interior del universo.

 

Por, Erika Chacón

Imagen tomada de: http://ricardobencomorenedo.com/blog/wp-content/uploads/2012/08/Astral-Love.jpg

 

RESEÑA DEL AUTOR

Soy estudiante de artes plásticas de la Universidad Distrital. Desde hace dos años me gusta escribir textos cortos sobre situaciones personales, hechos sociales, relacionar libros que leo con movimientos plásticos.

Esto se dio desde el tiempo que empecé a leer a Julio Cortázar: Rayuela, sus cuentos, igualmentes los audios de estos. Me permitieron intoducirme de a poco en este gran mundo de prosas y versos, un juego de letras que conforman palabras y palabras que crean tiempos.

 

Es un poema.

Es mi corazón desnudándose entre las palabras, y he pensado que las palabras son:

 

 

“Las palabras, al crear un texto son partes de un todo como miembros de un cuerpo (manos, pies, cabeza); complementan la figura humana material.

De igual modo, una palabra puesta en el papel es la guía en cadena de un escrito, la cual permite la conformación de la obra. Sin las palabras no hay texto, sin miembros no hay cuerpo”.

 

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Lala

Sus pesadillas culminaban con la risa del duende que empataba en el despertar con el sonido del viento. El aire soplaba fuerte contra la pared exterior de la habitación. Lala no dormía. No podía, el silbido que corría a través…


 

DIA 1

Sus pesadillas culminaban con la risa del duende que empataba en el despertar con el sonido del viento. El aire soplaba fuerte contra la pared exterior de la habitación. Lala no dormía. No podía, el silbido que corría a través de los múltiples paneles de la celosía le producía terror. Imaginaba a un duende penetrando su espacio, irrumpiendo en su cama.

El temor partió desde su cuerpo y la animó a buscar a papá. Se desplazaba torpemente dentro de la tenue luminosidad del cuarto, tratando de alcanzar el interruptor de la luz. Sus manos no llegaban. Frustrada, se impulsó hacia el corredor, éste sí, inundado de absoluta oscuridad. En medio de su conmoción, arañaba cada vez más la presencia de papá al otro lado del corredor. Las paredes se cerraban a su paso, hasta que poco a poco escuchó la risa inconfundible de papá que terminó guiándola hacia él mismo. Al llegar a la habitación lo encontró sentado en el borde de la cama, dándole la espalda.

-¡Papá, el duende!, el duende está en la habitación y no me deja dormir….se escurre por la ventana y grita todo el tiempo.

– Tranquila hija, ya pasará, ya pasará. Es sólo otra fantasía.

Y Lala se quedó dormida en los brazos de su padre. 

DIA 2

Silencio. Lala esta vez, despierta sobresaltada por el silencio reinante en su habitación. Por pocos segundos, un pensamiento cálido atraviesa su cabeza en forma de palabras  -ya pasará, ya pasará-. Los párpados se abren como cortinas. Oscuridad. Sus ojos ven, ven la profanidad del color negro. Se incorpora impulsada, esta vez, por la curiosidad. Para palpar la realidad  le es preciso tantear  el espacio hasta llegar a la periferia su habitación. Lala se encuentra ahora frente a lo que alguna vez fue una celosía. Ahora en el orificio se encuentra la composición inconfundible de hileras de ladrillos superpuestos. Sus manos comprueban que todo el lugar de la ventana esta herméticamente cerrado.

 

Terror. Su cuerpo se desplaza desesperado en la dirección que su memoria le indica sobre la puerta de la habitación. Al llegar a ella, esta vez no encuentra  el  túnel que la conducirá a los brazos cálidos y fuertes de su padre. En la puerta nuevamente los ladrillos, idénticos a los de la ventana, se alzan a la vista de sus manos. Herméticos, uniformes, irrompibles. Su cabeza de seis años no logra comprender una tumba, su corazón si.

A lo lejos el eco de la risa de papá, la risa del duende. 

 

Por, Héctor Galvis

Imagen tomada de: http://mujeractual.pe/media/mujeractual/image/25-06-2015-2.jpg

RESEÑA DEL AUTOR

Publicista de formación, escritor de vocación. Nací en Barranquilla, pero fui criado en Bogotá. Tuve el estigma (muy positivo) de una y otra ciudad cuando estaba en la una y en la otra. Adelanté la carrera de comunicación social en la Javeriana y me gradué en el año 2001. Tuve la oportunidad de viajar por el sur del Continente en modo “mochila” lo que me permitió tener experiencias de vida inmensas que desencajaron los diferentes y variados “deber ser” que cargaba como cualquier otro ser humano.

 

Hoy en día, y después de trabajar en publicidad más de 10 años en publicidad, trabajo con IDARTES manejando sus redes sociales lo cual me ha permitido mantenerme en contacto con una fuente inagotable de cultura y arte en Bogotá.

 

 

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